- Ustedes lo han notado, no –habló un enorme hombre sentado en su trono blanco.
El extraño hombre que respondía al nombre de Apolo, debatía junto a dos personas vestidas con un traje de látex blanco, los tres alrededor de una mesa de m etal brillante en medio de, lo que parecía ser, la nada.
- ¿Acaso creen que sea él? –dijo el hombre de pelos en punta.
- Todo indica a que si –le respondió una mujer con una gran cabellera blanca.
Parecía ser una reunión muy importante entre seres de alto rango, los tres daban la pinta de ser seres mitológicos como los dioses griegos o los dioses nórdicos, pero estos eran más... actualizados.
El hombre de pelos en punta llevaba una especie de tableta muy adelantada a nuestra época, incrustada dentro de su gran mano derecha; en ella manipulaba veía un extraño código que dictaba: «Planeta 150378 / Dimensión CA-101-VU».
En cambio, la mujer, parecía fijar su mirada completamente en Apolo como si estuviera esperando una respuesta de él.
Apolo llevaba una gran bata blanca que le asemejaba a la imagen de dios que todos tenemos clavada en nuestra imaginación. Y así como Dios, él también tenía una gran barba blanca que se la frotaba mientras meditaba lo sucedido.
- Helio (le dijo al chico con los pelos en punta), Atelea (le dijo a la joven con cabello blanco); estamos presenciando el nacimiento de una nueva especie celestial.
- Acaso no lo ve, señor. Si ese niño sigue paralizando el tiempo cuantas veces quiera, Olopa adelantará su llegada y todos seremos condenados –bufó Atelea con los brazos cruzados.
La joven mujer parecía estar más preocupada que sus otros dos hablantes. Helio guardaba la compostura ante todo mientras examinaba la tableta de su mano, y Apolo miraba la nada con cierta admiración.
- No me pidas que lo elimine, Atelea. No lo he hecho con ustedes y menos lo haré con él -le respondió Apolo atravesando el alma de Atelea con solo su mirada.
- Pero, señor...
- Calla Atelea. Él ha hablado, no mataremos al chiquillo –cortó Helio– Pero entonces... ¿Qué haremos con él, padre?
Apolo soltó todo el aire que tenía en los pulmones (si es que tenía pulmones), y cerrando los ojos creó un gran holograma encima de la mesa: galaxias, planetas, estrellas; retrataba todo un universo en aquellas imágenes.
- Helio, helio, helio –sacudió la cabeza Apolo– No debemos hacer nada por el momento. Sé que es un peligro para todos, pero..., dejemos que madure en la tierra CA-101-VU, quiero tener a un humano entre mis filas, y que mejor que dejarlo vivir entre la humanidad para que la logré comprender como ninguno de nosotros lo ha hecho.
- Pero eso sería contraproducente, señor –habló Atelea con cierta arrogancia.
La joven sacudió su mano atravesando el holograma y disipándolo como si fueses simple humo blanco.
- Si le dejamos vivir entre los humanos, le será más difícil traerlo aquí por las buenas. Acaso piensa cambiar la realidad para que él, le diga que sí.
- Ya estoy viejo, Atelea. Deja que todo siga su ritmo habitual, tú solo limítate a disfrutar del espectáculo.
- Si le llamas espectáculo a nuestra próxima destrucción, pues lo disfrutaré muy bien para serte sincera...
Al buscar la mirada de Helio, Atelea vio que a este no le había hecho ni pizca de gracia su comentario, tragándose sus palabras y guardando silencio como si fuera una pequeña niña regañada.
- Está bien, padre. No le haremos nada a ese niño hasta que nos dé la señal. Vámonos Atelea.
Helio se llevó a Atelea fuera del lugar, desapareciendo entre un denso humo que servía de puerta de salida. Apolo se quedó solo nuevamente, y cerrando sus ojos otra vez, proyecto el holograma del planeta tierra de la dimensión CA-101-VU.
Veía como un pequeño niño de no más de 10 años ayudaba a otro niño de su misma edad, a ponerse de pie. El primer niño llevaba una gran herida sangrante en el brazo derecho, como si fuera una gran cortada. A lo que Apolo dijo:
- Veremos que tal te va..., mi pequeño Hipólito.