aquí estamos... Alemania.
Habíamos viajado hace unos días, ya pasé por todo ese proceso para entrar a la Universidad. Iría a la Univerdidad Humbolt.
Por ahora, nos quedamos en la casa de mi abuela paterna, Heidi Powlerolwer.
Aquel lugar no desagradaba, Berlín era una obra digna de admirar. Pero aún así, ni siquiera con todo lo que este lugar puede ofrecerme, nada me acerca a la comodidad y seguridad que sentía en Francia.
Nostálgicos eran los recuerdos que a menudo invadían sin permiso mi mente. Solo quería volver a casa.
Por el momento solo faltan unos día para comenzar de nuevo con el ciclo estudiantil. Cursaré la carrera de Economía. Esa misma se supone que cursaríamos Caroline, Adelaide y yo en Francia. Pero la desgracia me persigue y me obsequia este tortuoso "regalo".
—¿Cuándo comenzaré?
—Ya te lo dije, Sheirly, en unas semanas.
—¿Cuántas, mamá?
—No lo sé, en eso deberías estar al pendiente tú.
—Auch...
—Hija, piensa, es igual que cuando iniciaste la escuela.
—Es más fácil hacer amigos de pequeño que hacer amigos siendo adolecente.
—Tan solo son...
—Cinco años. Tres para la Licenciatura y dos para la maestría.
—¿Ves? En esos cinco años ya tendrás amigos.
—Sí, pero eso significa que falta mucho para volver a Grenoble.
—Ten paciencia. Volveremos, pero ahora estamos aquí y debemos concentrarnos en eso. Tendrás suficiente tiempo para aprender todo lo que tu padre quería que supieras sobre sus raíces.
—Tengo tiempo de sobra.
—Hazlo por él. Lo querría así —susurró más calmada.
—Está bien, pero no significa que me vaya a gustar.
—Con el tiempo lo harás, solo te falta paciencia.
Aquella sosegada palabra resonaba en mi mente como timbres tocados por testigos de Jehová, "paciencia". Eso, por mucho, era lo que menos tenía y lo que más debería contener.
Nadie puede culparme o argumentar en mi contra por cómo me siento, es normal. Es normal llevar toda una vida estructurada de forma meticulosa y que por decisiones ajenas todo se vuelva polvo en tan solo un pequeño suspiro.
Este lugar revolvía en lo más profundo de mis recuerdos pasados escondidos y socavaba hasta el más mínimo hilo con complejo de tela de araña de dolor para esparcirlos por todo mi existir y aflijir más mi alma en pena.
Los cuadros de él en la casa de la abuela solo alimentaban la tediosa punzada en el centro de mi corazón. Su mención destrozaba a todos. Nadie podía llegar a olvidar su rebelde y honesta personalidad, su indomable carácter, su naturaleza fortalecida, su acento encantador, y su esencia distintiva. Lo convirtieron en un ser único y destacable. Uno digno de admirar.
Mi padre fue un gran hombre. Conoció a mi madre cuando él se mudó a Francia después de que la empresa pastelera para la que él trabajaba, abriera nuevas sucursales en el país. Necesitaban personal y uno de ellos fue mi padre.
Él era un "Meister Konditor" y su trabajo en la pastelería podría llegar a igualar al mismísimo Budy Valastro.
Cada receta que cocinaba derretía de forma excelente al paladár y te dejaba la sensación de ser algo odiosamente exquisito. Era un don con el que había nacido, y expresaba sus sentimientos en la cocina, dándo la ferviente excusa de que era el arte más bello de contemplar.
Mientras tanto, mi madre era solo una estudiante universitaria. Estudiaba Abogacía para ejercer como fiscal. "Su trabajo soñado" según ella. Caracterizada por aborrecer las injusticias y sentir el creciente anhelo de pudrir la depravación inculcada que asesina la consciencia y emerge la corrupción en el hombre. Su intuición ante inquietudes mínimas la ha ayudado a impulsar su carrera laboral al éxito impetuoso. Pero, mientras se encontraba cursando su carrera, requería de materiales que eran devastadoramente caros para personas tan humildes como ellos. Entonces, para ayudar a la economía, comenzó a trabajar en un mercado del cual nombre no me acuerdo.
Una vez, uno de los repartidores de la pastelería "Vielseitige Köstlichkeit" enfermó, y como él era uno de los nuevos, lo pospusieron a ese cargo temporal. La coincidencia perpetúa en que mi madre recibía esas entregas.
Al comienzo, se fascinó con su delicada belleza, pero las interacciones constantes la volvieron un mismísimo bálsamo para su alma. Uno que derretía al mundo y te elevaba a una esponjosa y pura nube eterna. Se volvió adicto a la sensación que le provocaba y quería más.
Comenzó con una serie de intentos de acercamientos más intima que profesional. Cabe aclarar que él era un cero a la izquierda en coqueteo y accionaba con lo primero que se materializaba en su mente. Le hacía chistes malos, los cuales no sé si por pena o por genuino interés la hacían reír, le preguntaba por su día y le comentaba anécdotas sobre las únicas delicias de la pastelería. Ergo, mi madre tenía un metabolismo algo sensible, algunas cosas a las cuales a uno solo le causarían malestar, para ella era el mismo infierno ardiendo dentro de su ser.
Al haberle comentado esa simple e insignificante noticia, una idea surgió del mar de sus pensamientos. Una nueva manera de estar más cerca de su cautivadora.
Dedicó su tiempo libre, el cual le daba un súbito respiro de su agitada labor diaria, a una profunda y desbordada búsqueda de información sobre postres que una persona así pudiera digerir, sus ingredientes y recetas. Tenía múltiples guardadas y anotadas. Ya había leído 17 libros de cocina y continuaba receptivo a buscar la gloria eterna que abriría paso fulgoso a suspiros perdidos de la dama. O como él en su secretismo la añoraba como "La verveine de ma blessure". Por ser aquel intenso destello salvador que acaricia a su llagado corazón.
Con frecuencia molesta, le preguntaba a sus colegas si guardaban conocimientos de postres suaves y delicados. Cada sílaba que liberaban era plasmada permanente en su consciencia, no se permitía errores ni salteo de pasos. Todo debía ser perfecto para su verveine.
Después de tanto exhaustivo emprendimiento y de pugnar entre variedad de opciones, lo logró. Por fin consiguió su "gloria eterna".