Estábamos un poco apresurados por llegar a la clase de música porque nos habíamos retrasado un poco debido a que me habían entregado los cuadernos, libros y lápices que iba a necesitar para las clases.
Por lo tanto, nos encontrábamos caminando a pasó apresurado hacía el salón de música, pero cuando estábamos a punto de llegar, comencé a escuchar lo que parecía un canto celestial que resonaba en el aire, acompañado por el suave sonido de instrumentos.
Emocionada por el hermoso sonido que llegaba a mis oídos, apresure un poco el pasó, pero me detuve al notar que Sebastián no me seguía.
–¿Sebastián? ¿Qué pasa?
–Dudo que ya hayas conocido a Mateo, pero te recomiendo no hablar con él. Ni siquiera enfrentarlo
–¿Mateo? ¿Quién es ese?
Ni siquiera se tomó el tiempo de contestarme. Solo siguió adelante y se detuvo frente a la puerta del salón, por lo que no tuve otra opción que acompañarlo.
Así que, con cautela y cuidado, abrimos la puerta, tratando de no llamar la atención. Sin embargo, nuestro esfuerzo fue en vano, ya que en el momento en el que pusimos un pie dentro del aula, esa melodía celestial que llenaba el espacio se detuvo abruptamente, dejando un silencio incómodo a su paso.
Y todos los ojos se voltearon hacía el lugar en el que estábamos nosotros.
–Sebastián, hasta que llegas… –sin dirigirme la mirada, el profesor se levantó y se acercó hacía nosotros con una guitarra en sus manos.
–Lo lamento…
Con la mirada baja, pasó a un lado del profesor, tomó la guitarra que él tenía en la mano y se sentó sobre una silla frente a una partitura.
–Sigan practicando… –al instante, la música volvió– ¿Sabes tocar algún instrumento?
–No…
–Entonces siéntate y escucha.
Siguiendo las indicaciones del profesor, me alejé un poco del grupo y me senté en un lugar apartado, pero lo suficientemente cerca para escuchar la melodía.
Observé cómo el profesor tomaba asiento entre Sebastián y otro chico, y con una maestría indescriptible, se sumergió en la canción tocando el piano.
La melodía que emanaba del aula envolvía mis sentidos y me transportaba a otro mundo. Era una composición tan hermosa que no pude evitar sentirme cautivada. Las voces de las chicas y los chicos resonaban de manera angelical, entrelazándose de armonía y deleitando mis oídos. Cada nota, cada entonación, transmitía una emoción profunda y una sensación de paz.
Los instrumentos, hábilmente interpretados por los estudiantes, se unían a las voces con destreza, añadiendo capas de sonidos y texturas que embellecían aún más la canción. Los violines susurraban melodías dulces, mientras que las guitarras brindaban profundidad y calidez, los acordes del piano guiaban la melodía, otorgándole una base sólida y un sentimiento de dirección.
“Una pequeña niña, de apenas 5 años de edad, bajaba con precaución por las escaleras de su casa. Sus pasos eran lentos, consciente de la necesidad de mantener el equilibrio en cada escalón. Tenía el deseo imperante de saciar su sed y se dirigía hacia la cocina en busca de algo refrescante para beber.
Mientras avanzaba por el último tramo de las escaleras, un sonido dulce y armonioso capturó su atención. El sonido de una guitarra resonaba en el aire, como si fuera interpretada por un ángel, con la gracia y delicadeza de sus dedos al rozar las cuerdas.
Intrigada por la melodía, la niña llegó al final de las escaleras y se detuvo por un momento, permitiendo que el embrujo de la música la envolviera. La melodía fluía con una belleza inigualable, transmitiendo emociones sutiles, pero profundas. Cada nota era como una caricia al alma, despertando sentimientos de alegría, calma y asombro en el corazón de la pequeña.
sin dudarlo, siguió el sonido de la guitarra que parecía llamarla, atrayéndola con su magnetismo musical. Sus pasitos tiernos la llevaron por los pasillos de la casa hasta llegar a una habitación donde encontró a la dueña de aquella melodía mágica.
Allí, sentada en el sofá principal de la sala, se encontraba la madre de aquella pequeña niña, con la guitarra entre sus manos. Sus dedos se deslizaban con gracia por las cuerdas, produciendo una sinfonía de acordes y notas que llenaban el espacio con su encanto.
La niña se acercó tímidamente, sus ojitos brillando de asombro y admiración. Observó maravillada los movimientos fluidos de los dedos de su madre, fascinada por la manera en que cada acorde era creado con precisión y amor.
La música se convertía en un lenguaje mágico que transmitía emociones y experiencias sin necesidad de palabras. Pero que lamentablemente se detuvieron en el momento en el que su madre se dio cuenta de la presencia de aquella niña.
–Qué haces aquí… –dejó la guitarra a un lado y tomó en brazos a la niña que tenía en frente– Te he dicho que no bajes sola en la noche
–Tenía sed… –murmuró la niña, desviando la mirada hacía la guitarra– ¿Por qué la dejaste de tocar?
–Tienes que ir a dormir
La mujer, con la niña en brazos, comenzó a caminar cuidadosamente hacía la cocina, mientras que la pequeña miraba la guitarra que anteriormente estaba siendo tocada por su madre.
Al llegar a la cocina, la mujer, con delicadeza, le dio un vaso de agua fresca para calmar su sed. La pequeña bebió mientras aún podía escuchar el dulce sonido de la guitarra que se desvanecía en el fondo.