Cuando Catriel despertó, se dio cuenta de que Victor ya no estaba en la habitación; se había levantado temprano o quizás no había podido dormir. Al salir de la casa, vio a Victor apoyado en la reja perimetral, contemplando las montañas en la distancia. Poco después, Kalkin apareció detrás de él.
—Voy a ir a hablar con él —dice Catriel.
Kalkin asiente, entendiendo que era necesario. La información que Victor había recibido el día anterior podría ser difícil de procesar para él.
Catriel se acerca a Victor y pregunta:
—¿Cómo estás, Victor? ¿Estamos bien?
—Con mucho sueño, no pude pegar pestaña anoche —responde Victor, su voz reflejando cansancio—. Siempre supe que era huérfano, aunque Marco nunca me lo dijo directamente. Pero pensé que esas historias que me contaba eran solo cuentos.
—¿Y si son solo historias? —inquiere Catriel, intentando ofrecer una perspectiva diferente.
—Tú sabes que no lo son —replica Victor con firmeza—. De lo contrario, ¿por qué me buscarían? Además, la señora Ailin es la segunda persona que me cuenta algo similar.
Victor hace una pausa, sus ojos aún fijos en las montañas.
—Antes no me interesaba mi origen —comienza Victor, su voz cargada de emoción—. Marco era mi padre, y eso para mí era suficiente. Pero ahora... ahora veo que mi origen podría estar aquí, en Wallmapu. Yo, que siempre me consideré un simple chico de ciudad, empiezo a cuestionar todo lo que creía saber sobre mí mismo.
Hace una pausa, mirando a la multitud, sus ojos reflejando una mezcla de confusión y determinación.
—Pero no puedo negar que siempre tuve esa inquietud latente, esa chispa que me impulsó a seguir a Sofía en aquella locura de atacar las minas. No entendía esa urgencia que sentía, ese llamado interno que me empujaba a actuar.
Su voz se quiebra ligeramente, revelando la profundidad de sus sentimientos.
—¿Podría ser que nunca realmente pertenecí a la ciudad? Que todo este tiempo, una parte de mí anhelaba regresar a un lugar que ni siquiera sabía que existía... a mis raíces verdaderas.
Respira hondo, sus ojos explorando el horizonte como buscando respuestas.
—Esto me hace preguntarme, en lo más profundo de mi ser, ¿quién soy yo realmente? ¿Soy el producto de las calles urbanas, o mis venas llevan el espíritu de algo más? Quizás la respuesta no sea tan sencilla.
—Quien eres no cambia, tu corazón no cambia, no importa dónde hayas nacido, Victor —dice Catriel—Tu identidad, tu esencia, no está determinada por un lugar o un linaje. Está forjada por tus acciones, tus decisiones, y el amor y la pasión que pones en todo lo que haces —continúa Catriel
En ese momento, Kalkin, que había estado escuchando a lo lejos, se acerca con pasos decididos. Se une a Victor y Catriel, integrándose naturalmente en la conversación.
—Mi padre debe saber algo —dice Kalkin con seriedad—. Creo que lo mejor es hablar con él. Puede que tenga respuestas a tus preguntas, Victor.
Los tres permanecen un momento en silencio.
—Ahora que lo pienso, los ancianos mencionaron que nuestro destino estaba entrelazado de alguna manera —dice Catriel, su mirada perdida en la distancia—. Sé que ellos sabían mucho más de lo que revelaron.
—Siempre fuiste un gran líder, Catriel, eres fuerte y hábil —afirma Kalkin con admiración—. Es normal que te escogieran para esta misión.
—Creo que me tienes en muy alta estima, Kalkin —responde Catriel con una sonrisa modesta—. Y aunque agradezco tus palabras, lo cierto es que los ancianos nunca dudaron en que yo debía ser quien viniera. Eso es algo inusual.
Catriel se gira hacia Victor y le pregunta con genuina preocupación:
—Pero ¿estás bien, Victor? ¿Puedes continuar?
—Sí, estoy bien y, de hecho, quiero continuar —afirma Victor con determinación—. Necesito saber mas.
—Muy bien —dice Catriel asintiendo—. Victor, esta ya no es solo una misión impuesta por el Koyang. Ahora será nuestro cometido. Averiguaremos juntos la verdad detrás de todo esto...
Catriel toma la mano de Victor y, con un gesto de fraternidad, dice:
—Ahora tienes un hermano —declara Catriel, abrazándolo finalmente.
Kalkin, observando el momento, agrega:
—Yo sé que apenas te conozco, Victor, pero cualquier hermano de Catriel es hermano mío también —dice Kalkin con una sonrisa amistosa—. Puedes contar conmigo de ahora en adelante.
Aquellas palabras resonaron en la cabeza de Víctor, y por un momento todo se calmó. Continuaron conversando unos minutos más sobre la vida y compartieron anécdotas. De repente, Ailin apareció y les informó: "Anganamón los espera en su despacho, los requiere con urgencia". Los tres asintieron y caminaron hacia la casa. Una vez en el despacho, saludaron en mapudungun, como era costumbre para mostrar respeto.
—Mari mari Chachay Anganamón —saludó Catriel.
—Mari mari Chachay —repitió Víctor, siguiendo el ejemplo de Catriel.
—Veo sus caras de cansancio —observó Anganamón—. ¿Han podido descansar algo?
—El viaje ha sido extremadamente agotador; este hogar ha sido el primero en el que hemos podido detenernos y dormir tranquilamente —comentó Catriel.
—Mari mari Chaw —añadió Kalkin, quien venía un poco más atrás. Anganamón lo observó con una leve inclinación de cabeza.
—Me lo imagino, Catriel. Aquí las noticias vuelan rápido —respondió Anganamón—. Por eso los he llamado. La operación de los Ancianos no ha pasado desapercibida. ¿Eres tú el joven Víctor?
Víctor asintió.
—Es un placer conocerte, muchacho. Últimamente se ha hablado mucho de ti —dijo Anganamón.
—¿Usted sabe algo al respecto, señor Anganamón? —preguntó Víctor.
—Lamento decepcionarte, pero mi conocimiento no es mucho más que el de Ailin —respondió Anganamón—. Son viejas historias que se contaban. Debo reconocer que los Ancianos guardan muy bien sus secretos, pero hay algo que podría tranquilizarte. Cuando los ancianos guardan secretos, siempre tienen un motivo muy poderoso. La transparencia siempre ha sido parte de su sabiduría.