Toda una vida ( Trilogía Destino #3) (2014)

CAPÍTULO 17

Eran las cinco de la madrugada y su turno había terminado, se despidió de sus compañeros y se marchó a casa. Cuando entró, todo le resultaba demasiado frío y desangelado. Sólo llevaba dos días sin estar allí y ya la echaba de menos. Se dirigió a su habitación, como siempre estaba todo recogido y ordenado. La última noche que pasó allí estuvo viendo fotos viejas, a Dan le picó la curiosidad y las cogió.

Estaban ordenadas cronológicamente. «No podía ser de otra manera, maniática» En las primeras se la veía a ella con sus padres, sus abuelos. En otras estaba sola, disfrazada de carnaval o en el columpio de su casa. Después encontró muchísimas fotos de Ari, Aitor y de ellos dos, todos juntos. Con el paso del tiempo los dos mayores se fueron alejando y se quedaron ellos solos. Había una foto que le encantaba, fue en aquel verano dónde él le regaló un trozo de coral, Dan estaba sentado en la orilla de espaldas al mar y Nerea lo abrazó por detrás por sorpresa, el momento exacto de la foto es cuando él giró la cabeza y ambos sonreían mientras se miraban. Las siguientes fotos eran de sus cumpleaños y celebraciones de la familia. La última foto de aquel álbum era del último curso del instituto en el que estuvieron juntos, unos meses antes de que todo cambiara para siempre. Era una excursión que hicieron a la sierra y se los ve a ellos y otros tres compañeros más subidos en un tronco en mitad de un río.

Le gustaría tanto volver atrás el tiempo y arreglar todo, pero ya no se podía, tenía que quedarse en esa realidad incierta en la que vivía. Eran las cinco y media de la madrugada, se suponía que debía estar durmiendo y no allí recordando y fantaseando con el pasado. Una idea llegó hasta su mente y sin más salió de casa a realizarla.

Un zumbido seguido de una luz, iluminaban su habitación, no sabía de quién se trataba ya que no podía leer ni la pantalla de su móvil.

—¿Quién es?—preguntó medio dormida.

—¿Estás en tu habitación?

—Sí—respondió bostezando—¿Qué quieres a estas horas?—un sonido en su ventana la distrajo de su conversación, Dan estaba tirando piedrecillas a su balcón—¡Estás loco!

—¿Bajas? Ya sabes, por los viejos tiempos—aunque tenían visión directa uno del otro seguían hablando por teléfono.

—Sí, bajo. Ya sabes donde puedes esperarme—y le colgó.

No podía creer que estuviera viviendo de nuevo aquello. No sabía muy bien por qué, su visita aunque fueran a horas intempestivas, le hacía muy feliz. Tenía que contarle muchas cosas. Poniéndose lo primero que pilló, se calzó unas zapatillas y bajó hasta su punto de encuentro, que no era otro que la parte de atrás de la casa, no había ventanas ni puertas en aquel pequeño recoveco, de esa manera nunca podían ser vistos.

—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar trabajando?—se sentaron el césped.

—Ya he terminado, y estoy aquí porque quiero darte algo que seguro necesitas—sacó del bolsillo una funda.

—¡Mis gafas! ¿Has venido hasta aquí a las seis de la mañana para darme unas simples gafas?

—Pues sí, pensé que como eres una pequeña rata de biblioteca, las necesitarías para hacer cosas.

—Gracias, no era necesario. La verdad que estoy un poco aburrida de no hacer nada.

—¿Y tú como vas? Tienes buen aspecto.

—Sí seguro—respondió con ironía—Venir de dormir a mí me embellece. Me encuentro bien, aunque de vez en cuando me sigue doliendo la cabeza pero esto es así, hasta que todo vuelva a su ser. No te he preguntado ¿Qué tal te va en tu trabajo nuevo? Es que con todo lo que ha pasado, ni me he acordado. ¡Soy lo peor!

—Bien, aburrido pero bien, ocho horas mirando monitores sin ver nada sospechoso ¡Mi sueño hecho realidad!

—Hablando de sueños—se acercó hasta la pared para dejarse caer—No te vas a creer de lo que me he enterado esta noche. Una pista, he soñado años con que se hiciera realidad y al fin lo he conseguido.

—Tú y tus sueños, puede ser cualquier cosa—la imitó y también se dejó caer en la pared, a su lado.

—Haces bien en sujetarte porque si no te caerías para atrás como casi me pasa a mí. Mi madre está embarazada.

—¿En serio? No es ya un poco, no sé… ¿Mayor?—también estaba alucinando como ella cuando se enteró.

—De eso nada, ella es muy joven y está estupendamente. Dentro de cinco meses dejaré de ser hija única, la verdad estoy encantada con la noticia. Después de lo que me pasó a mí es como si me dieran una segunda oportunidad, aunque claro no es lo mismo.

—Entonces a tus años vas a tener un hermanito. Bueno pues ¡Felicidades!—hacía frío e inconscientemente, Nerea se había acurrucado contra él, y el muchacho le pasó un brazo por encima.

—No, no voy a tener un hermanito—él la miró con gesto contrariado—No me mires así, has oído bien. No sólo voy a tener un hermano si no dos ¡Esperamos mellizos!

—¿Mellizos? Pobre Lucía, primero te tuvo a ti un trasto en potencia y ahora espera dos trastos más de golpe—Nerea lo miró enarcando una ceja—Me alegro mucho por vosotros, de verdad.

—Supongo que cuando nazcan los niños, tendré que venirme aquí una temporada para ayudarla. Si un niño da guerra imagínate dos.

Aquella madrugada no tenía luna, en esa calle apenas había luces y las estrellas se mostraban en todo su esplendor, ambos permanecieron callados mirándolas embobados.




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