La luz entraba tenuemente por la ventana, las cortinas blancas se agitaban suavemente. El bello chico yacía recostado sobre las sabanas limpias, con la mirada hacia la ventana; un pequeño rayo de luz llegaba directamente a su rostro, haciendo parecer que sus ojos brillaban. Estaba semidesnudo; la piel de su delgada figura reflejaba unos destellos, acentuados por su palidez.
A lo lejos, se escuchaba la voz de una chica. De repente, otras dos personas entraron en la habitación, uno de ellos se acercó al chico y recostó la cabeza sobre su pecho, unos segundos después empezó a entonar una nostálgica melodía…