–Se disculpó –finalizó con una gran sonrisa–. Es qué… –movía sus manos de un lado para otro porque no sabía como reaccionar– Fue muy lindo…
Sin poder contener toda su emoción se sentó a un lado de Zaida, intentando cubrir su intenso sonrojo con ambas manos.
–Me dijo que lamentaba todo el acoso que me había hecho y que deseaba que lo perdonara… Para, así poder mejorar nuestra relación –agregó mientras abrazaba sus rodillas, pero sin dejar de mover sus manos.
–¿Y tú qué le dijiste? –la sonrisa en el rostro de Zaida no podía desaparecer, y menos teniendo a Sebastián comportándose como un adolescente enamorado a su lado.
–Yo… –de la nada, sus manos dejaron de temblar– No pude contener mi nerviosismo, así que salí corriendo… –murmuró con decepción.
Zaida no pudo contener su gran carcajada.
–Te comportas como un niño
–¡Nunca pensé que me diría algo así! –gritó con fuerza después de golpear el brazo de Zaida– ¡No te rías!
–Perdón, perdón. Pero… ¿Qué quieres que te diga? Lo único que puedes hacer es hablar con él y perdonarlo. Eso si quieres perdonarlo, obvio
–¿Cómo ‘eso si quieres perdonarlo’?
–Claro, ¿vas a perdonarlo tan fácil? ¿Después de todo lo que te hizo? –lo único que quería, era ver cómo Mateo se esforzaba en ser perdonado por Sebastián.
–Sí… Tienes razón –exclamó con firmeza–. ¡No puedo perdonarlo así de fácil!
–Tiene que esforzarse por tú perdón
–¡Si! –exclamó nuevamente después de levantarse de la cama.
–Así te darás cuenta si lo hace de corazón, o…
–Solo lo hace para sentirse mejor consigo mismo –completo la frase de Zaida con una sonrisa–, o porque quiere que lo ayude en uno de sus planes para molestar a los demás
–Exacto, sabes como es Mateo, ese tipo es capaz de todo solo para salirse con la suya
–¡Mamá! –Eda llegó corriendo al dormitorio, moviendo de manera brusca la pierna de Zaida– Necesito ir al baño –agregó, soltando una pequeña risa.
Zaida no pudo contener su carcajada.
–Enseguida vuelvo
Sin decir nada más, tomó la mano de Eda y comenzaron a dirigirse al baño, dejando completamente solo a Sebastián, o por lo menos eso era lo que pensaba.
–¿En serio? ¿Eso es lo que piensas de mí?
Murmuró una voz baja ronca, casi en un susurro, junto a su oído. En ese mismo instante, unos brazos firmes lo rodearon por la cintura, atrapándolo en un abrazo inesperado y haciendo que su nerviosismo creciera rápidamente. Sintió el calor subiendo a sus mejillas, intensificando su sonrojo, mientras su corazón comenzaba a latir con fuerza.
–Eso me pone un poco triste…
Con un pequeño temblor en su respiración, giró ligeramente la cabeza hacía la derecha, encontrándose con la imagen de Mateo, quien apoyaba su cabeza sobre su hombro, con la mirada fija en algún punto lejano, pero sin borrar una leve sonrisa.
–Yo… Lo lamento –respondió, apenas logrando encontrar su voz.
–No tienes que disculparte. Lo entiendo… ¿Sabes por qué? Porque quiero complacerte
La voz de Mateo era suave, casi un susurro provocador, y cada palabra parecía deslizarse lentamente, llenando el aire entre ambos con una extraña sensación de sensualidad. Aquella simple frase fue suficiente para que Sebastián sintiera cómo una corriente de tensión recorría su cuerpo, acelerando aún más sus latidos. Sin pensar, llevó sus manos a los firmes brazos de Mateo, sujetándolos con firmeza mientras intentaba contener el impulso de apartarlo, o tal vez de responder de una forma que ni él mismo lograba entender del todo.
Sebastián sentía cómo la mezcla de nervios y sorpresa se traducía en una tensión tangible en sus manos, apretando los brazos de Mateo casi instintivamente para no dejar que esa provocación lo enloqueciera aún más.
