En el gran salón del ayuntamiento del Gran Arauco, ya se encontraban reunidos los representantes de distintas facciones. Las delegaciones de los pueblos Mapuche, Kawesqar, Aonikenk, Huilliche y, en esta ocasión, también el pueblo Pikunche, se hacían presentes. La atmósfera estaba impregnada de solemnidad, cada grupo portando los distintivos de su cultura.
La delegación Pikunche, perteneciente en su totalidad a la facción ancestral, se disponía a poner al día sobre las noticias de Nueva Extremadura al resto de los integrantes del consejo de ancianos.
—Es crucial mantenernos informados de los movimientos en Nueva Extremadura —comentaba uno de los ancianos, su voz resonando con gravedad en el salón.
Namunkura, observando la reunión con perspicacia, deducía que el tema a tratar requería de especial discreción. No era una convocatoria tan amplia como un Koyang, lo que implicaba la necesidad de abordar asuntos de delicada importancia.
Catriel, Víctor y Kalkin ya estaban allí desde temprano, y su presencia no pasaba desapercibida. Los tres jóvenes acaparaban las miradas de los presentes, sus figuras destacando entre la multitud de líderes y sabios. La curiosidad se reflejaba en los ojos de quienes los observaban, conscientes de la relevancia que estos jóvenes podrían representar para el futuro de sus pueblos.
Conforme el reloj avanzaba, se aproximaba la hora acordada para la importante reunión. Entre los asistentes, el Longko más longevo pertenecía al pueblo Kawesqar, un grupo que en tiempos pasados había mantenido una cultura independiente. Hoy en día, este pueblo había adoptado muchas influencias mapuches y formaba una gran comunidad junto con los que se consideraban o habían sido conocidos como Chonos y Cuncos. En el pasado, habían tomado la decisión colectiva de adoptar el nombre Kawesqar, probablemente debido a que eran el grupo más numeroso.
Dado su estatus como el más veterano, el Longko del pueblo Kawesqar sería el primero en tomar la palabra. Este respetado líder se llamaba Uruchkech, un hombre cuya sabiduría era tan profunda como su edad. Con actitud tranquila, se puso de pie, captando la atención de todos en la sala.
En un amplio salón adornado con símbolos ancestrales y bajo la atenta mirada de los líderes de los distintos clanes, el Longko Uruchkech, de estatura imponente, se puso de pie. Con una mirada que reflejaba la firmeza de su liderazgo, comenzó su discurso:
—Mari Mari Kom pu che, —saludó con respeto— Hoy, me dirijo a ustedes no solo como su Longko, sino como un anciano que ha visto el cambio de las estaciones, las tormentas y las calmas de nuestro pueblo. Quiero recordarles el camino que hemos recorrido juntos, un camino que ha entrelazado nuestros pueblos y culturas, fortaleciéndonos como una gran nación. Pero este estado de unidad no siempre fue así.
Hizo una pausa, permitiendo que sus palabras resonaran en la sala.
—Muchos de ustedes han leído sobre la gran guerra en los libros de historia, la ven como algo distante, casi legendario. Y no los culpo, pues incluso yo, siendo el Anciano Longko de mayor edad aquí presente, apenas recuerdo esa guerra. Pero es crucial recordar que no siempre fuimos un pueblo unido. Hubo una época en que las luchas entre clanes eran nuestras realidades diarias, un tiempo en que nuestra prosperidad actual era solo un sueño distante.
Miró a su alrededor, captando la atención de cada líder presente.
—La guerra, aunque oscura y llena de tristeza, trajo consigo cambios significativos. Nos enseñó el valor de la unidad, la fuerza que reside en la cooperación y la paz. Pero hoy, debo hablarles de un futuro que se avecina, un futuro que podría traer nuevos conflictos, tal vez incluso la guerra. No es algo que deseemos, pero podría ser inevitable.
Uruchkech se detuvo, su expresión era seria, casi solemne.
—Hoy, más que nunca, debemos mirar hacia el futuro con ojos de unidad y propósito. Nuestra historia nos ha enseñado que juntos somos más fuertes, que nuestra diversidad es nuestra mayor fortaleza. Debemos prepararnos, no solo para defendernos, sino para preservar la paz y la prosperidad que hemos logrado juntos.
Uruchkech se giró hacia los jóvenes reunidos en la sala, su mirada serena captando la atención de cada uno.
—Joven Víctor, es posible que te preguntes por qué un joven de la ciudad es convocado ante unos viejos extraños en el Wallmapu —comenzó con una voz que resonaba en la sala.
Víctor asintió en silencio, con interés evidente en las palabras que el anciano estaba por pronunciar.
—Estoy seguro de que estás consciente del daño que la Capitanía está infligiendo a la Pachamama. ¿Te has preguntado alguna vez por qué lo sientes tan profundamente? —Uruchkech lo miró fijamente.
Víctor mantuvo su mirada sobre Uruchkech, vacilando antes de hacer un gesto de negación, indicando que no tenía una respuesta.
—Catriel, estoy seguro de que también te preguntas por qué fuiste escogido —Uruchkech cambió su enfoque hacia el guerrero mapuche. Catriel miró a Víctor, luego a su padre y a Kalkin, consciente de su habilidad, pero también de que no era el weichafe más poderoso.
Tras un momento de reflexión, Víctor rompió el silencio con una pregunta que parecía pesarle:
—¿Cómo sabe que soy yo a quien buscan?
El anciano longko lo observó, permitiendo que un silencio pensativo llenara la habitación antes de hablar:
—Yo no tengo dudas, tus ojos evocan recuerdos que tenía olvidados. Pero hay algo que disipará sus dudas. Ambos díganme, ¿cuántos ciclos del sol han presenciado?
—Veinte —respondieron al unísono Catriel y Víctor.
Catriel, intercambiando una mirada cómplice con Víctor y luego con Uruchkech, expresó:
—Puede que no sea más que una coincidencia.
Con un semblante impregnado de seriedad, Uruchkech inquirió:
—Ahora, revelen el día de vuestro nacimiento.
—Fui concebido en la septuagésima segunda noche del Walün, durante el antü tripantü —declaró Catriel con reverencia.