Toc - Trastorno Obsesivo Compulsivo

Paso 23

Nino

El minuto de hacer formal mi vida, y mi relación, con Manu frente a mi familia, había llegado, y por supuesto, nada de lo que pudiese acontecer sería dejado al azar, lo que me exigió planificar con detalle —y bajo supervisión constante— el momento en que llamaría a mis padres, momento para el que Manu llevaba casi un mes practicando. Sin embargo, en el segundo exacto en que cogí el teléfono, su cuerpo comenzó a funcionar por sí mismo, yendo de un lado a otro en nuestra pequeña sala, con sus dedos temblorosos y una expresión de pánico que no se borró de su rostro hasta que colgué. Y aunque Mamá no era de charlas breves, el estado de horror en que estaba Manu, me obligó a ir al grano y dejar la conversación para cuando nos viéramos a los ojos.

—Hola, sí, estoy bien. Llamaba porque quiero visitarlos el fin de semana, ¿qué les parece?

Ya con ese sorpresivo anuncio de visita, mi madre comenzó a sospechar, guardando un silencio al que ni ella, ni yo, ni mi padre, ni Manu, estábamos acostumbradas. Es decir, si hay algo que mamá y yo sabemos hacer bien, es hablar, a tal punto, que hubo meses en que nuestro plan de dos mil minutos se nos hizo poco para todo lo que teníamos que decirnos, aunque muchas de esas cosas no fueran en absoluto importantes como la que debía anunciar:

—¡Ah, me olvidaba! Iré con mi novio, que por cierto, vive aquí.

No sé si mamá se puso feliz, o triste, y no me importaba realmente, ya que solo podía enfocarme en Manu, que estaba a punto de desmayarse en el sofá, histérico. Él siempre era encantador y dulce, pero verlo así superaba todos los límites. ¡Le aterraba conocer a mi familia! Y no era el momento preciso para recurrir a mi broma sobre mi padre y sus celos.

Tan pronto como pude me abracé él, aun cuando su cuerpo todavía temblaba, pero era tal su nerviosismo, que su primera reacción fue escapar incluso de mi contacto. Tuve que acariciar su cabello poco a poco, hasta que lograra volver a mis brazos, para explicarme con temor, lo mucho que temía ser juzgado.

—Ellos se darán cuenta de que no soy suficiente —murmuró.

Manu ya me había contado sobre las innumerables ocasiones en que su padre lo obligó a practicar para concursos de pintura, y de lo mucho que repetía que su esfuerzo no era suficiente para él, o para los jueces, hasta crecer seguro de que daba igual lo que hiciera, pues jamás estaría a la altura de los demás. Esa frase, Manu la llevaba grabada en su corazón, y por más que intentara, la barrera que las exigencias de su padre le provocaron, era indestructible para mí. A veces, Manu lograba olvidar, o lo escondía, pero al final de la jornada, todas sus inseguridades estaban ahí, esperando salir, durmiendo en los recuerdos de su infancia caótica y solitaria, en donde lo único que hizo, fue tratar de agradar a quienes más amaba.

Esa noche, y las que antecedieron a nuestra visita, Manu durmió intranquilo, apegándose a mi cuerpo como si buscara consuelo. Con el tiempo, comprendí que aquello que buscaba era aprobación, y entenderlo me rompió el alma, pues era incapaz de imaginar su sufrimiento cada vez que sentía que fallaba. Lo único que podía hacer para ayudarlo, era repetirle que lo magnífico que era, que no solo se limitaba a ser un gran artista, sino también un ser humano como pocos, y me encargué además, con mucho esmero y agrado, de enumerar sus abundantes cualidades día a día, enfocándome en todo aquello que me enloquecía sobre él. Sin embargo, toda esa improvisada terapia, no consiguió que llegara a casa de mis padres más tranquilo.

El viaje en tren había sido una odisea: Manu volvía a llevar guantes, y apenas se movía, para no tocar nada que pudiese estar contagiado de algún extinto virus mortal. Además, casi no me miraba, y podría asegurar que estuvo a punto de devolverse al camino antes de que golpeáramos la puerta de la casa en que crecí. Por fortuna, mi madre era dueña del grandioso don de tranquilizar a cualquiera, y nada más al verlo, lo abrazó.

—Manu, ella es Ester, mi madre —dije, cuando él era aprisionado por sus fuertes brazos campesinos.

Papá entró desde la cocina, me abrazó con el mismo cariño de siempre, y luego ofreció otro gran abrazo a Manu, quien inmediatamente después de recibirlo, se relajó.

Así estuvimos por casi una hora, en que mi madre nos abrazaba uno y otra vez, repitiendo sin pudor alguno que estaba segura de que yo aparecería en cualquier momento con una novia, y por lo mismo, le sorprendía muchísimo lo guapo que era mi novio, tan caballero y amable.

La verdad, me preocupaba un poco la percepción que Manu pudiese formarse de mi familia, pues como en toda casa de campesinos y trabajadores, somos todos muy humildes. El lugar donde crecí no se asemeja en nada a la casa en la que él lo hizo. Nuestro baño no brilla cada vez que enciendes la luz, y la cerámica ni siquiera alcanzó para cubrir el piso por completo. ¿Cómo sobrevive una persona con TOC a una habitación en dónde sucede algo como eso? Y ni hablar de los cubiertos, en donde todos y cada uno forman parte de algún viejo juego que se perdió en los paseos de la escuela, o la pintura de nuestro cerco, que no se ha retocado desde que entré a la universidad, y las ventanas descuadradas que apenas cierran, y las tejas agrietadas por el terremoto y que nunca fueron repuestas, y la piscina que mi padre jamás terminó, y las fotos desteñidas, y la vida entera, que parece llevarse gustosa un recuerdo de cada rincón de hogar. Y es que en mi casa, las prioridades siempre fueron otras. Jamás nos importó el orden, ¿cómo podría, si mi padre volvía del campo con sus botas cubiertas de barro, y los perros no obedecen órdenes y se meten a dormir a tu cama, y las gallinas se creen con el derecho de entrar a la cocina en busca de maíz? En mi casa, lo único que importaba, era que estuviéramos juntos, que nos divirtiéramos, que nos amáramos. Ante esa realidad tan distinta a la de Manu, no pude evitar preguntarme si su vida habría sido distinta si hubiese nacido en una familia como la mía. No porque pensara que su TOC no se hubiese desarrollado, sino porque lo habríamos esperado el tiempo que fuera necesario. Nadie lo habría obligado jamás a nada, y nunca habría llegado a pensar que su existencia no era suficiente para algo o alguien. En casa, todos importábamos, y lo único que se esmeraron en hacerme comprender mis padres, era eso. Tal vez por lo mismo tenía tan poco apego por lo material, y me centraba en disfrutar la vida, aunque es probable que la forma en la que me estaba dedicando a disfrutar, antes de que Manu apareciera, no fuera la más adecuada, segura y saludable.




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