Al cuarto día de su viaje, el cansancio comenzaba a hacer mella en el grupo, pero el ánimo se mantenía firme a medida que se aproximaban a su destino. La vista de las primeras fincas agrícolas y ganaderas era una señal clara de que se acercaban al Gran Arauco, la ciudad que marcaba el fin de su travesía y, quizás, el comienzo de una nueva. A pesar del agotamiento, había un sentimiento de logro entre ellos, una sensación de que estaban a punto de alcanzar una meta importante.
Desde el incidente con Quaras, el camino había sido tranquilo. Catriel, Victor y Kalkin habían aprovechado el tiempo para hablar sobre sus experiencias, compartiendo conocimientos y fortaleciendo su vínculo como compañeros de viaje.
El Gran Arauco, situado en el corazón del Wallmapu, se extendía entre la majestuosa cordillera y el vasto mar, un entorno que eliminaba la necesidad de murallas o fortificaciones. Su ubicación estratégica le proporcionaba una defensa natural, y su arquitectura reflejaba una mezcla de tradiciones y algunos elementos modernos, otorgándole un carácter único y fascinante.
A medida que se acercaban a la Gran Arauco, el número de personas en los caminos aumentaba notablemente. Adultos y niños por igual se detenían a observarlos; los adultos con expresiones de reconocimiento y los niños con miradas de curiosidad y entusiasmo. Parecía que las noticias sobre la travesía del grupo habían llegado a la ciudad antes que ellos. Al cruzar la frontera, los oficiales de policía los saludaron con gestos de admiración y respeto, abriendo camino sin mediar palabra. Los jóvenes intercambiaron miradas de sorpresa y pudor, sonriendo ante la inesperada bienvenida.
Victor, que nunca antes había estado tan al sur, observaba con asombro la ciudad. Los gigantes árboles que rodeaban y se entremezclaban con las construcciones daban la impresión de una ciudad erigida en medio de un bosque ancestral. La armonía entre la naturaleza y las edificaciones era algo que nunca había experimentado en la vida urbana de la ciudad central.
—Primero iremos al cuartel —anunció Catriel con decisión—. Vamos a encontrarnos con mi padre.
Caminaron durante algunos minutos hacia el cuartel. A medida que se acercaban, el sonido resonante de las trutrucas comenzó a llenar el aire, anunciando la llegada de visitantes importantes. El toki de Gran Arauco, Namunkura, estaba listo para recibirlos. Al ver a su padre, Catriel se inclinó en señal de respeto, y Victor y Kalkin siguieron su ejemplo.
—Levántate, fotum—dijo Namunkura acercándose a ellos.
En un gesto lleno de emoción y sin necesidad de palabras, Namunkura abrazó fuertemente a Catriel. Kalkin y Victor observaron la escena con respeto.
—Mari Mari, Chachay Namunkura —saludó Kalkin, inclinando su cabeza.
—Mari Mari, Chachay —repitió Victor, imitando el gesto.
Namunkura asintió con una expresión de alivio y orgullo en su rostro.
—Bienvenidos a todos —dijo con voz firme—. Estaba preocupado por ustedes. Ahora puedo estar tranquilo sabiendo que están a salvo. Entremos, muchachos. Creo que tienen mucho que contarme.
Una vez en la oficina de Namunkura, Catriel comenzó a relatar detalladamente su travesía hasta Gran Arauco, haciendo especial hincapié en el reciente incidente con Quaras.
—¿Quaras? —preguntó Namunkura, frunciendo el ceño en señal de desconcierto—. No he oído hablar de él. ¿Dices que poseía un poder que nunca antes habías visto?
—Así es —confirmó Catriel—. No se parecía en nada a las artes antiguas que solemos usar.
—¿Un Kalku? —inquirió Namunkura, su voz revelando un matiz de preocupación—. Hace mucho tiempo que no se ven. En el Viejo Mundo había muchos de ellos, conocidos como brujos. Pero fueron exterminados, parte de lo que llamaron la Santa Inquisición.
—¿Kalku? ¿Las artes oscuras? —preguntó Kalkin, sorprendido.
—Sí, son practicantes de las artes oscuras —explicó Namunkura—. Pero estas están prohibidas tanto en nuestra nación como en el Viejo Mundo.
Tras un breve silencio, Namunkura reflexionó un momento antes de añadir:
—Es poco probable que fuese un Kalku; de ser así, dudo que hubiesen sobrevivido.
—Yo también lo creo —intervino Catriel—. Pero creo que la razón por la que sobrevivimos es por el anillo de Víctor.
Víctor extendió su mano, mostrando el anillo a Namunkura.
—Creo haber visto estos símbolos antes —murmuró Namunkura, examinando el anillo con detenimiento—. Pero, ¿qué sucedió exactamente con el anillo?
—Empezó a brillar intensamente y Quaras detuvo su ataque —explicó Víctor—. Dijo que el anillo me protegía.
Namunkura permaneció pensativo un instante antes de hablar:
—Jóvenes, creo que es hora de descansar. Los ancianos probablemente sepan más sobre este asunto. Ya he informado sobre su llegada y los longkos de diferentes comunidades ya deberían estar en camino. Mañana tendremos respuestas.
Los jovenes asintieron e iniciaron la marcha.
Catriel, Víctor y Kalkin avanzaban por el sendero que conducía a la casa de Catriel. Allí, bajo la sombra de los árboles añosos, les esperaban la madre de Catriel y sus hermanas mayores, Kuyenllangka y Kalfulafken.
A medida que se acercaban, Kuyen, con los ojos brillantes de emoción, emergió desde la casa y corrió hacia ellos. Catriel, sorprendido por la efusividad de su hermana, apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de ser envuelto en un abrazo.
—Calma, ya estoy aquí, Kuyen —dijo Catriel, su voz teñida de cariño.
—Catriel Ñoi —respondió Kuyen, con alivio—. Estaba muy preocupada.
—Mari mari lamgen, Kuyen —intervino Kalkin con un gesto de asentimiento.
—Mari mari lamgen, Kalkin, Fücha kuifi —replicó Kuyen.
—Así es, mucho tiempo ha pasado —responde Kalkin.
La mirada de Kuyen se posó entonces en Víctor, y Catriel notó la curiosidad en sus ojos.
—Él es Víctor, el chico de la ciudad —presentó Catriel.