El reinado ruso sobre Alaska solo duró 126 años. A finales de la década de 1860, el Imperio británico se estaba extendiendo por todo el mundo bajo la enorme influencia de la reina Victoria. Canadá estaba tomando forma y sus fronteras occidentales con Estados Unidos comenzaban a estar en disputa. Los rusos habían perdido recientemente la Guerra de Crimea con los ingleses y estaban preocupados por la vulnerabilidad de sus costas del Pacífico. Alaska estaba demasiado lejos y los rusos no podían controlarla bien.
Tarde o temprano, aventureros y buscafortunas americanos comenzarían a remontar la costa hacia Alaska y se establecerían allí. Era necesario vender la tierra mientras todas las potencias aún la consideraran rusa. Rusia no ofreció Alaska a Canadá, su vecino natural. Este dependía de la corona inglesa, y el zar la consideraba ya demasiado potente. Por eso, los rusos ofrecieron Alaska a los Estados Unidos, a quienes les unía un reconocimiento moral, ya que, durante la Guerra de Crimea, los políticos americanos habían intervenido en las diferentes cortes europeas defendiendo la posición y las razones morales de Rusia durante el conflicto.
El 30 de marzo de 1867, el secretario de estado William H. Seward firmó el contrato con los rusos para la compra de Alaska por 7,2 millones de dólares de la época (al precio de 2 centavos por acre). En aquellos momentos, la opinión pública americana le tildó de irresponsable. ¿De qué serviría aquella tierra congelada?, se preguntaban la mayoría de diarios de la época. ¿Era necesario hacer un gasto tan importante cuando se acababa de salir de una guerra civil? Nadie recordaba que la compra de Luisiana había sido mucho más cara, y nadie se quejaba ahora de que Estados Unidos poseyese aquella extensión de terreno.
El desconocimiento de las posibilidades del nuevo territorio combinado con su lejanía, sin embargo, creó entre los americanos una animadversión tan considerable contra el secretario de estado que muchos de los diarios de la época llamaron a la nueva adquisición la Locura de Seward, o el Congelador de Seward. Otros diarios, más en contra de la idea que de la persona, se referían a Alaska como Walrusia (haciendo un juego de palabras entre «walrus», morsa en inglés, y Rusia).
El tiempo se ha encargado de dar la razón a Seward. El oro y el petróleo han convertido a Alaska en la niña de los ojos de América y actualmente cada último lunes de marzo los habitantes de Alaska celebran orgullosos el Seward’s Day. En cambio, a los rusos les rechinan los dientes cuando se acuerdan de aquella venta tan barata. Hasta el político nacionalista ruso Vladimir Zhirinovsky pidió anular aquella venta como punto de partida en su cruzada por reconstruir el Imperio ruso. No hay nada que hacer porque el recibo, el cheque de compra y el tratado firmado están bien guardados bajo llave en los Archivos Nacionales de Washington D.C. Los Estados Unidos fueron los que acabaron ganando más en la compra de Alaska, pero no se puede negar que lo hicieron todo legalmente.
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