—¿Papi no cenará con nosotras? —preguntó una pequeña pelinegra de seis años.
—No, cariño… —hizo una leve pausa—. Él no lo hará.
—Pero no podemos bendecir la comida sin papá, él es quien lo hace —protestó—. Prometiste que vendría hoy, lo esperé todo el día. Él también nos dijo hoy que volvería para darnos una sorpresa.
El instinto maternal de Odette la obligaba a ser fuerte y no llorar, como a cualquier otra, a calmar a su niña y explicarle cuidadosamente lo que realmente sucedía. Pero, ¿cómo se lo diría? ¿Cómo le explicaría a un alma tan inocente y frágil que su amado padre no volvería?
Ni siquiera ella misma podía digerirlo. Entonces, ¿cómo esperar a que lo haga tan fácilmente? A tan corta edad… a tan dulce edad.
Solo puede hacer lo que la mayoría haría en el momento. Abrazarla con fuerza y amor, envolviendo sus suaves brazos alrededor de la delicada pequeña y dejar libre a las lágrimas de agonía interna que la consumían. Una caricia en su cabecita y unos besitos en su lacio cabello para consolarla de la terrible noticia futura que recibiría.
Ajena al dolor de su madre, Sheirly, simplemente acepta el abrazo sin entender qué sucedía, mientras acariciaba su espalda para apaciguar los sollozos que ya comenzaron a escapar de Odette.
—¿Papi volverá?