Todo está bien, John

Capítulo 7: El monstruo entre nosotros

Scott Romero
Junio de 2007.

Para mi sorpresa, para el lunes dieciocho de junio Evelyn aún no hacía acto de presencia llevando cuatro días desaparecida. Sus padres, Stella y Theodore Samett estaban profundamente preocupados, como es lógico.

Nadie en el pueblo tenía problema con ellos, de hecho, la gran mayoría les tenía un gran estima, pero no era lo suficiente como para perdonar lo que hizo su hija.

Evelyn era una caja de Pandora, creaba un gran caos donde fuera que estuviera.

Los Samett se habían mudado aquí a causa de que la chica quemó con agua hirviendo a un profesor de educación física de su antiguo colegio. Lo supe conversando con Martha Flynn, una íntima amiga de su madre, en la fila del supermercado. Empezó con un:

«¿Es cierto que la chica Samett está desaparecida?»

A pesar de que ella sabía claramente que sí al ser amiga de la implicada. Pero las mujeres de una edad avanzada necesitan saber el chisme completo, de todas las perspectivas posibles y qué mejor que interrogar al oficial a cargo.

Terminó con una señora Flynn ventilado todos los secretos de aquella familia.

Tal vez la rubia Samett debería elegir mejor a sus amigas.

Por lo que sé, Theodore y Stella pasaron estos días buscándola y repartiendo carteles con su imagen. Incluso sé, por la misma Martha, que han llegado de la ciudad los hermanos del padre para colaborar con su búsqueda.

No he visto a su otra hija mayor colaborar demasiado. Tal vez hasta ella misma sabe que la chica huyó. Los cobardes siempre lo hacen.

Se fue y no le dijo a nadie dónde se dirigía.

Por la mañana me tocaba tomarles la declaración de los hechos. Era un día bastante soleado y esplendoroso que parecía burlarse en la cara de la familia del momento que estaban pasando.

Cuando llegaron a mí despacho Theodore tenía unas ojeras profundamente marcadas, parecía cadavérico, posiblemente durmió muy poco esos días. Fue como verme a mí mismo a un espejo hace unos años. Cuando Juliet desapareció, envejecí diez años en una semana.

Aún así, se me hacía imposible lograr empatizar con él lo suficiente como para tener sinceras ganas de esforzarme en el caso.

Supongo que porque Evelyn no era Juliet. Ni de cerca.

Stella se veía como una adicta en abstinencia. Temblaba mucho y estaba lejos de ser esa mujer de ensueño que siempre fue. Aún sentada parecía estar a punto de derrumbarse. No recuerdo específicamente cómo se encontraba Amy para hacer una comparación, pero conociendo la fuerza que tiene, mucho mejor que la madre de la desaparecida. Durante la conversación creí en varias ocasiones que soltaría la taza de café (bebida nada recomendable en alguien con ése nível de estrés.)

Era realmente egoísta por parte de la mocosa no hacer acto de presencia con sus padres en ése estado.

Esta no es la primera vez que escapa de casa.

Hace un año desapareció por un día por un capricho y sus padres me llamaron muy asustados. Ellos me pintaron a una joven inocente, que era callada, tímida y de su casa. Una muchacha encantadora. Incluso si mirabas la fotografía que utilizaban para buscarla en donde una Evelyn sonreía a la cámara muy alegre podrías llegar a tragártelo.

En ése entonces nadie sabía realmente cómo era la adolescente. Los vecinos coincidían en que su comportamiento era raro, pero nadie creía que fuese una mala chica.

—Escuche, ¿cuándo van a empezar a buscar a mi hija? no los he visto mover un dedo para encontrarla.—me enfrentó Theodore Samett.

Dejó de lado su papel de niño que no rompe un plato y comenzó a comportarse como un hombre. Ya era hora. Así me gustaba más.

—¿Está desmereciendo nuestro trabajo, Señor Samett?—le respondí burlón—mis chicos la están buscando arduamente.

En realidad, sólo pasaron a dar una o dos vueltas desde el día de los hechos por obligación. Sus padres organizaron una búsqueda, pero sólo unos pocos vecinos asistieron por lástima o misericordia hacia sus amigos de la iglesia.

—Qué raro, porque yo solo he visto pasar a la patrulla dos veces en todo lo que ella lleva desparecida.— contraatacó Stella con voz entrecortada.

—Entonces usted misma es testigo de que la estamos buscando—coloqué un cigarro en mí boca y le dirigí una sonrisa torcida.

Ése viejo hábito había regresado y estaba decidido a quedarse. Tal vez morirme por cáncer de pulmón era lo que me tenía merecido y lo escrito en mi destino.

—¡¿Está jugando con nosotros?!—se levantó el padre de su silla, exaltado. La vena latiendo en su frente parecía estar a punto de reventar— Evelyn tiene quince años, así que sea real o no su teoría de que se escapó tiene que buscarla porque ella es menor de edad.

Y tenía un punto.

Si el demonio no aparecía pronto ellos se volverían un grano en el trasero.

—Calmado, Señor Samett. —le ordené con voz firme. Podía hacerse el macho todo lo que quisiera, pero no en mi despacho a las diez de la mañana a oídos de mis colegas. —Apenas ha comenzado la semana. Es lunes por la mañana. Aparte, no sería la primera vez que su hija escapa de casa.

La mujer no dudó al momento de responder:—Sí, pero la última vez se llevó su ropa, una mochila, algo de dinero y su identificación. Esta vez no se llevó ni su teléfono celular.

Exhalé el humo de mi cigarrillo.

—Siempre puede tener dinero del que usted no tenga conocimiento—las manos de su esposo temblaban de la cólera en mi escritorio—  ¿Y está completamente segura de que no falta nada?

Stella hizo silencio, en cambio Theodore respondió por ella.

—¿A qué está jugando Romero? ¿Va a castigar a una niña de quince años sólo por un error?

«Sólo un error»

Me sentí como un volcán a punto de hacer erupción al escucharlo pronunciar esas palabras.

«Un error» 
Un error es creer que un marido violento puede cambiar, no provocarle muerte cerebral a un niño.



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En el texto hay: obsesion, asesino serial, suspenso

Editado: 05.01.2022

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