John
Febrero de 2006.
Theodore llegó unos minutos después. Traía unas botellas de vino y sudor en la frente. Sonrió apenas me vio y me levanté a estrecharle la mano.
— Qué bueno verte, John. —Miró a la adolescente— Veo que ya conoces a Evie. — Le sonrió tiernamente a la menor. Posteriormente soltó nuestro apretón de manos y besó a la castaña en la cabeza.
— Sí, nos conocimos — Afirmó ella sin apartar sus ojos color esmeralda de los míos—. John me da gracia.
Él abrió los ojos sorprendido, percatándose inmediatamente que aquél comentario era mal intencionado y hasta en forma de burla. Le dirigió una mirada severa que parecía decir «ya hemos hablado sobre esto, prometiste comportarte».
Intentó solucionarlo.
— Sí, Johnny siempre fue un hombre con un buen sentido del humor.— Dejó escapar una falsa carcajada y se sentó al lado de su hijastra—. Contaba chistes que encantaban a las chicas—me guiñó un ojo.
Eso no era cierto, yo era de la clase de chico más bien introvertido. Theodore era el que lograba encandilar a las mujeres. Siempre sabía qué decir y cómo actuar. Cómo agradarle a la gente e inspirar confianza.
— Oh, ¡claro!, —Le seguí el juego— ¿quieres escuchar alguno, pequeña?— pregunté divertido.
Honestamente no sabía ninguno qué considerara bueno, tal vez alguno muy malo y anticuado que no le sacarían ni siquiera una sonrisa a una adolescente con el sentido del humor que se manejaba en la actualidad; muy diferente al que podía tener un adulto nacido en los sesenta. Los chistes no eran lo mío, pero podía arriesgar.
Evelyn, que hasta el momento estaba jugando ondulando su lacio cabello con el dedo índice, levantó la vista para mirarme duramente—¿Usas tus chistes para ligar con mujeres rubias? ¿O primero comienzas tuteándolas?
No podía creer que lo dijera.
¿Estaba insinuando lo que creía?
—»¿Te gustan las rubias, John? — continuó.
— ¡Evelyn! — La regañó su padre al instante— ¡No seas maleducada!, discúlpate.— Le lanzó una mirada desaprobatoria.
Estaba preparado para oírla refutar, quejarse o aunque sea alegar algo, pero para mí sorpresa, en lugar de eso lo miró con ojos vidriosos, bajó la cabeza avergonzada y se disculpó en un susurro apenas audible.
Tiempo después, ingresaron Stella y la que debía ser la mayor, Annie (una chica regordeta de ojos azules y cabello corto) a la habitación. Habían preparado un apetitoso pollo a la naranja con distintos tipos de guarniciones para acompañarlo que enseguida empezamos a degustar.
La pequeña castaña continuaba alejada de la situación, mantenía la cabeza baja y no decía una palabra. Permanecía sentada en su silla en silencio.
La observé con mucha curiosidad mientras me esforzaba por seguir el hilo de la conversación.
¿Continuaría triste? ¿Qué tanto podía afectarle un simple regaño?
Y luego lo recordé: Evelyn no era una niña normal, era «peculiar» según me había dicho Theodore.
— Yo siempre miraba a las familias de mis amigos y les tenía envidia.—decía mi amigo—. Una envidia sana —. Se corrigió.
— La envidia sana no existe, cariño. — Interfirió Stella mirándolo divertida.
— Bueno...— Rio y luego le dio un bocado al pedazo de pato de su tenedor— el punto es que soñaba con una familia feliz y sentía que mi reloj biológico avanzaba cada vez más rápido. Pensé que me iría de este mundo sin encontrar a la mujer indicada para compartir mi vida...
— Y luego nos conocimos —. completó Stella apretando su mano.
— Soy un hombre afortunado —afirmó—. Ella ya venía con dos hijas maravillosas.
Entonces dirigieron sus miradas a las muchachas. Mientras Anna sonreía atenta a la conversación, Evelyn parecía ensimismada. Su plato estaba casi tan lleno como al principio del almuerzo.
Su madre notó su malestar al instante, pero no mencionó nada al respecto, sólo hizo una mueca de molestia al notar lo poco que había comido.
El almuerzo transcurrió tranquilamente, las conversaciones resultaron dinámicas, pude conocer un poco más de la familia de mi amigo.
Annie, su hija mayor, resultó ser una cristiana muy devota. No era de sorprender que lo fuera porque según tenía entendido, Theodore y Stella iban a la iglesia todos los domingos. Incluso la rubia parecida muy comprometida con la iglesia y las actividades solidarias de ésta. Pero Anna parecía llevarlo un poco más allá.
Cuestionó a Stella al menos dos veces cuando salió el tema de la religión: una por teñirse el cabello y otra por utilizar ropa entallada, en ambas ocasiones mencionó que era pecado.
Aunque, si tenía que darle un punto a favor, la chica era muy astuta. Acotaba aquellos comentarios que representaban incomodidad en la madre de manera en que no resultaran en ataques especialmente ofensivos y directos, sino que se acoplaran naturalmente a la conversación.
Entonces, su forma de vestir conservadora tomó sentido para mí.
También, se alteró mucho cuando casi le doy un bocado a la comida sin agradecerle a Dios. Me dio un gran discurso sobre cómo debíamos ser agradecidos con lo que teníamos, porque había gente que pasaba hambre. El típico discurso que te dan tus padres cuando eres un niño y no quieres terminar de tomar la sopa. Intenté disculparme por ofenderla para apaciguarle, pues la situación de tornó incómoda para todos, pero eso la enfureció más.
Yo no era su padre y no me tenía el mismo respeto que a su madre al momento de darme su sermón. Mi amigo me miraba avergonzado.
—No te disculpes conmigo, sino con el señor. Él te dio todo y lo estás pasando por alto. —me dijo como queriendo dejarme un aprendizaje.
La expresión de Theodore fue de agradecimiento al ver que me lo había tomado con calma.
Evelyn no volvió a emitir una palabra desde el regaño de su padre, de hecho, pidió retirarse apenas terminó de comer. Stella se ofreció a hacer un café mientras Annie levantaba la mesa y yo charlaba con Theodore.