Todo lo que dejaste atrás (2° parte "Señor,si señor")

3. El príncipe que se convirtió en sapo.

Así como había almas en pena que habían caído en las redes del diablo, también estaban aquellas que habían caído bajo las de Matthew Nittens.

¿Quién no podía hacerlo? Era claramente  el prototipo  de “hombre dorado”. Esa clase de chico que les robaba más de un suspiro a sus compañeras de clases en la secundaria, y que al entrar en la adultez había adquirido una especie de halo de “macho alfa”.

Algo imposible de resistir para cualquier mujer.

Incluso para aquella que tenía una voluntad de hierro como la mía. Una que se vio básicamente vulnerada por la atención que me daba cuando estaba a su alrededor, por la manera en que besaba mis labios, como sabía hacerme sentir mejor cuando sentía que las cosas no podían ir peor.

¿Pero saben una cosa?

No todo lo que brilla es oro. Y Matthew no era la excepción a esta regla. Debajo de toda esa fachada de “príncipe encantador”, se ocultaba un ser oscuro. Uno al que más de una persona le temía y a quien difícilmente le decían que no por el simple hecho de que las personas que se negaban a hacer lo que Matt querían, sentían pavor de lo que ocurriría si lo hacían.

Era un ser arrogante, soberbio y que pensaba que todo el mundo le debía algo. Sin hablar  que tenía una importante tendencia a salir con chicas llamativamente menores que él.

Eso debía de haber sido la primera señal de atención que debería haberme hecho salir corriendo de allí, sin embargo no lo hice.

Porque al igual que una mariposa que se sentía atraída por la luz, y voló hacia ella pagando las consecuencias por ello, yo sufrí lo mismo.

Con la diferencia de que yo había salido con vida de aquello… Apenas.

Recuerdo una noche de verano en la que me había sacado a pasear porque estaba realmente cansado de estar encerrado entre cuatro paredes, y entre copas de vinos y conversaciones triviales sobre la vida, no tuve mejor idea que preguntar el porqué de su afición hacia las chicas más… jóvenes.

— ¿Debo serte cien por ciento sincero?—preguntó sacando un camarón de la ensalada que había pedido, ya que no se conformaría con otra cosa que hubiese sido cocinada por un chef condecorado con varias estrellas Michelin.

Asentí mientras sentía como las burbujas de mi bebida se deslizaban por mi garganta haciéndome cosquillas.

—No esperaría de otra cosa. Después de todo llevamos cuanto… ¿4 meses juntos? Creo que a esta altura no sería bueno ocultarnos cosas.

—Touché— dijo y la pude ver gracias a la luz que alumbraba de manera ferviente la acera en la que estaba nuestra mesa, como la comisura de sus labios se había manchado con esa salsa con la que bañaban esa comida que tenía una forma tan extraña para mí.

—Espera—me incliné en su dirección con mi servilleta para limpiar su rostro— Creo que tienes algo en tu boca.

Pasé delicadamente el trapo blanco y mi piel se erizó al rozar sus labios que parecían haber sido diseñados para una sola cosa… Ser besados. De manera vehemente.

— ¿Cómo lo haces?—preguntó llevando mi mano a su boca para besarla en señal de agradecimiento.

— ¿A qué?— lo miré confundida, ya que había muchas cosas que la gente preguntaba como hacía, como por ejemplo defraudar a mi familia y no seguir los pasos de mi padre ni de mi hermano Damon.

—Cuidar de mí de esta manera, siento como si tuviese un ángel velando por mí.

Sus dulces palabras cavaron hasta el fondo de mí ser y sabía en mi interior que las guardaría allí mismo, para recordarlas cuando las cosas se complicaran.

Porque también sabía que lo harían. La fase de la luna de miel no duraba para siempre, y muy pocas parejas sobrevivían al final de la misma. Y cuando digo muy pocas, pondría mis manos en el fuego al decir que el 90% le ponían un punto final a la relación cuando ya no podían soportarse mutuamente o cuando los defectos pesaban más que las virtudes.

Para cuando ese momento llegara, yo solo quería tener una especie de reserva que me recordaba lo bueno y dulce que era Matthew para mí.

—Porque sí.

—Vamos—río— Eso no es una respuesta.

Mis mejillas se ruborizaron al notar que mi escasa respuesta no le había sido suficiente.

Lo cierto era que no quería decirle lo que pasaba por mi cabeza.

— ¿Prometes no reírte de mí?— mordí mi labio para intentar frenar las palabras que rogaban escapar de mi boca.

— ¿Cuándo lo he hecho?

Entrecerré mis ojos.

— ¿Hablas en serio? Te reíste de mí hace una hora atrás cuando pise un cono de helado que algún niño malintencionado dejó tirado en el piso.

—Pero no caíste— me apuntó con su copa de vino antes de tomar un trago—Gracias a mí.

—Lo sé, eres mi salvador. Mi héroe Y hago todo esto porque te quiero— me acerqué a él para besar su mejilla pero Matt vio la oportunidad perfecta y movió su cara haciendo que nuestros labios colisionaran de aquella manera tan única, perfecta y sincronizada en que lo solían hacer.

Tuve mucho cuidado de no usar la palabra que empezaba con “a”, lo último que quería era espantarlo.

— ¿Lo soy?— preguntó levemente afectado por mis palabras.

Sabía por todo lo que me había contado sobre él, que no era una persona acostumbrada a que las personas dijesen cosas buenas de su persona. La mayoría de la gente se dedicaba a temerle o recalcarle cada mala decisión que había tomado a lo largo de su vida.

Al menos teníamos eso en común.

—No pensaste— soltó cambiando de tema— ¿Que el niño que tiró aquel helado no lo hizo con mala intención si no que debió de haber sido un accidente y se sintió triste y desolado luego de eso?

Lo miré asombrada.

—No. La verdad es que no.

—Es una de las posibilidades— arqueó su cuerpo hacia mí— ¿Y sabes quien más se siente de esa manera?

Negué con mi cabeza sin saber hacia dónde iba la conversación.

—Yo, yo lo hago cuando no te tengo cerca. Cuando no te puedo ver al abrir los ojos en la mañana, ni puedo saborearte en las noches antes de irme a dormir—hizo una pausa— Y es por eso que quiero hacerte una pregunta.




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