Mis manos comenzaron a temblar al punto en que pensé que realmente terminaría arrojándole la bebida caliente en la entrepierna a Matthew.
No es como si no se lo mereciera.
Me sentía como la persona con menos suerte en el planeta tierra en este momento.
No podía y de hecho me negaba a creer que esto me estuviese ocurriendo a mí.
Me había mudado literalmente a la otra punta del país, había dejado toda mi vida atrás, había cumplido con la última voluntad de mi abuela y sin embargo ¿esto es lo que recibía a cambio?
La sonrisa en el rostro de Matthew no desaparecía y sabía que no lo haría ni siquiera si le pegara un puñetazo.
Esta era otra de las cosas que lo caracterizaba. Era la clase de personas a la que le gustaba disfrutar con el sufrimiento ajeno. Y si él lo producía era incluso mejor.
— ¿No tienes nada para decir?—preguntó al ver que me había enmudecido— Sabes, y quiero dejarte esto bien en claro. No sé qué fue lo que Mallorie te dijo sobre mí, pero te aseguro que te endulzó las cosas un poco más de lo normal solo para que decidieras tomar el empleo y así huir de aquí— bajó su mirada al periódico que descansaba en sus piernas.
—Yo… yo.
—Tu…tu— se burló de mi tartamudeo. Uno de los tantos rasgos que había amado cuando estábamos juntos y el que estaba cien por ciento segura de que a partir de ahora usaría en mi contra— Tu, tu. Tú tienes que darme ese maldito café de una vez y ese libro antes de que pierda la paciencia y esa bebida se enfríe. Y tú sabes lo que sucede cuando pierdo la calma—enarcó una ceja.
Y diablos si lo sabía.
Mi mente viajó a una noche en un elegante restaurante. Era nuestra primera cita oficial y había puesto todo de sí para poder impresionarme. Quería que todo fuera perfecto.
Pero incluso para gente como Matthew Nittens había cosas que no podía controlar.
Lo que había comenzado como una noche tranquila, en la que ambos teníamos todas las de ganar, se convirtió en un completo desastre cuando el camarero nos trajo el vino equivocado, la sopa estaba fría y el postra sabía completamente distinto a lo que la descripción en el menú decía.
Matthew no lo pensó dos veces y cuando el pobre hombre vino a preguntar si todo estaba bien con una cordial sonrisa en su rostro, mi cita se encargó de tomar en sus manos el plato de fría sopa y arrojarla en su cara.
—Dime tú si todo está bien— dijo bufándose del camarero quien no había sido otra cosa más que atento con nosotros aquella noche.
Unas gotas de esa comida sin terminar cayó sobre mi vestido lavanda de seda haciéndome dar un respingo en mi asiento.
El hombre se alejó abochornado y lleno de fideos y caldo de pollo, maldiciendo a Matthew por lo bajo, seguramente.
—Todo bien, ¿amor?— preguntó tomando mi mano, la misma mano que había utilizado para cometer semejante osadía.
Asentí temerosa, de su reacción más que nada.
—S...Si— me removí nerviosa en mi silla, meciéndome adelante y atrás.
— ¿Alguna vez te había dicho que te ves adorable cuando tartamudeas?—sus ojos se posaron sobre los míos y su expresión cambio de una llena de rabia a una llena de amor y ternura.
—No, nunca lo habías hecho—admití y le di la sonrisa más grande y forzada que pude.
—Pues lo haces—afirmó— ¿Quieres ir a otro lugar para terminar esta noche?
Aquella noche le dije que sí, posiblemente porque que temía a la reacción de Matthew.
Quizás si hubiese escuchado a esa voz en mi interior que me decía que algo no iba bien, me habría ahorrado muchos dolores de cabeza en el futuro.
Supongo que estaba demasiado enamorada como para verlo.
Después de todo no era la primera mujer en la tierra que vivía aquello. Al menos salí sin un rasguño de tal horrible experiencia, no todas corrían con la misma suerte.
Una servilleta impactó de lleno en mi frente, sacándome bruscamente de mis pensamientos.
—Rosé, ¿vas a darme de una vez por todas el maldito café o no?—masculló, sus incesantes ojos penetrando en cada rincón de mi alma.
—Si... Si señor— musité y con mis manos aun temblando, dejé la taza con cuidado de no volcar el contenido de la misma sobre mi jefe, y luego deje el libro, y me alejé.
¿Si, señor? Meneé mi cabeza mientras caminaba lo más lejos posible de Matthew, preguntándome por qué demonios había respondido de aquella manera.
De repente el recuerdo de como en nuestros momentos más íntimos, a Matt le encantaba que lo llamada así vino a mi mente.
Le hacía creer que tenía aún más poder sobre mí.
Supongo que mi subconsciente me había jugado una mala pasada y había sido otra parte de mi la que había hablado.
Suspiré aliviada al llegar al lado de Bruno, sabiendo que lo peor ya había pasado. Me había enfrentado al mismísimo demonio, una vez más y podía contarlo.
El resto de la tarde fue a comparación de eso, un respiro de aire fresco. La gente a la que tuve que atender fue la mar de amable con la chica nueva, lo que hizo que por primera vez me hiciera sentir afortunada de serlo.
Cuando la estancia quedó totalmente vacía, dediqué el resto del tiempo en limpiar las mesas. Quería dejarlas lo más relucientes posible.
Lo último que quería era darle un motivo a Matthew de molestarse.
—Sabes que ya puedes irte, ¿verdad?— preguntó Bruno mirándome divertido.
—¿Puedo?—inquirí confundida—Pensé que como la nueva debía quedarme literalmente hasta el último y dejar todo perfecto, sacarle brillo hasta la última maldita baldosa de este lugar—reí.
Él se unió a mí meneando la cabeza.
—Eso no es del todo mentira pero solo ocurre cuando el jefe está cerca o cuando puede aparecer de improviso—miró su reloj— Son pasadas las 22, a esta hora ya no volverá. De seguro debe estar en la cama con la súper modelo de turno o yendo a alguna fabulosa fiesta— rodó los ojos.