Tierra de Sangre y Fuego: Sol y Luna

15. El ocaso del sereno

Newen había pasado dos días confinado en el hospital, y cada minuto adicional era una tortura para su espíritu inquieto. Se percibía a sí mismo como un guerrero caído en desgracia, incapacitado e inútil, sin poder contribuir ni enfrentar sus retos habituales. La derrota que había sufrido a manos de Tupac, lejos de aplastar su moral, había encendido en su pecho un fuego ardiente de determinación. Quería entrenar, superarse, no para vengar su derrota, sino para honrarla con mejoras palpables.

En la penumbra de la habitación, Namku apareció como una silueta recortada por la luz tenue que se filtraba a través de las cortinas. Observó el semblante abatido de Newen, que yacía en su cama como si las sombras mismas lo ataran, y no pudo evitar dirigirle unas palabras:

—Espero que cumplas con el régimen que te han impuesto, —comenzó Namku, con un tono que rozaba la seriedad y la preocupación—. Es lo mejor para ti, da gracias que te han dado la posibilidad de acceder a las mejores sanadoras de la ciudad.

—No sabes lo que es estar aquí, —replicó Newen con un suspiro de frustración—. El aburrimiento me carcome, además ya quiero salir a entrenar. Estoy muy lejos de llegar a ese nivel.

—Tú no paras, —respondió Namku, soltando una risa amistosa—. Pero ten calma, eres joven. Tupac no es solo fuerza, también es mucha experiencia.

—Eso ya lo sé, —admitió Newen, la impaciencia tejida en su voz—. Mientras yo estaba nervioso y entraba en pánico a ratos, a él no se le movía un pelo.

—Ya ves, —dijo Namku con una sonrisa comprensiva—. ¿Has visto a Antu?

—No quiero ver a ese mocoso por acá, solo viene a burlarse, —gruñó Newen, su voz revelando una mezcla de irritación y derrota—. Pasó en la madrugada, se fue a entrenar y me lo echaba en cara.

—Jaja, por eso tu cara, —comentó Namku, aún entre risas.

—¿Ahora tú también?, —contestó Newen, lanzando a Namku una mirada de pocos amigos.

Mientras Namku y Newen intercambiaban palabras, la habitación se vio interrumpida por la llegada de una sacerdotisa, cuya presencia irradiaba una serenidad y sabiduría inherentes a su vocación. Se acercó a la cama de Newen con pasos medidos y comenzó a examinar sus heridas con manos expertas.

—¿Cuál es el estado de él? —interrogó Namku, observando atentamente cada movimiento de la sacerdotisa.

Ella, tras concluir su examen con meticulosa atención, ofreció un semblante tranquilizador.

—Tiene algunas fracturas en sus costillas, pero nada de gravedad. Estará bien en poco tiempo —aseguró la sacerdotisa—. Sin embargo, es crucial que no se esfuerce hasta que se haya recuperado por completo.

Namku se giró hacia Newen, esperando que la insistencia de la sanadora calara en su terca determinación.

—Escuchaste, Newen —dijo Namku, con un tono que mezclaba el alivio con la exhortación.

—Sí, ya lo he escuchado bastantes veces —respondió Newen, su voz teñida de impaciencia y un toque de desdén hacia su propia vulnerabilidad.

Namku no se dejó desalentar por la actitud de Newen y continuó con noticias que requerían su atención, incluso en su estado convaleciente.

—Bueno, de todas formas también venía a avisarte que esta tarde nos reuniremos con Yachay —comentó Namku, asegurándose de captar la atención de Newen—. Nos citó para darnos algunas noticias, iremos con Rayen. De todas formas, debemos comenzar a planificar qué haremos si no tenemos noticias del sur.

Newen, acostumbrado a la acción y a ser parte central de las decisiones, encontró un atisbo de esperanza en las palabras de Namku, como si una pequeña ventana a la aventura se hubiera abierto entre las sombras del reposo forzado. Sin embargo, la realidad de su condición y las limitaciones que esta imponía pronto volvieron a nublar su ánimo.

—Queremos que te cuides, Newen —dijo Namku con firmeza, su mirada reflejando una mezcla de preocupación y respeto—. Te necesitamos bien, nosotros te contaremos todo lo que suceda.

Hubo un momento de silencio, un lapso donde Newen procesó las palabras de su amigo, la preocupación implícita en ellas. Su respuesta fue breve, un murmullo que apenas disfrazaba su frustración.

—Mmm... —Refunfuñó Newen, cruzándose de brazos sobre el pecho, una clara señal de su renuencia a aceptar la situación.

Namku, conocedor de la naturaleza combativa de Newen, le ofreció una sonrisa comprensiva, sabiendo que en el fondo, el guerrero reconocía la sabiduría en el consejo.

La vibrante vida de Ingapirca era un hervidero de actividad y cultura, y en el centro de todo, Rayen se había convertido en una figura de renombre. Los días pasados en el combate y su destreza innata la habían elevado al estatus de heroína local, especialmente entre las más jóvenes, quienes veían en ella un modelo a seguir. Sofia, que caminaba a su lado, no podía evitar sentir un profundo respeto por su amiga, que con cada paso parecía cosechar más admiración y reverencia.

—Rayen, ya no eres una desconocida aquí en Ingapirca —comentó Sofia con una mezcla de orgullo y asombro—. Los ciudadanos te ven con respeto, las niñas quieren ser como tú o como Lawra. Es increíble.

—Es raro —respondió Rayen, una nota de reflexión en su voz—. Pero siento que ese era el objetivo de Tupac al generar ese encuentro.

—No puedo evitar envidiarte un poco —confesó Sofia con una sonrisa tímida—. Cuando las vi a ambas en la arena fue como si quisiera ser como ustedes.

—Tú también eres fuerte, Sofia —aseguró Rayen, sus palabras llenas de sinceridad—. Ten confianza en tu propio potencial.

—En la ciudad no entrené mucho el arte de la lucha —dijo Sofia, mirando al suelo por un instante—. Quizás ese no sea mi camino.

Rayen, con un gesto fraternal, colocó sus manos sobre los hombros de Sofia.

—Espero que puedas ir donde mis mentoras machis al Sur —expresó Rayen, su sonrisa era cálida y alentadora—. Yo creo que estarán felices de conocerte y de contemplar lo que sabes hacer. Estoy segura de que te sabrán guiar si es que el camino de Inti no es el adecuado para ti.



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En el texto hay: razas guerreras, magia amor fantasia

Editado: 16.02.2024

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