Todas las estrellas

Capítulo uno

"La persona correcta en el momento equivocado" es el reflejo de una mentira básica. Con eso me refiero a una persona que quiere engañarse a si misma. Si realmente esa persona hubiese sido la correcta entonces el tiempo o circunstancia no habría importado, si verdaderamente esa persona hubiese sido la correcta entonces ahora mismo estaría conmigo.

Me enamoré de un monstruo capaz de destruir y arrasar con todo aquello que se cruzara en su camino y yo estaba allí, a su lado junto a él arrasando con todo inconscientemente. Lo entendí más tarde y es que también comprendí que esa es la ciencia de la vida, darte cuenta de las cosas cuando ya es tarde porque en el momento mismo es imposible ser tan rápido para atar los cabos sueltos.

No existe la persona correcta en un momento equivocado, si no es el momento entonces tampoco lo será la persona. Para un lazo es necesario el momento y si la magia no existe, el lazo tampoco.

—Vamos, arriba. Debes irte. —escuché un leve murmuro del abuelo a mi lado. Ya era hora de ir al trabajo. Segundos después añadió—: Arriba rayito de luz, buenos días.

Decidí obedecer. No es como si tuviese otra opción de todas formas.

Solo habían pasado dos días y mi cuerpo tenía una reacción de ardor cada vez que pensaba en aquel momento, él no volvería. Quizás mi karma solo se encargaba de atormentar cada vez más con que no era mi persona y que lo sabía perfectamente antes de conocerlo a fondo.

Había renunciado a todo, se había ido al otro lado del mundo con la persona que si era el amor de su vida y mi vida parecía estar de duelo, estaba en la primera etapa: negación. Al principio no lo había entendido, pero luego de una extensa charla conmigo misma frente al espejo llegué a mi propia conclusión.

La separación tiene fases, la incomprensión, egoísmo, omisión, aceptación; el duelo amoroso es muy parecido a una tragedia en la que tu corazón sicológico es atropellado por un camión y ese periodo ventana al contrario de lo científico, es el tiempo de recuperación. Me encontraba en la primera etapa y estaba visiblemente destrozada.

—He preparado tortitas —comentó el abuelo cuando estuve ya sentada frente a él en la mesa —, ¿puedes creer que yo no estuve así cuando falleció tu abuela?, lo que me preocupa es que él está vivo.

No respondí, sentía su mirada fija en mí y cuando iba a responder finalmente, preguntó:

—¿Él te hacía sentir magia? —lo miré sin comprender del todo a que se refería cuando agregó—: Él te causaba mariposas en el estómago, te hacía reír o te llamaba por un nombre empalagoso. Necesito saberlo.

—Bueno...

—Sin peros, me das a entender algo...

—No me presiones... —interrumpí, cómo le decía que jamás lo había hecho. 

—Una vez escuché que quién tiene magia no necesita trucos —cuchicheó mientras vertía casi un litro de miel en sus tortitas. Eso siempre lo decía la Abuela.

—Abuelo, yo creía que era un amorío pasajero, nada más. —Admití finalmente, lo vi negar pero me adelanté antes de que hablara— Sé lo que dirás y como también dices "es imposible no enamorarse".

—No estaba en mi lengua decir eso —se encogió de hombros—, un amor jamás es pasajero o niégame que ya no recuerdas al chico que te lanzó un bote de pintura en la cara y luego te besó frente a todos en primaría. Fue tu primer amorío Belladona y hablaste de él hasta secundaría aun así cuando lo viste solo aquella vez.

—Sí, obviamente, pero tenía solo diez años.

—Alex ya se fue y aunque suene duro para ti Donna debes seguir adelante. Ya te enamoraste por primera vez y sé lo que se sientes por perderlo pero, ¿pretendes estar toda tu vida enamorada de él, mientras forma una familia y una feliz vida con otra persona? —sus palabras parecían rebotar una vez tras otra en mi cabeza. Esas definitivamente eran de aquellas que no saldrían por la otra oreja.

—No, no lo hago abuelo pero debes entenderme aunque sea solo una vez.

—Mi trocito de manteca —odiaba de sobremanera cuando me llamaba de esa forma—, debes entender que yo estoy de tu lado, y que esto tomará tiempo pero no será la última vez que algo así le ocurra a tu corazón. No permitiré que estés aquí una millonada de tiempo llorándole a alguien que ya no existe en este metro cuadrado y que no sea tu Abu.

Sonreí. 

Se borró en un instante cuando levantó su bastón para darme un leve golpe en el hombro, y luego apuntó en dirección al reloj. Ya debía irme. O mejor dicho me estaba corriendo de la casa.

En el camino al hotel me fue imposible no pensar en la conversación con el abuelo, al principio decidió regalarme espacio y sabía que tarde o temprano aquel hombre encontraría la manera de decirme todo aquello que pensaba de mi estado. Había sido de ayuda, eso era innegable.

Cuando finalmente atravesé las puertas de cristal di de frente con la cara inyectada en furia de Sarah. La supervisora de turno. Había conseguido el trabajo gracias al amigo peluquero del abuelo, quién tenía a su nieta trabajando allí como supervisora; Sarah, y esa chica fue la encargada de regalarme un puesto en el hotel después de convencer al jefe de alguna forma extrañamente desconocida. 

La verdad es que noté unos días después que la chica mantenía una relación con el jefe. 

Me era agradable y me parecía mejor cuando sonreía después de mirarme al llegar, aunque ciertas veces era un poco abrumadora la sensación de sentir que su buen comportamiento era solo una forma de mantener el control sobre mí para que yo cediera a realizarme un super cambio de look, Sarah era una obsesionada con la moda.

Cosa que ni en mis peores decisiones pasaría por mi cabeza.

—Llegas nuevamente antes de la hora, te he dicho que no seas tan puntual y que me digas como lo haces —sonrió en lo que me saludaba, ya estaba preparándome mentalmente para escucharla parlotear tres horas hasta que pudiera salir del mesón de recepción—. Bueno, estoy aquí y cinco minutos antes que tú ¿puedes creerlo?




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