–Voy a usar todos los recursos que tengo para que me perdones. Y si quieres que te ruegue, lo voy a hacer, aunque sea de rodillas
˚₊‧꒰ა ☆ ໒꒱‧₊˚
–¿Puedo ir? –suplicó Eda al ver como sus amigos jugaban en el patio– Por fis…
–Está bien –era imposible resistirse a esos ojitos–. Pero cuando te llame, tienes que regresar enseguida. Si no, te tendré que castigar, lo sabes.
–Sí, mami. ¡Muchas gracias! –exclamó emocionada antes de alejarse a toda prisa.
Con una gran sonrisa dibujada en el rostro, Zaida se dirigió hacia las escaleras que llevaban a los cuartos. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de pisar el primer escalón, una figura apareció en su camino, obligándola a detenerse.
Delante de ella estaba un joven alta, con un cabello negro que caía lacio como la seda, y unos ojos de un color miel tan profundo que parecía contener un secreto. La desconocida la observaba con una mirada calculadora pero amable.
–Eres Zaida, ¿cierto?
Zaida la miró de arriba abajo, sus ojos brillando con una mezcla de firmeza y ligera desconfianza.
–Sí, soy yo. ¿Pasa algo? –respondió Zaida con cautela, sin bajar la guardia.
La joven solo una carajada.
–Tranquila, no tienes que estar a la defensiva conmigo. No he venido a causarte problemas –aún así, Zaida mantuvo la misma expresión reservada, sin relajar ni un solo músculo–. Me llamo Mía –continuó con una sonrisa tranquila–, y… Solo quería darte las gracias por haberle dado a Mateo la lección que necesitaba. La verdad, se lo tenía bastante merecido
Zaida parpadeó, sorprendida por la sinceridad de Mía. Aunque su desconfianza no se desvanecía del todo, el tono de la joven parecía sereno y honesto. Observó a Mía en silencio, evaluando sus palabras, mientras la otra le devolvía la mirada con una amabilidad que comenzaba a calmar las dudas de Zaida.
Al ver que Zaida permanecía en silencio, Mía continuó hablando, su tono algo más ligero.
–Pensaba que… Tal vez podrías querer algún tipo de recompensa por lo que hiciste con Mateo. No sé… ¿Qué piensas? –dijo, con una sonrisa que buscaba algún tipo de complicidad.
Zaida frunció el ceño, algo molesta por el comentario, pero aún más cuando notó que los ojos de Mía se desviaban a su cuerpo, observándola de manera insistente.
–Mis ojos están aquí arriba. –dijo Zaida, chasqueando los dedos para captar su atención.
Mía parpadeó y soltó una risa corta, algo nerviosa.
–Lo siento, lo siento. Solo que… Me pareciste muy linda, nada más
Zaida suspiró, claramente incómoda, y dio un paso hacia atrás.
–Sí… Ya me di cuenta. –respondió en tono seco, desviando la mirada.
Notando cómo Zaida perdía interés rápidamente, Mía intentó cambiar de enfoque, hablando con un toque de insistencia.
–¿Qué te parece si… Nos conocemos un poco más?
Zaida negó con la cabeza, manteniendo la mirada hacia otro lado.
–No estoy buscando una relación. Lo siento.
La sonrisa de Mía desapareció, y después de un momento de vacilación, asintió.
–Entiendo… Perdón por incomodarte
Con un aire de resignación, Mía se dio media vuelta y se dirigió hacia su grupo de amigos, quienes empezaron a reír y hacer bromas a su costa por el claro rechazo que había recibido.
Zaida, intentando dejar atrás el extraño e incómodo encuentro, se giró una vez más hacia las escaleras, pero antes de dar el primer paso, sintió la vibración de su celular en el bolsillo.
˗ˏˋ ♡ ˎˊ˗
Por favor, tienes que responder. Necesito saber si estás bien, en qué país estás, cómo están tus padres… Aunque sea hablar contigo por última vez.
–¿Hola? ¿Emma? Que tal todo por allá
¡Era ella!
–¡Zaida! –me senté sobre mi cama con una gran sonrisa– Pensé… Pensé que no me responderías nunca
Pero no recibí respuesta alguna.
–¿Emma? Lo lamento, no te escuche. La señal aquí es un poco mala
–Y-yo… –ni siquiera sabía porque la había llamado, pero el nerviosismo de no saber absolutamente nada de ella me estaba matando lentamente– ¿Por qué no me dijiste que te irías?
