Todo lo que no pudimos decir: Recuerdos en Berlín

1

Ahora todo tenía sentido.
Desde hace tiempo, inevitablemente, noté el compulsivo y nervioso comportamiento de mi madre.
Algo muy raro en ella.

No lo dijo. Yo misma la deduje.
La primera señal fue haberme anotado en esas tediosas e inesesarias clases de alemán. Nunca despertó interés en mí ese complejo idioma. Pero ella, sin consentimiento, e inscribió con la excusa de que reforzaría la información de mis saberes para, quizás, un futuro laboral. ¿Desde cuándo desearía trabajar en Alemania?

Al principio no lo entendía y lo dejé pasar. Concluí la manifestación de su comportamiento como método para sobrellevar el duelo. Nada serio.
Y ahora, debía marcharme de la bella Grenoble y mudarme a Berlín. La ciudad natal de mi difunto padre.
Pero lo que me irritaba era que debía dejarlo todo. Debía elegir mi carrera allí, debía socializar con personas nuevas y eso, visiblemente, me afectaba. Me desinteresan los cambios cotidianos y este sería el más grande con el que cargaría en mí vida completa.

Le rogué que no, que no quería, que podía quedarme con mi abuela. Pero ella anhelaba cumplir el deseo perdido de mi padre. Vivir en Alemania.
Su recuerdo era mi debilidad y la causa de mi aceptación ante una idea tan descabellada. Pero era su sueño y eso acababa con toda resistencia dentro de mi ser.

—¿Cuándo volveremos? —le pregunté a mi madre, quien se encontraba lavando la ropa.

—No lo sé con certeza, aún faltan algunos detalles por ver. Por ejemplo, debes comenzar la Universidad y yo buscar un trabajo temporal hasta que pueda encontrar uno acorde a mis estudios —contestó.

—Sé que es el sueño de papá, pero yo quería terminar con mis estudios aquí. Se supone que estudiaría la misma carrera con mis amigas. Ahora debo comenzar de nuevo, conocer gente nueva, adaptarme a otro lugar que no es mi hogar.

—Escucha, es difícil para las dos, pero no estaremos solas. Tu abuela aceptó ayudarnos en lo que necesitáramos.

—Pero no es lo mismo. Yo tendré que cambiar mis hábitos por otros, socializar, encajar y todo lo demás. Tú puedes conseguir trabajo y con el tiempo tendrás colegas que se conviertan en tus amigos, yo no.

—Hija, tú padre siempre quiso que viviéramos allí. Él quería que conocieras su niñez, a su familia, que supieras más sobre tus orígenes alemanes.

—Mamá, ya sé sobre Alemania. El “Führer” dejó una clara marca de reconocimiento hacia ese país.

—No a esa clase de cosas, y deja de decir eso o cancelo la pijamada con tus amigas.
No di contradicción o queja, sabía que ella lo haría. Y mi suposición se confirma al oír el tono que usó en su lenguaje. Pero

—¿Es necesario ir? —reproché.

—Sí. Se supone que hace tres meses debíamos de haber viajado, pero dejé que terminaras el años escolar antes de irnos —su voz adquirió una firmeza implacable, no dejó duda alguna sobre su decisión. Ya estaba tomada y no se discutiría más.

Cada uno de mis métodos para convencerla fueron, por definitiva, inmundos fracasos. Ni la más grande súplica rota y deteriorada lograban ablandar su corazón y hacerla entrar en razón. Era necia ante mis protestas y mantenía su estado de negación ante mis peticiones. Simplemente, un caso perdido.



#4735 en Novela romántica

En el texto hay: romance, berlin, sueño

Editado: 31.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.