Toda una vida ( Trilogía Destino #3) (2014)

CAPÍTULO 21

—¿Te casas? No me lo puedo creer. Tú que eras libre como el viento que jamás te ibas a atar a nadie y mira con quién has terminado—Dan hablaba con su hermano por teléfono mientras leía la invitación que había recibido desde España.

—Ni yo. Pero creo que ha llegado el momento. Se me está pasando el arroz tengo cuarenta y un años ¿A qué quieres que espere ya? La verdad que he encontrado a la chica perfecta para mí y cuando menos lo esperaba—suspiraba al pensar en ella—No me puedo quejar Patricia es la mejor mujer que uno puede tener.

—Eres afortunado por haberla encontrado—lo dijo con un tono algo melancólico.

—¿Vendrás no? Cómo no vengas te juro por Dios que no te vuelvo a dirigir la palabra en mi vida.

—Que sí, allí estaré, te lo prometo. Bueno ahora tengo que dejarte, me pagan por trabajar.

—Oh sí perdone señor publicista del año—dijo burlón—Jamás pensé que llegaras tan lejos y me alegro de haberme equivocado.

—Lo mismo digo señor abogado. Cuando vaya a salir para España te aviso, adiós hermano.

Cuando colgó, se puso a pensar si regresar a España sería buena idea. Era la boda de su hermano y tenía que ir sí o sí. Aunque habían pasado muchos años, no se había olvidado del amor de su vida ni un solo minuto. Sabía que la vería en la boda, era lo más normal del mundo porque los novios eran sus mejores amigos. No sabía cuál sería su reacción ni la de ella al volver a verse. En todos esos años, nunca le preguntó a nadie por Nerea. Ni tampoco ella preguntó por él, de eso estaba seguro. Volver a España significaba problemas y remover el pasado, el turbio y desagradable pasado.

Durante los años que llevaba en Liverpool, se había hecho a sí mismo. Empezó desde abajo y gracias a eso y al esfuerzo dedicado a su carrera, había llegado a ser un publicista de renombre, tenía dinero y posición, todo lo que un día prometió tener. Pero claro el objetivo había cambiado, antes quería ser todo eso por merecer a la mujer que entonces estaba a su lado y ahora sólo lo hacía para demostrar a todos lo que era capaz de conseguir por sí mismo.

Un mes después aterrizó en España, en dos semanas se casaba su hermano y prometió hacerle una despedida de soltero inolvidable. Había alquilado el ático del edificio donde vivió años atrás. Él podía estar tranquilo por esa parte ya que Nerea le dijo que jamás regresaría a la que era su casa.

Entró en el portal y casi nada había cambiado, lo único que había diferente era el gran espejo que habían colocado. Cogió el ascensor para instalarse en la que sería su casa durante aquellos días. Le había costado un ojo de la cara pero merecía la pena, le encantaba la vistas que tenía. Al igual que su anterior casa, el salón y la cocina también estaba separado por una isla central, pero todo estaba mucho más amplio y luminoso. Tenía cuatro habitaciones y dos cuartos de baño, también unas escaleras que terminaban en una pequeña terraza, desde ahí casi se podía ver toda la ciudad.

Una vez desechas las maletas, comprobó que tendría que rellenar el frigorífico si quería comer. Bajó de nuevo por el ascensor pero esta vez alguien lo había llamado desde la sexta planta  y se paró para recoger a  más gente. En el montaron una mujer y dos niños, que al parecer eran hermanos porque guardaban cierto parecido entre ellos. Él estaba repasando algo en su móvil pero cuando oyó la voz de la mujer levantó la cabeza y se llevó una gran sorpresa.

—Ya os he dicho que no podéis ir por ahí peleando como animales ¡Sois hermanos! ¿Es que no lo entendéis? Debéis cuidaros, no iros pegando por todos los rincones.

—Pero tata… Rubén empezó y…—se lamentaba el niño de cabello castaño y ojos grises.

—No tata, yo no fui. Fue Rodrigo, él empezó—se quejó el niño moreno de ojos verdes.

—Me da igual quién empezara. No está bien, prometedme que será la última vez—dijo pasándole ambos brazos sobre los hombros de los niños.

—Vale, lo prometemos—susurraron resignados los dos.

—Perfecto—besó ambas cabecitas y miró por el espejo del ascensor. Se quedó sin palabras. No le quitaba ojo al hombre que tenía en ese momento de espaldas a ella pero el espejo no mentía. Lo observó, pero no dijo nada.

Él también la miraba y miraba a los niños. Cuando la puerta del ascensor se abrió, todos salieron. Nerea pensó que serían imaginaciones suyas. Estaba de los nervios porque Dan aparecería en cualquier momento para la boda de su hermano. Ese hombre sí se parecía mucho a él, pero era mucho más elegante. Aunque él tampoco estaba preparado para ese encuentro fue el que rompió el hielo. Aceleró el paso hasta la altura de ella y le habló.

—No estás viendo visiones, soy yo—dicho esto se bajó sus carísimas gafas de sol y los adelantó hasta que desapareció por la esquina.

Era él, no podía creerlo. Jamás se hubiera imaginado que podría cambiar tanto físicamente. Ya no tenía nada que ver con aquel joven con su melena al viento, había desaparecido de su cabeza, ahora tenía el pelo corto pero igual de desordenado. Y qué decir de su ropa, nada que ver con sus vaqueros desgastados y sus camisetas apretadas. Ahora vestía con pantalón de pinzas y camisa blanca inmaculada, remangada hasta los codos. Sí, puede que técnicamente fuera la misma persona, pero ese súper ejecutivo nada tenía que ver con el humilde Dan del que ella se enamoró. Bastó con que le dijera una sola frase para saber que hasta la forma de hablar era distinta, pero el efecto en ella seguía siendo el mismo de siempre.




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