–Yo tampoco lo sabía, ni siquiera me dio tiempo de llamarte cuando… Bueno, cuando papá me contó que nos iríamos
–Ya veo. Y, ¿qué tal todo por allá? ¿En qué país están?
–Estamos en Estados Unidos, llegamos hace un par de horas. Y… No he salido mucho del departamento, papá me dijo que mañana iríamos a conocer un poco antes de entrar a clases
–Entiendo… Oye, ¿cuándo volverán? –mis sollozos se hacían cada vez más claros.
–Emma… Me encantaría decirte, pero ni siquiera papá lo sabe. Te avisaré cuando vuelva al país, ¿si? Puedes estar tranquila, no me pasara nada
–¿Nuestra amistad seguirá siendo la misma? –murmuré entre sollozos, mientras intentaba secar las lágrimas que surcaban mis mejillas.
Al otro lado del teléfono, escuché una suave risa que buscaba tranquilizarme.
–Oye… –dijo Zaida, con un tono que intentaba sonar despreocupado– Claro que sí. No tienes que preocuparte por eso. Nadie podrá reemplazarte como mi mejor amiga
–Gracias… Te quiero mucho. Y sé que, aunque no lo admitas, tú también me quieres, aunque sea un poquito –respondí con un toque de humor, intentando aliviar la tristeza.
De repente, una voz masculina se oyó en la línea, interrumpiendo nuestra conversación.
–¡Zaida! Tenemos que hablar contigo, ahora.
Zaida hizo un pequeño chasquido de lengua, claramente molesta por la interrupción.
–Yo… –pareció buscar una excusa– La señal es bastante mala aquí, así que no creo que pueda hablar contigo muy seguido. Pero… Te llamaré cuando pueda, ¿de acuerdo?
–Sí, entiendo –respondí, intentando sonar comprensiva, aunque el malestar me quemaba el pecho.
–Hasta luego, Emma.
Y, sin darme oportunidad de despedirme, cortó la llamada.
Me quedé inmóvil, sosteniendo el teléfono, mientras el eco de su voz aún resonaba en mis oídos. Esa voz masculina… Definitivamente, no era la de su padre. Además, Zaida había dicho que estaba en Estados Unidos, y se supone que allá hablan inglés, ¿no? Quizás era un amigo o conocido de su padre, o alguien que Zaida había conocido en el edificio. Pero ella había dicho que no había salido mucho del departamento… ¿Quién podía ser?
O tal vez solo era yo, imaginando cosas, dándole demasiadas vueltas a un simple detalle. Tal vez mi inglés falló y escuché mal. Zaida había dicho que no dejaría que nada nos separara, que siempre estaríamos unidas. Tenía que confiar en ella, ¿verdad?
Pero…
No quiero estar lejos de ella.
˗ˏˋ ♡ ˎˊ˗
Zaida subió corriendo las escaleras, sus pies golpeando los peldaños con fuerza mientras ascendía con prisa.
Al acercarse al cuarto, escuchó una voz que resonaba con frustración desde adentro.
–Sí, sí. ¿Y cómo se supone que lo encontremos? –el tono molesto de Sebastián se oía claramente.
Zaida entró al cuarto lo más rápido posible.
Mateo estaba sentado en su cama, apoyado en sus brazos mientras sus piernas colgaban al borde del colchón, mirándola con calma, casi ajeno al nerviosismo en el ambiente. Frente a él, Sebastián permanecía de pie, con una mano en la frente, la mirada crispada y los hombros tensos por la frustración.
–¿Qué pasa? Me asustaron… –preguntó Zaida, sintiendo cómo el nerviosismo se instalaba también en ella.
Sebastián lanzó una mirada significativa a Mateo, quien suspiró antes de responder
–Recordamos un pequeño detalle…
–¿Pequeño? –Sebastián alzó la voz, molesto, sin intención de ocultar su descontento.
Mateo se incorporó un poco más, intentando hablar con calma y evitar el ardor de la mirada de Sebastián.
–Es sobre el libro que se le entrega al líder de la organización –comenzó a explicar–. Es un libro que contiene información detallada sobre los poderes que pueden tener los miembros de la organización. Incluye descripciones sobre sus habilidades, sus características físicas, incluso información sobre los distintos tipos de demonios, el Rey Demonio, y otras cosas muy fundamentales para poder sobrevivir como organización
Definitivamente no era un ‘pequeño detalle’.
