Tierras Del Norte

Alaska, Tierra Salvaje

Visto a través de una de las minúsculas ventanas del Boeing 747 que me lleva de Anchorage a Juneau, el paisaje que veo entre la niebla es solitario, yermo y helado. Una espesa capa de nubes cubre la costa, pero de vez en cuando se abren amplios claros y puedo distinguir lenguas de hielo kilométricas que acaban muriendo en el mar. Aquí y allá, a intervalos, aparecen algunas montañas de casi seis mil metros de roca y hielo que se elevan por encima del mar de nubes. Estoy en Alaska, la tierra del hielo, los osos y el oro. Donde el hombre, el ser más insignificante de los que aquí habitan, intenta domar una tierra salvaje, indómita y peligrosa. Alaska, la última frontera. Donde la naturaleza aún es naturaleza.

La primera impresión que tengo de Alaska es la que tiene todo el mundo que asocia el nombre con el de una tierra fría: extensiones sin límite de hielo y roca, de largos glaciares y cumbres barridas por vientos huracanados. Una inmensidad rugosa de altas montañas, muchas de las cuales ni siquiera han sido bautizadas. Grande como un subcontinente, si cogiéramos su silueta y la superpusiéramos sobre un mapa de Europa, Alaska tocaría Florencia, Estocolmo, Belfast y Atenas, pero pese a ser el estado más grande de Estados Unidos es también el menos poblado, con poco más de 700.000 habitantes.

Y también es el estado más desconocido. Posiblemente porque las condiciones meteorológicas solo son favorables una cuarta parte del año, o tal vez porque queda muy lejos del resto de los estados, Alaska ha sido y es la gran olvidada de la Unión. Los Lower48, como llaman a los estados del sur, contemplan a Alaska con recelo. Ven sus riquezas y las anhelan, pero temen su tierra salvaje, su clima hostil y su frío mordaz.

Quiero conocer la Alaska real, alejada de los tópicos, precisamente para comprobar si estos están fundados en la razón o tan solo son prejuicios creados desde la ignorancia. Quiero caminar por las tierras salvajes, conocer de primera mano los testimonios de sus habitantes, revivir la historia a través de sus monumentos y de sus personajes.

Lo comienzo a hacer tan solo con bajar del avión en el pequeño aeropuerto de Juneau, la capital de Alaska, con el primer animal salvaje: es un oso pardo. Grande, peludo, con largos colmillos sobresaliendo de una gran boca abierta y con las patas delanteras levantadas amenazándome con las uñas afiladas. Retrocedo instintivamente. El oso no se mueve, y cuando me acerco veo que bajo sus patas hay una pieza de bronce con el nombre del cazador y la indicación de dónde mató al animal. Al final, el nombre del taxidermista, el auténtico artista de Alaska. Cualquier espacio público de Alaska se puede utilizar para mostrar estas macabras obras de arte: aeropuertos, bancos, bibliotecas o hasta supermercados son las improvisadas galerías donde se exponen los animales disecados por las hábiles manos de los taxidermistas. Un pequeño oso de color canela, un inmenso grizzly erguido sobre sus patas traseras, una oveja de Dall de pelaje blanco y cuernos retorcidos o unos cuantos pájaros de patas largas son solo unos cuantos ejemplos de la multitud de especies que decoran las salas públicas y privadas.

Esto es Alaska, tierra salvaje.

 



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En el texto hay: viaje, america, alaska

Editado: 17.02.2022

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