Maggie.
Mucha gente podía decir que odiaba algún color, o alguna comida, yo podía decir que odiaba un sonido y era el que retumbaba mis tímpanos en ese momento. La bocina del auto de Scott. Ese sonido me tenía harta, pero a pesar de eso jamás me apresuraba para evitar escucharlo, al contrario, trataba de tardar más sabiendo que Scott tenía muy poca paciencia.
—¡Maggie apresúrate! —gritaba Camille desde la sala.
—¡Ya voy! —respondí con otro grito. Su voz de apuro me exasperaba.
Tomé la mochila que contenía lo importante, cepille un poco más mi cabello aunque por mas que lo peinara los cabellos rebeldes se rehusaban a quedarse en su lugar, me dí por vencida y salí de la habitación.
—Gracias por hacer esto Paula —dije mientras bajaba las escaleras—. Emily ya está dormida, no molestará en absoluto.
—No te preocupes, solo apresúrate que ese sonido me dejará sorda —respondió con gracia—. Me sorprende como Emily puede dormir.
Paula era una vecina del edificio que solía cuidar a Emily cuando Camille y yo teníamos que irnos de noche. Una señora muy tierna y de corazón enorme, sabía muchas de las cosas por las que habíamos pasado y siempre nos mostró su apoyo incondicional, ayudándonos e incluso compartiendo lo poco que podía.
Y sobre Camille, la había conocido en una discoteca dónde trabajamos de meseras, me contó mucho sobre su vida. Era hija única, había sufrido muchos maltratos de sus padre quien era un alcohólico sin remedio, razón por la cual su madre los abandonó, la echó de casa apenas cumplió los dieciocho, sin importarle donde iría a parar. Durmió en algunos parques, consiguió pequeños empleos que la mantenían con el estómago lleno. Luego conoció a Scott, quien la ayudó y la metió en este modo de dinero fácil, sucio y peligroso. Admiraba como siempre puso darse ánimos ella misma, cosa que para mí sin Emily sería prácticamente imposible.
—Chicas —llamó una última vez Paula—, cuidense por favor.
Le sonreí y asentí, me despedí por última vez y salí de la casa aún con la bocina sonando unas cien veces más, Scott estaba hecho una furia.
—¡Jamás están listas cuando se los pido! ¿Qué parte de en media hora paso por ustedes no entienden?
Scott era alguien de muy mal genio, a pesar de eso, habitualmente solíamos hacerlo enojar con toda la intención del mundo
—Lo siento —dije riendo—, pero ya estamos aquí, ¿no es así?
—Bajale a tu ira, please. —respondió Cam, graciosamente ganandose una mirada de desprecio por nuestro iracundo amigo.
—Las aguanto mucho.
Ignoré su último comentario, me limité a solo permanecer en silencio mientras nos dirigíamos a la disco, acomodé los sobres de cocaína en mi brasier, y algunos en los bolsillos internos de la chaqueta. Estaba lista.
Miraba por la ventana un camino que me conocía de memoria, todos los fines de semana transitar por aquí ya era una rutina. Me puse a pensar en la mirada de Paula cuando nos pidió cuidarnos, muchas veces pensaba que ella no se tragaba el cuento de que solo servíamos tragos en la disco, pero jamás nos cuestionaba nada, siento que es por Emily, ella le ha tomado mucho cariño, eso me deja muy tranquila, pues, sé que si llega a pasarme algo ella no dejará que se quedé sola.
Llegamos al lugar, luces LED, música ensordecedora, gente ya ebria y muchos chicos besandose era un ambiente al que ya me había acostumbrado, no estaba mal.
—Bien, ya saben que hacer —habló Scott—. Yo estaré... por ahí, cualquier cosa me dan una llamada, las quiero.
Nos despedimos de él, Cam y yo nos quedamos un rato juntas, bebiendo unos tragos, a ambas nos iba muy bien en las ventas siempre, por el momento todo esto era bueno.
Algunos lo llamarían dinero fácil, y tal vez puede que lo sea, pero cuando estás en aprietos tal vez no se encuentra otra opción, no planeé que esto pasara. También fuí una niña que pensaba y creía en el “cuando sea grande quiero ser...”, aún recuerdo que soñaba con estudiar bellas artes, bailar, cantar, pintar, era muy lindo pensar que algún día llegaría a lograrlo. Jamás pensé en “cuando sea grande quiero ser vendedora de droga”. Nadie entendía eso. Un trabajo de mesera, de lavaplatos, o de cajera de medio tiempo no sustentaba los gastos para una niña de apenas cinco años, una niña que jamás pensé terminaría siendo mi responsabilidad. La gente solo juzgaba.
—¡Hey! —llamó la atención un tipo frente a mi— ¿Aún tienes hierba?
Noté que no estaba solo, era un grupo, el chico era el más alto, vestía una camisa de cuadros, tal vez azules, no se apreciaba mucho por las luces neón, su cabello se veía negro y desprolijo, al mirarlo no pude negar su atractivo, un chico guapo, como cualquier otro. Si que era alto pero no por tanto que los otros dos. Una chica venía con ellos, muy bien vestida y con el cabello totalmente liso, siempre me había fijado en esos detalles, no podía evitar pensar en cuántas horas habría tardado en la peluquería o lo habrá hecho ella misma, incluso si era totalmente natural, amé su estilo.
—¿Cuánto quieres? —cuestioné.
—¿Con esto que me alcanza?
Me extendió unas fichas de algún juego de mesa, a lo que sus amigos y la tipa empezaron a reír a carcajadas. Don comedia.
—Tal vez un cerebro de segunda mano. —Respondí.
Sus amigos rieron burlones, a excepción de la chica quien había cambiado su rostro lleno de diversión a uno de fastidio y desagrado, recién noté que venían abrazados, a lo mejor era su novia o apenas se habían conocido.
—Pasate la hierba. —volvió a hablar el primer chico.
—Enseñame el dinero, pendejo.
—¿Crees que no te voy a pagar? —rió burlón.
Ví su sonrisa y me recordó a todas las historias que había leído sobre el idiota arrogante que le hablaba como se le daba la gana a todo el mundo pero que con una sonrisa brillante hacía que todos olvidend lo hijo de puta que había sido.
Y esto es la vida real, claro que si me pareció linda su sonrisa, pero eso no quitaba lo imbécil que fue, sonrisas bonitas hay millones.