Toc - Trastorno Obsesivo Compulsivo

Paso 30

Nino

Desde que recibí el título profesional que no regresaba a la universidad. La odiaba, y ni siquiera tenía una razón de peso para hacerlo. La verdad es que asumo que cuando perdí a Manu, perdí también mucha de mi ingenuidad, y me convertí en una persona que odiaba más de lo que debía. Qué extraño es sentir que una persona alberga todo lo bueno de ti.

Esa tarde recorrí el camino que acostumbraba mientras era estudiante, y me detuve con asombro frente a la cantidad de gente que salía de la galería, todos comentando lo fabuloso que era el artista y la forma en que plasmaba sus sentimientos en la tela; y oír sus comentarios solo hizo que sintiera tanto orgullo como pánico. Manu había crecido, era un profesional que exponía su arte en la más importante galería de la ciudad, mientras yo temblaba titubeando ante la posibilidad de que un exnovio me hubiese olvidado o no deseara verme. ¿En qué minuto algo así se había convertido en algo tan importante para alguien como yo? Estaba enojada conmigo misma por sentirme diminuta ante algo que siempre logré manejar con absoluta tranquilidad. Una vez más, y sin darme cuenta, pasaba por alto que Manu era incomparable. ¿Cuántas veces lo subestimé pensando que era como cualquier otra persona? Él no era, ni sería jamás un hombre como todos, y nuestra relación o los recuerdos de ella, no serían jamás como los de cualquier otra experiencia.

Intenté parecer decidida cuando caminé hasta la puerta y me detuve ¿Cómo iba a reaccionar cuando lo viera? ¿qué debía hacer? ¿era posible que Manu me odiara por la forma en que acabé con todo? Mis manos temblaron cuando encontré la respuesta: él jamás me odiaría, pues Manu era tan bueno que sería incapaz de albergar un mal sentimiento en su corazón. ¿Qué debía hacer entonces? ¿era mejor desistir y que continuáramos con nuestras sus vidas como habíamos hecho hasta ese entonces? ¿cómo me sentiría si verlo solo provocaba algún problema? ¿y si quien me odiaba no era Manu si no Claudia? Un escalofrío recorrió mi espalda de solo imaginar la reacción de su madre al verme. Aunque de todas formas lo merecía.

De pie frente al enorme lienzo que colgaba de las paredes de la pinacoteca universitaria, observé pasar los minutos en mi reloj de pulsera, hasta que fui capaz de levantar la mirada y observar como con grandes y elegantes letras se leía el título de su obra: TOC; más abajo, su nombre.

Manuel Monsalve, leí.

Mi amado Manu. El hombre más puro de la faz de la tierra.

Debo hacerlo, pensé.

La emoción y el nerviosismo me invadían cada vez que avanzaba hasta la puerta, pero el temblor de mis manos y mis piernas me obligaban a regresar. ¿Dónde estaba toda la madurez que había acumulado con el pasar de los años? Al tercer intento, las escuché hablar, y el nudo en mi garganta y en mi estómago se multiplicó.

—¿No te parece que era un poquito lindo el pintor? ¿Te dio su tarjeta?

—Sí, era increíble... ¿el próximo semestre dijo que hará la clase?

—¡Sí! ¡Me muero! ¡Será imposible concentrarse!

Me volteé al escucharlas y sonreí. ¿Un poquito lindo? ¿Un poquito? ¿En serio? Manu es mucho más que eso, me dije; y me sentí tan afortunada por conocer aquella faceta, que tal vez muy pocas personas llegarían a ver alguna vez. Recordé la ternura y la inocencia que emanaban de Manu, sus trazos delicados sobre la tela y sus dedos ásperos —de tanto lavárselos— sobre mi espalda, cada noche, después de prometernos amor eterno y amarnos con devoción exagerada, casi asumiendo la fragilidad de nuestra relación. ¿Cómo fuimos tan estúpidos para no prever el desenlace? ¿por qué no nos detuvimos antes para tomar un respiro y conversar? ¿por qué evitamos el problema hasta que se hizo enorme y nos aplastó?

—¿Por qué tenía que ser así? —me recriminé.

Me sentía culpable de todo, siempre lo había hecho. Mi poca paciencia y mi impulsividad me habían hecho errar el rumbo y entregarme a la vida ordinaria como todas las personas. Yo jamás había deseado algo como lo que vivía. Yo jamás había sido ordinaria. Mi vida soñada no se acercaba en lo absoluto a lo que tenía, y eso no era responsabilidad de nadie más que de mí.

Volví a suspirar, cogí la manilla de la puerta y entré a la exposición, temblorosa. Cerré mis ojos y los abrí con la ansiedad de observar por fin lo que el corazón de Manu tenía que decir: la primera pintura era un paño negro, la segunda también, en la tercera y la cuarta se podía apreciar algo de luz, en la quinta, se divisaban barrotes o algo parecido a una jaula y luz entrando por ellos.

—Así te sentías Manu...— pensé en voz alta mientras entraba al salón principal.

Lo que me recibió fue, según los periodistas, la declaración de amor más encantadora del último tiempo.

En todas las paredes de la galería podía ver mi cara. Hacia donde volteara me encontraba con mis ojos: sonriendo, durmiendo, hablando, cantando, abrazando algo que Manu no retrataba pero que estaba segura, era él. Todas las pinturas estaban llenas de recuerdos de la cotidianeidad que jamás valoré, y de una alegría contagiosa, tal como nuestra vida antes de que todo acabara. La emoción abandonó mi corazón a medida que avanzaba por el salón, solo para envolverme por completo mientras las lágrimas volvían a correr, porque estaba segura de que aquello que presenciaba, no era más que el corazón de Manu. Continué mi camino emocionada hasta dar con las últimas dos pinturas, cargadas de tristeza y angustia: en una había un pájaro enjaulado, con una expresión de dolor que parecía abandonar el lienzo y atravesar el alma de quien observara; y la última, un paño negro en donde la oscuridad aparecía de nuevo.

Me detuve frente al último cuadro y volteé la vista a mis miles de rostros en donde aún lucía joven y alegre, con mis cabellos revueltos y estrambóticos vestidos de lunares que no combinaban en absoluto con mis accesorios. Sonreí con nostalgia al comprender la hermosa forma en que él había decidido recordarme, pero a medida que avanzaba la vista por los cuadros, la angustia y la duda crecían en mí, sin poder dejar de preguntarme quién era ese pájaro enjaulado. ¿Era Manu? ¿Era yo? ¿O éramos los dos, que estábamos presos el uno del otro?




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