Los meses pasaron. Terminada la primavera, llegó el verano, y con él las tan anheladas vacaciones. Eduardo se sentía parcialmente triste; si bien le alegraba el poder descansar finalmente, le entristecía tener que alejarse temporalmente de su mejor amigo.
Su familia había decidido que pasarían una temporada fuera de la ciudad, visitando a una de sus tías, quien vivía sola. Así, faltando un día ya para el viaje, él se dirigió a la casa de Eric para cumplir con la promesa de despedirse apropiadamente.
- Así que ya te vas…
- Si, mañana temprano.
- Será aburrido aquí sin ti.
- Serán solo unas semanas.
- Ya sé.
- También sabes que te llamaré tan seguido como pueda.
Eric mantenía la cabeza agachada, Eduardo se aproximó a él y le envolvió con sus brazos. Ese abrazo duró varios segundos, luego se separaron.
- No olvides llamar cuando llegues.
Parecía que Eric iba a voltear para ir a su casa, pero en lugar de ello, se acercó a Eduardo, lo miró a los ojos y le dio un beso en los labios. Después, le mantuvo la mirada por algunos pocos segundos, hasta que decidió girar y regresar a la casa, sin mirar atrás en ningún momento.
…
Al día siguiente, Eric se encontraba sobre su cama. Estaba ansioso, ya casi era de noche, pero el teléfono aun no sonaba. Estaba preocupado de que su pequeño gesto haya sido un error, quizás Eduardo estuviera molesto con él, quizás le odiara; contemplaba la posibilidad de no volver a verlo nunca.
El teléfono sonó en la sala, Eric no se animó a ir a contestar. En lugar de ello, se quedó en la habitación, acobardado, hasta que oyó que su madre le llamaba.
Saltó bruscamente de la cama y, descalzo, corrió hasta llegar al teléfono.
- ¿Hola?
- Hola.
Sintió un alivio enorme al escuchar la voz de Eduardo del otro lado.
- ¿Qué tal el viaje?
- Bien, aunque un poco pesado…
La conversación transcurrió con normalidad. Eric pensó que, a lo mejor, Eduardo no le había dado importancia al beso. Eso le tranquilizaba, pero también le hacía sentir defraudado.
…
Las llamadas llegaron con frecuencia. Los chicos intentaban mantenerse al tanto de los acontecimientos de sus vidas. Las semanas pasaban lentamente.
Una tarde cualquiera Eric volvía a casa luego de ir a pasear en su bicicleta.
- Hola, ¿Mamá?
- Hola, cielo, llegas justo a tiempo, acabo de cortar el postre de naranja. Ah, cierto, te llegó una carta.
- ¿Una carta? – preguntó Eric mientras se dirigía a la mesa.
- Si, si, de Eduardo.
No pudo ocultar su sorpresa al escuchar a su madre.
- ¿En dónde está?
- La dejé sobre tu cama. Sé que no quieres que entre a tu cuarto cuando no estás, pero…
Eric se dirigió apresuradamente hacia su habitación.
- …¿Y el postre, Eric?
- Ahora vuelvo.
Sobre la cama estaba un pequeño sobre blanco, lo abrió. Adentro encontró un papel doblado en tres partes. Leyó lo que decía:
Eric
Sé que no hay razón para escribir una carta, siendo que hablamos por teléfono muy seguido, pero quería escribirte una. Y es que una carta es algo físico, así que lo puedes conservar como un recuerdo. ¿Te parece algo tonto?
Como sea, he estado pensando en lo que hablamos antes, lo de la banda. He estado intentando escribir una canción, te la enseñaré cuando regrese. De verdad quiero hacer esto.
También he observado las estrellas, tenías razón, me gustan. Te juro que casi puedo ver tu cara en ellas.
En fin, ya falta poco para volver. Te extraño, ya sabes.
Con cariño, Eduardo.
Una alegría desbordada le invadía. Eric leía la carta una y otra vez. La voz de su madre le hizo volver en sí. Salió de la habitación con una sonrisa que no lograba quitar de su rostro.