A diferencia de mi pasado, debía admitir y yendo en contra de todo lo que había imaginado en mi cabeza, además de traicionar a mi persona al decir esto, que mi futuro y presente, en particular, se veían por demás prometedores.
Había logrado acostumbrarme al cálido clima de Florida. Al ruido de las olas golpear las olas y escuchar como las gaviotas cantaban una especie de alegre canción cada vez que el sol salía por las mañanas.
Y tampoco podía quejarme del apartamento que había conseguido por parte de mi abuela. En cierta forma estaba agradecida con ella por haberme dado esta especie de "regalo", como también estaba agradecida con mi madre al rogarme que lo aceptara, porque según sus palabras "si yo no lo hacía, Verónica se encargaría de hacerlo por mí".
Aún recuerdo la conversación que tuvimos con ella en el café del aeropuerto minutos antes de que mi avión saliera y yo estuviese dentro de él.
— ¿Estas segura de que debo hacer esto?—pregunté mientras jugaba con el croissant que la camarera me había traído con mi taza de té.
No había una sola decisión tomada en mi vida que no hubiese sido consultada con mi madre anteriormente.
A excepción de aquella noche en el bar en la que conocí a Matthew y todos sabemos cómo terminó aquello.
Si algo sufrí en mi tiempo en ese internado no fue aquella parte que me quitaron de mí a la fuerza. Fue el hecho de no tener a mi madre tomando a mi mano durante tal cruel proceso, consultándome si estaba segura de aquello.
Lo cierto es que ella no había tenido ni voz ni voto a la hora de enviarme lejos. Había sido algo planeado por mi padre, hasta el más mínimo detalle y también había sido él quien había pedido a la directora de aquel lugar que impidieran cualquier conversación que pudiera mantener con mi madre. Bien sabía él que si eso llegaba a ocurrir, ella encontraría la forma de sacarme de allí y eso es lo último que quería.
Para mi padre, lo que yo había hecho había sido ni más ni menos que una enorme deshonra para mi familia. Una más para sumar a la larga lista.
Pero eso había quedado en el pasado, ya había cumplido mi condena y pude salir de allí.
—Sabes bien que si tú no lo haces, tu prima se encargará de quedarse con ello también—aseguró mi madre mientras las voces en megáfonos del aeropuerto se encargaban de decir que vuelos serían los próximos en salir.
Tenía tan solo 20 minutos junto a mi madre antes de partir a un territorio desconocido. No quería desperdiciar ni un solo segundo.
—Tienes razón—afirmé—No dejaría pasar una oportunidad así, después de todo ella siempre había querido vivir en Florida.
Verónica se mostró particularmente molesta cuando leyeron el testamento de mi abuela y dejaron en claro que le tocaría a cada miembro de la familia.
Sin embargo su berrinche terminó cuando se enteró que heredaría la ropa y zapatos de mi abuela.
— ¿Estas segura de que estabas bien allí?—tomó mi mano entre las de ella y las apretó al igual que cuando era pequeña. Esa era su manera de hacerme sentir que todo estaría bien.
Pasará lo que pasara siempre tendría el apoyo de mi madre.
—Lo estaré—le aseguré— Después de todo he pasado cosas peores.
Pude ver como su cara se contrajo al oír mis palabras que trajeron a su memoria horribles y amargos recuerdos de mi tiempo fuera.
—Siempre podrás volver a casa cuando las cosas se compliquen, ¿sabes eso? ¿Verdad?
Asentí y guardé en el fondo de mi mente aquellas palabras. Posiblemente mi regreso fuese antes de lo planeado y me alegraba saber que aun alguien en casa estaría feliz de verme nuevamente.
—El vuelo que parte a Florida sale en 5 minutos—anunció una voz en el megáfono.
Mi madre y yo cruzamos una mirada con la esperanza de aquella despedida no fuera tan dolorosa como la última que tuvimos.
Pero no fue así. Fue incluso peor.
¿Aunque que despedida era dulce? Ninguna.
Mientras caminaba en dirección a la sala de embarque, podía ver con el rabillo de mi ojo como mi madre me saludaba con una mano mientras con la otra secaba sus lágrimas.
No voy a mentirles y decir que no fue duro, porque lo fue, pero eso había sucedido hace una semana atrás, y era la clase de persona a la que le gustaba enfocarse en el presente y no en el pasado. Después de todo jamás fue bueno atarme a él.
La mañana del lunes decidí que era momento de encontrar un trabajo para poder solventar los gastos en la soleada ciudad a la que el destino me había arrastrado.
Sin rastros de Matthew en el lugar, las cosas se veían un poco mejor en mi horizonte y no había, para mí, mejor manera de celebrar aquello que con una taza de café.
Es por eso que tomé lo primero que encontré en mi closet y bajé a la café que estaba en la esquina. Una especie de cafetería mezclada con una librería, donde las personas tranquilamente podían agarrar uno de los numerosos libros que encontraban en las bibliotecas mientras tomaban alguna humeante bebida y pasar así un buen rato.
El lugar estaba siempre atestado de gente. Al parecer a la gente del lugar le gustaba no solo sumergirse en las olas, sino que también disfrutaban de una buena lectura.
Sin embargo, aquella mañana el lugar estaba casi desierto, dándome la oportunidad de elegir con libertad la mesa en la que me sentaría. Lo que elevó mi humor por las nubes.
— ¿Qué se le ofrece?—preguntó una joven que lucía como si el infierno la hubiese tragado y escupido de vuelta aquí.
Al parecer trabajar aquí no era tan placentero como parecía.
—Un latte helado y tomaré este libro—dije mostrando en mis manos un ejemplar de "Mujercitas".
—Perfecto, en unos minutos su orden estará aquí.
Sonreí en respuesta e intenté prestarle atención a mi lectura mientras esperaba a que mi café llegase pero por alguna razón en particular, tal vez el ruido de los autos en la calle, el olor proveniente de las cafeteras, o el ambiente que se respiraba allí, no me dejaban concentrarme.