Los días fueron pasando rápidamente, Nerea seguía con su recuperación, cada día iba a mejor, aunque su verdadera medicina la recibía en su jardín de madrugada. Durante esas dos semanas se vieron en unas cuantas ocasiones, todo seguía igual que antes de que ambos supieran la verdad acerca del otro pero con la diferencia que ahora podían ser espontáneos y no tenían que reprimirse. Esa última noche Nerea decidió que ya era hora de volver a su casa, prácticamente estaba al cien por cien. Comunicárselo a sus padres sería lo difícil.
—Pero hija, quédate unos cuantos días más—como era de esperar Lucía estaba ya con lágrimas en los ojos, la hormonas la tenían todo el día así, por cualquier cosa se emocionaba.
—Os prometí que me quedaría unos días y he estado aquí dos semanas ¡Tenéis derecho a tener vuestra intimidad! Sobre todo antes de que lleguen los dos terremotos. Disfrutad de vuestra libertad, los próximos veinte años los tendréis muy ocupados.
—Pero es que ya estamos acostumbrados a tenerte por aquí, te vamos a echar de menos.
—Papá que no me voy a vivir a Japón que voy a estar aquí mismo—se levantó y lo abrazó por detrás—Si necesitáis algo sólo tenéis que llamarme y estaré aquí enseguida.
Álex quiso omitir que no le hacía ninguna gracia que volviera a vivir con «ese» pero Nerea ya le había dejado claro que ese tema no estaba a discusión que intentara ceder un poco. De todas maneras estaría atento por si pasaba cualquier cosa.
—De acuerdo cariño, si necesitas algo, aquí estamos—le pidió mientras abrazaba a su hija—Cuídate y no hagas tonterías ni esfuerzos, aunque la inflamación haya desaparecido es mejor que vayas con cuidado.
—Te lo prometo—estaba ojeando una agenda. La verdad que desde que estaba allí había perdido la noción del tiempo. Se dio cuenta que estaban a una semana de Navidad—¿Adónde iréis este año por Navidad?
—Pues este año teníamos pensado quedarnos aquí contigo—respondió Álex.
—Por mí no lo hagáis, de verdad. Este es el último viaje que haréis juntos antes de que nazcan los niños y como os he dicho antes el poco tiempo que os quede solos tenéis que aprovecharlo.
—Pero es que no queremos que te quedes sola en Navidad cariño—comentó su madre.
—Mamá, no pasa nada. No penséis en mí, seguro que se me ocurre algún plan para estas fechas. Tenemos muchas navidades por delante.
—Bueno en ese caso, podríamos volver a Verona ¡Me encanta esa ciudad! Es preciosa y muy tranquila ¿Qué me dices?—preguntó mirando a su esposo.
—Que te voy a decir, ya sabes que tú mandas—le dio un beso rápido en los labios.
A Nerea le encantaba que sus padres siguieran igual de enamorados que el primer día, eso era lo que le gustaría tener a ella, un amor para toda una la vida. Que cada día fuera igual o mejor que el primero, sabía que sonaba cursi pero estar enamorada le había puesto su mundo patas arriba.
Se despidió de sus padres, y Lucía de nuevo estaba con el dichoso llanto, ni a ella le gustaba estar así ni a los demás verla. Fingió llamar a un taxi cuando en realidad llamó a su chófer personal que la esperaba una calle más allá de su casa. Durante el tiempo que estuvo convaleciente, pudo comprar un coche de segunda mano que Dan muy amablemente recogió.
En cuanto la vio, bajó del coche rápidamente, Nerea llegó a su altura y se saludaron eufóricamente, sin darse cuenta de que unos ojos curiosos los estaban viendo. Esa no podía ser otra que Lucía. Sabía que algo se cocía entre ese par de locos. Le alegró mucho que su hija luchara por lo que quería. Igual al que no le iba a hacer mucha gracia esa relación sería a su esposo, pero ella no era quién para contarle nada, debía enterarse por boca de su propia hija.
Tras una semana conviviendo oficialmente como pareja, la cosa no podía ir mejor. Nerea seguía recuperándose y Dan se pasaba todo el tiempo junto a ella a excepción de cuando tenía que ir al trabajo. No había sido más feliz en toda su vida, en ese momento tenía todo lo que pudiera desear. Era todo bueno, demasiado bueno y a él le preocupaba que tanta felicidad fuera normal, intentó no pensar en ello pero era inevitable.
Estaban en Navidad, una época en la que toda la familia se reunía. La noche del veinticuatro de diciembre, la pasaron juntos ellos solos, pues cuando todos se reunían era en Nochevieja en casa de Andrea y Miguel.
—¿Cómo es posible que tu madre me haya invitado a su casa esta noche?—sabía que su adorado tormento tenía algo que ver.
—Pues no sé, supongo que sabrá que tus padres siguen de viaje y no quiere que te quedes sola—respondió sin ni tan siquiera mirarla.
—Oh sí seguro—comentó con sarcasmo—¿Le has contado algo verdad?
—Técnicamente no, lo que pasa que mi madre es demasiado lista y ha sacado conclusiones. Pero yo ni lo confirmé ni lo desmentí.
—Entonces…—se levantó del sillón y se acercó a la cristalera—¿Qué hago voy o no? Es que si sabe algo yo me muero de la vergüenza—añadió mientras apretaba la frente contra el cristal.
—¿Por qué? ¿No eras tú la primera que quería contárselo a todos?—se acercó a ella y la volteó hacia sí mismo.
—Sí, de eso no tengas la menor duda—alzó la cara para mirarlo a los ojos—Pero es que todos me conocen desde siempre y no es lo mismo entrar a tu casa como lo he hecho siempre a entrar como tu… novia—agachó la cabeza ruborizada.