Yendo hacia el albergue en el que pasaré la noche, en la parte alta de la ciudad de Juneau, sigo la empinada calle de Main Street hasta la 5th Street, flanqueada a ambos lados por casas solitarias de dos o tres pisos, revestidas de madera de colores chillones y con coches gigantescos aparcados delante de sus portales. Algunas de estas casas son viejas, y datan de la misma fundación de Juneau. Esparcidas entre estas casas centenarias, se hallan unas cuantas iglesias muy antiguas. En un radio de cuatro calles cuento tres: la iglesia de la Sagrada Trinidad, la catedral de la Bendita Virgen María y la iglesia de San Nicolás.
De las tres, la más interesante es la de san Nicolás. Es de paredes de madera pintada de blanco con ventanas de marcos de color azul cielo. Pero aparte del color chillón, lo que es más espectacular es la planta arquitectónica: tiene ocho caras, una por cada uno de los días de la semana más la octava por el día del Señor según la liturgia ortodoxa rusa. El tejado de vertientes inclinadas está coronado por una cúpula bulbosa dorada rematada por una cruz rusa. La iglesia fue construida a finales del siglo xix por los indígenas tlingit con la ayuda de los mineros de origen eslavo, para tener un lugar de oración para la práctica de la ortodoxa rusa que era, entonces, y lo sigue siendo en la actualidad, la religión de mayor seguimiento entre los indígenas del sureste de Alaska.
Tenemos que remontarnos al descubrimiento de Alaska para entender la presencia de la iglesia rusa en territorio americano: Alaska fue descubierta por los rusos. El gran explorador danés Vitus Bering, que trabajaba comisionado por el zar Pedro el Grande, descubrió ya durante su primera expedición de 1728, que Siberia y América estaban separadas por un mar. No vio la tierra que había más allá a causa de la niebla y el mal tiempo, pero sabía que no había continuidad entre los dos continentes. Posteriormente, los cartógrafos homenajearon al gran explorador bautizando el trozo de mar que separa los dos continentes más grandes del globo terráqueo con el nombre de estrecho de Bering.
Bering consiguió volver a San Petersburgo para informar al zar y, con el apoyo de este, en 1733 volvió a marcharse con la misión de explorar con más profundidad aquella nueva tierra. La expedición comenzó por tierra y la formaban más de diez mil hombres que tardaron siete años para cruzar toda Siberia y llegar a Kamchatka. Bering llegó a la costa del Pacífico de esta península y construyó dos barcos, el San Pedro y el San Pablo. Allí donde estuvieron las atarazanas improvisadas, fundó una ciudad que bautizó en el nombre de los dos barcos: Petropavlovsk.
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