–¿Quién es el Rey Demonio?
Sebastián lanzó un suspiro de exasperación, claramente aún irritado.
–Es quien controla a los demonios, quien los dirige para que cumplan todas sus órdenes sin cuestionar –respondió con firmeza, intentando no dejar lugar a dudas–. El nombre lo dice todo
Zaida asintió lentamente, comprendiendo la gravedad de la situación. Mateo miró a Sebastián de reojo, bajando la voz en un intento de evitar tensar más el ambiente.
–Y… No sabemos dónde está el libro
Sebastián entrecerró los ojos, algo molesto por el tono bajo de Mateo.
–Te escucho perfectamente, no soy sordo –respondió con un leve toque de impaciencia.
Zaida asintió, sintiéndose un tanto incómoda por la tensión.
–¿Y cómo es el libro? –insistió, queriendo comprender mejor lo que buscaban.
Mateo cruzó los brazos, intentando recordar los detalles.
–Es un libro oscuro, tiene pocos detalles en la portada. En lugar de una figura de demonio, tiene algo extraño… Con alas. Y es muy pesado, tiene muchas más páginas que los otros libros que hemos visto
–El título era algo así como… “El Rey” o algo parecido –agregó Sebastián.
En cuanto escuchó ese título, todo alrededor de Zaida se volvió completamente blanco.
“Una pequeña de apenas cinco años estaba sentada en una silla alta, rodeada de una montaña de regalos envueltos en papeles de colores vibrantes y lazos brillantes. Frente a ella, un hombre con una cámara fotográfica profesional ajustaba el enfoque, sonriendo con paciencia.
–¡Sonríe! –le indicó el fotógrafo con una voz alegre.
La niña obedeció de inmediato, dibujando en su rostro la sonrisa más radiante que podía ofrecer. Sus ojos brillaban con inocencia y emoción.
–Perfecto… –dijo el fotógrafo mientras revisaba las fotos en la pantalla de la cámara, satisfecho con los resultados.
La niña, ansiosa, giró hacia sus padres y preguntó con una chispa de ilusión en sus ojos;
–¿Puedo abrir los regalos ahora?
Su padre asintió, mirándola con ternura.
–Sí, adelante –respondió con una sonrisa.
Con un pequeño salto, la niña bajó de la silla y se dirigió hacia los regalos. Pero en lugar de lanzarse a abrirlos todos, comenzó a rebuscar entre ellos, mirando los envoltorios con expectación. Su padre, algo intrigado, se acercó a ella y le preguntó suavemente;
–¿Qué estás buscando?
Ella se detuvo un momento, alzando la mirada con una mezcla de impaciencia y emoción.
–¿Dónde está el regalo de mamá? –preguntó, intentando ser lo más clara posible.
Ambos padres se miraron entre sí, sonriendo ante la dulce impaciencia de su hija. Conmovidos, se arrodillaron frente a ella, y su madre tomó un paquete envuelto con especial cuidado.
–Quizás aún no puedas leerlo bien –le explicó su madre mientras le tendía el regalo–, pero algún día lo entenderás por completo
La niña abrió el paquete con entusiasmo, rompiendo el papel hasta descubrir un libro de colores oscuros y bordes dorados. El tomo era pesado para sus pequeñas manos, así que su padre la ayudó a sostenerlo con delicadeza.
–Es… ¡Es hermoso! ¡Gracias! –exclamó, sus ojos llenos de admiración mientras acariciaba la portada.
Sin esperar más, se lanzó a los brazos de su madre en un cálido abrazo, susurrando un sincero ‘gracias’ lleno de gratitud y amor.
Zaida esbozó una leve sonrisa mientras ese preciado recuerdo con sus padres se hacía presente en su mente. Sabía que esa imagen de su niñez contenía una pista necesaria para encontrar el libro que estaban buscando.
–Claro, por eso el libro era tan pesado… Y bastante feo –dijo, intentando bromear, aunque notaba la tensión en el ambiente.
La curiosidad y la esperanza iluminaron el rostro de Sebastián, quien fue el primero en preguntar.
–¿Sabes dónde está?
Zaida suspiró, bajando la mirada.
–Mi mamá me dio el libro de regalo cuando tenía cinco años. Pero… Hay un pequeño detalle
Sebastián frunció el ceño.
