Tierra de Sangre y Fuego: Sol y Luna

13. Tupac vs Newen

— ¡Que comience el duelo! —exclama el moderador con efusividad.

El eco de su voz resuena en la arena, pero ni Newen ni Tupac hacen el menor movimiento al inicio. El ambiente está tenso; el público espera, reteniendo el aliento. Un reloj marca el inicio de los tres minutos que durará el combate, pero para Newen, cada tic-tac parece prolongarse eternamente. Se debate internamente, ¿debería ser él quien dé el primer paso?

Antes de que pueda decidir, Tupac, como un rayo, corre hacia él e intenta conectar un puñetazo.

— ¡Qué rapidez! —piensa Newen, saltando hacia atrás en el último instante, esquivando por poco el golpe.

Tupac se detiene, sonríe y asiente en aprobación, como si hubiera anticipado esa reacción.

— Veo que tienes reflejos, Newen —comenta, su tono es burlón.

Sin darle tiempo a reaccionar, Newen carga contra Tupac, saltando con la intención de sorprenderlo. Pero Tupac, con una calma sorprendente, bloquea el ataque con su mano izquierda. Con la derecha, y la palma abierta, empuja a Newen con una fuerza sobrenatural. Newen se ve proyectado hacia atrás, pero en medio del vuelo, logra girar y aterrizar de pie, como un felino.

— Maldición —murmura Newen, recuperando el aliento—. Este tipo es una bestia.

A pesar de la distancia, Newen siente la mirada penetrante de Tupac, como si estuviera evaluándolo. No estaba seguro de lo que Tupac esperaba de él, pero sabía que debía estar alerta.

— Ahora comenzaremos de verdad —anuncia Tupac con seriedad.

Y sin previo aviso, se inclina y golpea el suelo con tanta fuerza que perfora el piso y hace retumbar toda la arena. Newen, en shock, entiende que ese no fue un golpe normal. Los espectadores, que hasta ese momento habían estado en silencio, irrumpen en gritos y exclamaciones.

— Aquí voy —advierte Tupac.

Newen se prepara, esquivando algunos golpes y bloqueando otros. Sin embargo, al hacerlo, siente un ardor en sus manos. Los puños de Tupac están ardiendo. Newen retrocede nuevamente.

— ¡Inti Waqtana! —pronuncia Tupac con orgullo.

— ¿Qué? —pregunta Newen, confundido y alarmado.

— La técnica que acabas de presenciar, Inti Waqtana —explica Tupac con una sonrisa burlona—. Vamos, sé que tienes algo mejor.

La luz dorada del sol teñía la piel de Tupac, emperador que dominaba las artes antiguas, y Newen lo sabía. Es natural que el sol sea el arte de su dominio, reflexionaba mientras observaba al emperador acercarse con una confianza que rozaba lo sobrenatural.

En las gradas que rodeaban la arena, la multitud observaba con una mezcla de asombro y desconcierto. La era de paz que habían disfrutado había adormecido sus recuerdos de las artes ancestrales; los combates eran para muchos un eco lejano de leyendas y viejas historias. Sin embargo, la excitación del momento les embargaba, y sus voces se elevaban en un crescendo de ánimos y vítores.

A pesar de su ignorancia sobre las técnicas y los rituales que se desplegaban ante ellos, reconocían la importancia del combate. Era su líder quien luchaba en la arena, representando más que su propia gloria: era el honor y la tradición de su gente lo que se defendía en cada movimiento, en cada golpe esquivado y en cada ataque lanzado.

Los gritos de aliento no cesaban, creando una marea sonora que llenaba el aire de una energía primitiva. Era como si, instintivamente, supieran que lo que acontecía en la arena era un fragmento vivo de su herencia cultural, un pedazo de historia forjándose en tiempo real. Y así, entre la confusión y el entusiasmo, animaban a su líder, cada grito un hilo más en la trama de su identidad colectiva.

Tupac inició un lento avance, sus pies apenas levantaban polvo del suelo de la arena. Con la paciencia de las montañas y el fuego de las estrellas, comenzó a lanzar una serie de golpes rápidos. Newen, consciente de la inutilidad de bloquearlos, movía su cuerpo con la gracia de las hojas al viento, esquivando cada puñetazo. Esperaba, con la paciencia del cazador, a que Tupac cediera a la confianza y así poder lanzar su propio ataque.

—¡Ahora! —pensó Newen al ver una apertura.

Rápido como el relámpago, giró sobre sí mismo y lanzó un golpe certero hacia la zona abdominal de Tupac. Sin embargo, el contacto fue ilusorio; Tupac fue empujado hacia atrás sin perder ni un ápice de su compostura y sorprendido, con una sonrisa en los labios, fijó su mirada en Newen.

—Ngen Kuruf Newen —pronunció Newen, invocando el nombre de su técnica.

—Le has puesto tu nombre a tu técnica —replicó Tupac con un tono ligeramente burlón—. Yo dejaría el narcisismo para los emperadores.

—Newen significa fuerza, energía —aclaró Newen, su voz tan firme como el viento que invocaba— La fuerza del espíritu del viento.

—El idioma de tus ancestros —respondió Tupac, asintiendo con respeto— Así que dominas el viento... Tienes una buena habilidad para enfrentarte a mí.

El combate se reanudó con Newen aun asimilando la sorprendente agilidad de Tupac, a pesar de su porte y corpulencia notable. Newen no necesitaba interceptar los golpes con su propio cuerpo; podía usar el aire como escudo. Sin embargo, pronto se percató de una verdad inquietante: los puños de Tupac eran tan ardientes que incluso el aire que los rodeaba se quemaba, distorsionando el espacio con ondas de calor que hacían temblar el aire entre ellos.

La duda se insinuó en la mente de Newen. Quizás, al inicio, había albergado la esperanza, un destello de confianza que lo impulsó a enfrentarse a su oponente con tranquilidad. Pero ahora, de pie ante la presencia imponente de Tupac, la realidad se imponía con fuerza.

¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que iniciaron el combate? Los minutos se dilataban y contraían como el pulso de la batalla misma, y Newen podía sentir el peso del cansancio en cada fibra de su ser. La fatiga se adhería a sus músculos, un recordatorio palpable del tiempo que habían pasado midiendo fuerzas, intercambiando golpes, tejiendo estrategias.



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En el texto hay: razas guerreras, magia amor fantasia

Editado: 16.02.2024

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