Por más que lo intentara era imposible explicar la sensación que salvajemente aprisionaba mi pecho.
Era como tener una roca de millones de toneladas sobre el mismo, como si el mismísimo diablo se hubiese sentado sobre mí y apuntara en dirección a mi cara, solo para poder reírse de mí.
Solo que en esta ocasión su nombre no era Belcebú, ni príncipe de las tinieblas, ni Lucifer.
Era Matthew, Matthew Nittens.
Lo que las películas de Hollywood llamarían el “rompe corazones número uno”, o las adolescente tendrían el coraje de denominar como un potencial “sugar daddy”.
Para mí era ni más ni menos el maldito cabrón que hacía 6 años me había roto el corazón, y me había hecho sentir como el objeto desechable más inútil en todo el planeta tierra.
Y todo habría estado bien si la historia hubiese acabado allí.
Lo cierto es que ni siquiera Allison sabe la mitad de la misma. Le había ocultado la mayoría de ella a casi todas las personas que conocía, sobre todo por el famoso “que dirán”.
Siempre ponía excusas y daba explicaciones vagas sobre donde había pasado mi último año de la escuela antes de ir a la universidad.
Lo cierto es que no me había ido a estudiar a un privilegiado instituto ubicado en Florida y tampoco vivía con mi abuela Lydia. Después de lo ocurrido con Matthew aquella noche en su departamento, varias semanas después a decir verdad, mis padres decidieron enviarme a un internado en Suecia, donde las niñas descarriladas y que eran claramente una decepción para su familia iban.
Déjenme decirles que hicieron algo más que reformarme y re educarme. Sin dudas en aquel lugar se llevaron una parte de mí.
La verdad estaba muy lejos de eso.
La historia verdadera era un poco más oscura, llena de secretos y pesadillas que aún hasta el día de hoy me persiguen.
Déjenme advertirles que esta parte de la historia es un poco más fuerte que las demás y que en ella solo habrán dos protagonistas: “Matthew y yo”.
Ahora que la advertencia fue hecha, comenzaré a contarles mi historia, nuestra historia desde 0.
Lo conocí en una noche fría de invierno. En las afueras de un bar al que solo se podía entrar con una invitación “platinum”, algo de lo que se había encargado Jason quien para ese entonces estaba cortejando a Ali y haría cualquier cosa para impresionarla.
Su padre era el dueño del lugar y pensó que siendo “el hijo de” podría hacer que mi amiga cayese rendida a sus pies.
Al menos a alguien aquí las cosas le salieron bien.
Por supuesto que esos no éramos Matthew y yo.
Volviendo a nosotros y esa fría noche que recuerdo vagamente ya que me obligué a mí misma a eliminarla de mi mente por mi sanidad y la de la gente a mi alrededor.
Para aquella ocasión me había puesto lo mejor que tenía en mi guardarropa e incluso le habíamos robado algo de ropa a la hermana de Alison, una ex reina de belleza quien no echaría de menos alguno de sus vestidos si estos se perdían o volvían rajados.
Estaba más que claro cuáles eran las intenciones de ambas aquellas noches al vestirnos con ropa que con suerte nos tapaban el trasero.
— ¿Te parece que esto es demasiado?— la miré insegura a mi amiga al evaluar mi silueta en su espejo gigante.
—Yo diría que es demasiado poco para conseguir lo que queremos esta noche—rió mientras se arrodillaba ante mí.
—Déjame que no juego para esa liga— le advertí al ver que subía su mano por mi pierna hasta llegar a mi entrepierna.
Ella rodeó los ojos al escuchar lo que había salido de mi boca.
—No seas ridícula, ¿quieres?—tomó mis medias con sus uñas y las pellizcó— Solo estoy haciendo que te veas un poco más decente—agregó rompiéndolas.
— ¡Oye!—grité—Son el único par bueno que teng…Tenía.
—Me lo agradecerás más tarde— me guiño el ojo. Ahora apúrate, tenemos un bar exclusivo al que ir y un plan que concretar—me dio una sonrisa nerviosa.
Por más que lo ocultara, ella estaba más nerviosa que yo. Esta era la noche en que ella y Jason “sellarían el trato”, como a ellos les gustaba llamarlo, sin embargo a mí me sonaba demasiado vulgar.
Sin dudas yo era la más romántica de las dos.
Ella prefería una cerveza y una cena que involucrara pizzas. Yo me volcaba por una caja de bombones y un ramo de rosas.
Siempre las había amado. Por supuesto que en ese momento no tenía idea de que pasaría gran parte de mi vida metida en ellas y que dejaría la carrera de abogacía para poder ponerme mi propia florería y convertirme en la oveja negra de la familia.
Como tampoco tenía idea de que esa noche, esa horrible noche invernal cuando el reloj que llevaba en mi muñeca marcó las 10 de la noche, estaría compartiendo un cigarrillo con un extraño.
— ¿Sabes?—recuerdo que preguntó. Era lo poco que recordaba de lo que salió de su boca— Por lo general suelo preguntarle el nombre y edad a una chica antes de irme a la parte trasera de un club a fumar pero creo que contigo haré la excepción— apoyó su dedo índice en el hoyuelo que se formaba en mi mejilla cada vez que sonreía.
No puedo decir que no me sentía cohibida con su presencia porque lo hacía. Era simplemente avasallante. Jamás había conocido a un hombre que se pareciera a él.
Su cabello estaba peinado de una manera en la que te hacía pensar que pertenecía a una de las élites más respetables de los últimos tiempos. Sus ojos eran de un brillante verde y su sonrisa podría y estaba segura de que lo había hecho, romper millones de corazones.
Cada vez que quería mirarlo a la cara, debía elevar mi cabeza un poco más de lo que había hecho con cualquier otro chico que hubiese conocido antes ya que él era demasiado más alto que el resto de los hombres que había conocido,
—Yo te diré mi nombre, si tu prometes decirme el tuyo—jugueteé con su camisa.
SIP, definitivamente el alcohol había empezado a hacer efecto en mí.