Los días seguían pasando, las hojas de los arboles empezaron a caer, y pronto llegó el invierno, y con él, nuevas vacaciones. Aquella fue una temporada productiva para Eric y Eduardo. Empezaron a hacer música, practicaban casi todos los días; paseaban en bicicleta o iban a la piscina. Eric seguía ensayando sus coreografías, acompañado siempre de su fiel espectador.
Así pasaron las semanas y los meses siguientes. Ya era parte de su rutina volver juntos después de clases, y reunirse en las tardes. Ambos conocían la casa del otro y compartían el gusto por sentarse en el jardín. Aunque Eric prefería un espacio despejado, mientras que Eduardo, amaba tener flores y árboles frutales.
…
Una tarde de agosto, estaban recostados en el jardín de Eduardo. Habían estado ensayando y ahora solo descansaban. Eric había arrancado una flor y la miraba detenidamente, dando la espalda a Eduardo.
Él estaba mirando el cielo. De repente, Eric se levantó y se quitó la camiseta, volvió a recostarse en la misma posición.
- ¿Se ve muy mal? – preguntó.
- Ya te he dicho que no, apenas y se nota.
- Pero duele.
Eduardo tocó suavemente la espalda de Eric; observó las delgadas líneas rojas que se marcaban en el lugar de los omoplatos, movía suavemente las yemas de sus dedos.
- ¿Sabes qué? Ya sé porque tienes esas marcas.
- ¿Ah, sí? – Eric giró la cabeza.
- Es obvio, son las marcas de tus alas, eres un ángel.
Eric empezó a reír infantilmente.
- ¿Un ángel, dices? Soy todo menos eso, y tampoco deseo serlo, más bien todo lo contrario.
- Por eso las perdiste, te las arrancaron, – Eduardo volvió a acariciarle la espalda - pero no se puede rechazar completamente la naturaleza, es por eso que tienes esas marcas, y también – puso la mano sobre el rostro de Eric – sigues teniendo la cara de un ángel.
Se observaron fijamente por unos segundos, Eric levantó levemente el cuerpo para besar a Eduardo. Permanecieron así un rato.
- Me encanta esa forma tuya de ver y decir las cosas – dijo Eric sonriendo, y volvió a girarse.
Eduardo sonrió y siguió paseando su mano por la espalda. Observaba la piel de Eric, suave y muy blanca, pero no pálida. El sutil destello del sol, hacia parecer que brillaba. Le miró el cuello y sintió un extraño impulso, quiso besarlo. Sintió que quería recorrer todo su cuerpo, tocarlo, acercarse más. Pero no lo hizo, se contuvo, sobretodo porque no entendía sus propias emociones, era la primera vez que experimentaba algo así.
…
Las estaciones iban y venían, la música no cesaba. Una promesa tras otra, decenas de ideas que esperaban a ser concretadas. Eduardo se esmeraba en componer canciones, seguían practicando. Eric no dejada de bailar, y poco a poco comprendía que la pasión que sentía por la danza era diferente a la que sentía por la música, cada una ligada a distintas emociones.
Sus sueños ya no les pertenecían en su totalidad, ahora eran compartidos. Se conocían perfectamente, se complementaban. El sentimiento que crecía entre ellos se fortalecía con el paso del tiempo, la música les unía cada vez más.
Así, los años continuaron pasando, el lazo se hizo más fuerte, inquebrantable. Los acordes se convirtieron en melodías, las ideas en canciones. Dando pequeños pasos para alcanzar su sueño, que a veces parecía muy cercano, pero luego se tornaba terriblemente lejano.
De igual manera, Eric y Eduardo, seguían intentándolo, esperando por una oportunidad, pero sobretodo, disfrutando de lo que hacían; movidos por la pasión por la música, y manteniéndose juntos, siempre juntos.