Eric y Eduardo no necesitaban acuerdos, su relación progresaba de forma natural. Caminaban cada día hasta llegar a la esquina en donde separaban sus caminos; con el paso de los días, era más el tiempo que pasaban juntos, ya no solo a la salida, sino también entre los recesos de clases. Aunque no estuviesen en el mismo curso, se las arreglaban para ayudarse con la tarea. Tenían conversaciones prolongadas durante sus caminatas y se expresaban constantemente su admiración mutua.
Eduardo no dijo nada, solo sonrió. No obstante, se sentía profundamente agradecido al escuchar tal halago. Estaba acostumbrado a escuchar buenos comentarios respecto a su voz, pero ninguno le había hecho sentir de la misma manera.
Eric pareció decepcionado. Retomó la caminata. Eduardo soltó una risilla y manifestó:
Una sonrisa se dibujó nuevamente en el rostro de Eric, compartieron una mirada de complicidad y continuaron caminando.
…
Cada tanto Eduardo asistía a los ensayos del grupo de baile, empero, cada vez se hacía más evidente que su presencia no era precisamente del agrado de todos. Empezaba a relacionarse con algunos de los chicos, pero otros se mostraban apáticos y murmuraban cuando le veían entrar. Eric le explicó un día, que no se les permitía llevar invitados a la clase, más a él si se lo permitían, porque era un estudiante destacado. Aquello le resultó extraño, aunque era evidente el favoritismo que expresaba el instructor hacia Eric. De cualquier manera, esa situación incomodaba a Eduardo, por lo que su asistencia era cada vez menos frecuente.
Una tarde, Eric le invitó a su casa. La respuesta fue positiva. Quedaron en encontrarse una hora después en el lugar en donde se separaban cuando regresaban. Eduardo llegó caminando, llevaba puesto un pantalón café y su habitual chaqueta, sobre una camiseta verde. Eric le esperaba sentado en el andén de la derecha. Se puso de pie en cuanto le vio. Ambos caminaron por la intersección a la derecha. Un par de cuadras más adelante, Eric se detuvo.
Eduardo observó la casa, era de tamaño mediano; tenía un pequeño pórtico y grandes ventanas de madera. Se dirigieron a la puerta.
Adentro, una mujer estaba sentada en un sofá, junto a un niño. Sonrió al verles entrar. Entonces, Eric le presentó a su invitado. Eduardo saludó modestamente, en tanto observaba con atención a la mujer. El parecido era evidente; sus rasgos eran casi idénticos a los de Eric, de no ser por el contorno más fino, y las pequeñas arrugas alrededor de los ojos.
Eric se adentró por el pasillo, Eduardo lo siguió.
La habitación era pequeña, contaba solamente con una cama, un tocador y un armario, todos de madera; tenia algunos afiches en las paredes; Y en la pared que estaba frente a la cama estaban pegadas estrellas de papel brillante, de variados tamaños.
Eric se sentó en la cama, e indicó a Eduardo hacer lo mismo.
Eduardo tardó varios segundos en procesar la conversación, se sintió ligeramente avergonzado y se apresuró a cambiar de tema.
Eduardo se burló enseguida. La charla se prolongó por un par de horas. Cerca de las cuatro, la madre de Eric entró repentinamente a la habitación. Llevaba una bandeja en la que había dos vasos y un plato redondo lleno de galletas.