–¿Otro?
–Cuando empecé a aprender a leer, mi mamá le regaló el libro a un primo. Pero ese no es el verdadero problema… –Zaida aclaró, anticipándose a la mirada confundida de sus compañeros.
Sebastián dejó escapar un suspiro de frustración, claramente molesto.
–Cuál es el maldito problema
Zaida suspiró y se preparó para dar la mala noticia.
–No sé si mi primo sigue vivo, y si lo está, vive en otra ciudad… Muy lejos de aquí
Sebastián, agobiado por la noticia, se dejó caer junto a Mateo en la cama.
–¿Qué tan lejos? –preguntó, con resignación en su voz.
–Dos o tres días de viaje en auto
En un ataque de frustración, Sebastián soltó un resoplido y le dio un fuerte golpe en el hombro a Mateo.
–¡Esto es culpa tuya! No puede ser… –protestó.
Mateo se llevó la mano al hombro, sobándose un poco mientras respondía con tono burlón;
–Oye, tranquilo, cuando salgamos de aquí y reunamos a todos, iremos a buscar el libro y el arma. No es el fin del mundo
Zaida, al escuchar las palabras de ánimo, quiso añadir algo para aliviar la tensión.
–¡Exacto! No se preocupen, yo sé exactamente dónde vive mi primo. Íbamos muy seguido a su casa cuando era pequeña. Y el arma también…
La mención desanimada del arma hizo que la mirada de Mateo bajara poco a poco.
–No has terminado el libro, ¿cierto?
–No –respondió con decepción hacia sí misma.
La expresión de Mateo se fue suavizando mientras acariciaba el cabello de Sebastián, y esa simple caricia pareció calmar la ansiedad que este llevaba consigo. Con voz baja, Mateo comenzó a explicar.
–Existe un arma fabricada especialmente para el líder –dijo con tono serio, manteniendo sus dedos entrelazados en el cabello de Sebastián–. Es un tipo de espada normal, pero cuando es manipulada por el líder, libera un ligero color blanco. Lo que hace la espada es aumentar el poder del líder. No tenemos ni idea de donde está el arma, pero yo supongo que está en tú casa. Tú madre fue la última líder… Tiene sentido que lo tuviera ella
Antes de que pudiera seguir explicando, un grupo de chicos y chicas irrumpió en la habitación. Eran amigos de Mateo, y sus miradas divertidas no tardaron en posarse sobre la tierna escena entre él y Sebastián. Sin perder tiempo, comenzaron a lanzar bromas.
–Uy… ¡El amor! –comenzaron a gritar.
–Cojan en otra parte, porfa
–¿Y el beso pa’ cuando?
–Solo les pido que no hagan mucho ruido, necesito dormir bien está noche
–¿Quién es el pasivo?
Mateo dejó de acariciar el cabello de Sebastián y se levantó, dispuesto a callar al grupo. Dio un par de pasos en su dirección, pero ellos, entre carcajadas, lograron escapar antes de que pudiera alcanzarlos.
–Idiotas… –murmuró, frustrado, antes de regresar al lado de Sebastián y darle un pequeño golpe amistoso en la cabeza.
–¿Sabes si tú mamá tenía el arma?
–No lo sé –intentó contener su sonrisa–. Nunca lo vi, pero tal vez lo tenga
De repente, Sebastián se levantó de la cama soltando un gran suspiro y comenzó a dirigirse hacía el balcón más cercano.
–Me voy a suicidar –exclamó para comenzar a dirigirse hacía el balcón más cercano.
Pero fue detenido al instante por Mateo que lo tomó del estómago y lo atrajo hacía su cuerpo para inmovilizarlo por completo entre sus brazos.
–Se supone que el pesimista del grupo soy yo, no me cambies los papeles, por favor –susurró con una sonrisa burlona en el oído de Sebastián–. Además, vamos a recuperar las cosas cuando salgamos de aquí, ya tenemos una idea de donde están, no vamos a tardar muchos en encontrarlo
Sebastián suspiró, aferrándose al abrazo de Mateo como si fuera su almohada, un apoyo que necesitaba para mantener sus pies en la tierra.
–Déjame ser el pesimista del grupo por un día… –murmuró, aferrándose al pecho de su nuevo amigo.
