Desde la recientemente fundada Petropavlovsk, en la Kamchat-ka rusa, en 1741 Vitus Bering y parte de sus hombres se hicieron a la mar dirigiéndose hacia el Este. Una tempestad separó los dos barcos de la expedición cerca de las brumosas islas Aleutianas. El San Pablo, comandado por Alexei Chirikov, llegó hasta una tierra cubierta de píceas, y el capitán envió a tierra once hombres para inspeccionar el terreno. Ninguno de aquellos hombres volvió. Chirikov envió ocho marineros más para investigar, pero cuando pasaron los días y ni estos ni los otros hombres habían vuelto al barco, Chirikov ya no quiso desembarcar y decidió volver. Al cabo de unos años, circularía entre los indios tlingit una leyenda que hacía referencia a la llegada de unos hombres blancos. Explica la historia que un feroz guerrero tlingit vestido con piel de oso eliminó uno a uno a los recién llegados. A su retorno a Petropavlovsk, Chirikov aún perdió veinte hombres más a causa del escorbuto.
El destino del San Pedro, capitaneado por Bering, resultó en un inicio más prometedor. El 15 de junio de 1741, llegó a la isla de Kayak, cerca de la que después sería la ciudad de Cordova, en Alaska. Bering no pudo desembarcar en la isla, pero sí que lo hicieron algunos de sus hombres, entre ellos el alemán Georg Wilhelm Steller, que viajaba en la expedición como naturalista. Steller reconoció entre los pájaros que se paseaban por los árboles de la isla un primo del arrendajo azul americano, y esta fue la primera prueba tangible de que la expedición había llegado realmente al Nuevo Mundo desde el Oeste. En honor de aquel descubrimiento, el Cyanocittastelleri, de cola y alas de azul cobalto y el cuerpo y la cabeza crestada de color negro se conoce hoy en día como arrendajo de Steller. Steller, además, también da nombre a otros dos animales: una especie de eider y el león marino de Alaska.
La isla de Kayak no estaba habitada por ninguna tribu indígena, y eso permitió que la tripulación del San Pedro pudiera avituallarse de agua fresca para el viaje de retorno a Kamchatka. Pero en la isla y en el resto de la costa que exploraron no encontraron comida y, con una tripulación cada vez más debilitada por el hambre y el escorbuto, Bering decidió volver a Kamchatka. Él no llegaría nunca. El San Pedro naufragó en la isla que desde entonces lleva el nombre del explorador, y él mismo y unos cuantos de sus hombres perdieron la vida. El resto de la tripulación consiguió pasar el invierno de mala manera, principalmente gracias a la caza de nutrias marinas, que no tenían miedo del hombre y que les proporcionaron alimento y ropa de abrigo. La primavera siguiente, los supervivientes construyeron una nueva embarcación con los restos del naufragio y llegaron a Kamchatka unos meses después.
Algunos de aquellos supervivientes del San Pedro regresaron a San Petersburgo con los recuerdos de aquella odisea, y entre estos souvenirs, los abrigos hechos con las pieles de las nutrias que habían matado. Aquellas pieles finísimas no pasaron inadvertidas para los peleteros de la capital rusa, que vieron un potencial enorme y comenzaron a enviar expediciones a Alaska para volver con más pieles de nutria. Pronto, la nueva tierra se llenó de mercaderes que intercambiaban o compraban pieles a los nativos. Se fundó la Compañía Ruso-americana, que tenía el monopolio de la peletería y, arrastradas por esta, las ciudades en el nuevo territorio comenzaron a florecer y a crecer. La llegada de los primeros misioneros ortodoxos marcó el inicio de una época de estabilidad y de paz, ya que la religión y los matrimonios interraciales permitieron que los indígenas aceptaran a los rusos sin demasiados tropiezos.
Aquellos misioneros rusos lo hicieron tan bien que aún hoy la religión ortodoxa es la que tiene más fieles en Alaska, y es gracias a estos que en más de ochenta comunidades nativas se mantiene el legado cultural de la América rusa.
Editado: 17.02.2022