Zaida, que había estado observando la escena en silencio, no pudo evitar sonreír al ver la conexión que había surgido entre ambos. La calidez en sus miradas y el mutuo apoyo eran evidentes, y eso la llenó de una extraña paz.
Se sentía muy orgullosa por su buen papel de líder.
–Voy a buscar a Eda, ya se está haciendo tarde –anunció suavemente, para no interrumpir el momento entre los chicos.
Sebastián y Mateo asintieron, sin soltar el abrazo.
Mateo continuó abrazando a Sebastián por mucho tiempo, sujetándolo con firmeza, aunque la situación ya no fuera sería. Ambos permanecieron en silencio, sin querer romper el contacto. La calma que sentían en ese momento era algo que ninguno había experimentado en mucho tiempo.
–Nadie tiene que cargar con algo así estando solo –comenzó a decir Mateo, casi en un susurro–. Aunque a veces te quieras tirar por el balcón, ahí voy a estar yo para evitarlo…
Sebastián dejó escapar una risa suave, todavía apoyado en el pecho de Mateo. Sin apartarse, levantó la mirada para observarlo. Había algo en los ojos de Mateo que le gustaba, pero no sabía exactamente qué era.
–¿Sabes? No me gusta sentirme una carga para las personas, específicamente por situaciones así –confesó Sebastián en voz baja–. Pero… Contigo es un poco diferente… No sé porque
Mateo sonrió y, con suavidad, volvió a llevar una mano al cabello de Sebastián, enredando sus dedos en sus mechones.
–Lo sé, sé exactamente como eres. Pero… Me alegra de que te sientas de esa manera conmigo –respondió sin dejar de mirarlo, sus ojos se suavizaron aún más y su voz bajó un tono–. Solo… Espero ser el único con el que te pasa eso… Y, creo que mi disculpa ayudó mucho con lo que te sucede ahora
Sebastián sintió su corazón latir con fuerza y, de pronto, una especie de torpeza lo invadió. Desvió la mirada, intentando ocultar la calidez en sus mejillas, y soltó un suspiro nervioso.
–¿Siempre fuiste así de… Atento? –preguntó, tratando de mantener su tono ligero, aunque en realidad quería saber si esa nueva cercanía era tan especial para Mateo como lo era para él.
–No con cualquier persona –admitió–. Pero desde ahora en adelante, te voy a cuidar y ser lo más atento que pueda contigo. Porque te lo mereces, después de todo lo que te hice sufrir…
Hubo un breve silencio en el que ambos parecían medir las palabras que flotaban entre ellos, pero ninguno se atrevía del todo a ser el primero en hablar. Finalmente, Sebastián dejó escapar un suspiro, esta vez más relajado, y levantó la mirada de nuevo, atreviéndose a mantener los ojos en los de Mateo.
–Gracias –dijo simplemente, con una sinceridad que rara vez mostraba hacía Mateo–. Por… Preocuparte
Mateo se inclinó un poco más, sus rostros ahora a una distancia mínima. La tensión en el aire era palpable, pero al mismo tiempo, había una calma reconfortante, una especie de entendimiento silencioso.
–No tienes que agradecerme –dijo en un susurro, mientras sus ojos bajaban por un instante a los labios de Sebastián antes de volver a su mirada, una reacción que ninguno de los dos ignoró.
La cercanía entre ellos hizo que el tiempo pareciera detenerse. Sin ser realmente consciente de sus propios movimientos, Sebastián se inclinó ligeramente hacia Mateo, como si fuera lo más natural del mundo. Podía sentir el calor de su respiración y el latido de su propio corazón resonando en sus oídos.
Mateo no se movió, pero tampoco retrocedió; en lugar de eso, dejó que el momento hablará por sí solo, sin romper la conexión que habían construido en esos minutos de confianza.
Finalmente, Sebastián se apartó con una sonrisa tímida, consciente de la tensión que se había formado, pero sin querer romper del todo ese ambiente.
–Supongo que… Si tú eres el pesimista del grupo, tal vez yo tenga que tomar el papel de optimista desde ahora en adelante –dijo, esforzándose por sonar casual mientras una sonrisa nerviosa se dibujaba en su rostro.
Mateo le sonrió de vuelta, sin apartar su mirada ni un segundo, intentando grabar cada detalle de Sebastián en su mente.
–Eso suena como un trato justo –respondió–. Pero no te emociones, seguiré vigilándote…