¿Has escuchado hablar de las carreras humanistas o de personas que se definen como
humanistas? Esta denominación, que actualmente relacionamos con el gusto por las ciencias
humanas y las artes, proviene del nombre de un movimiento intelectual del siglo XIV, que
transformó radicalmente la visión del hombre sobre el conocimiento y marcó el tránsito de la
Edad Media, eminentemente rural y religiosa, hacia la Edad Moderna, caracterizada por la
expansión urbana y comercial.
La contemplación de Dios, el renunciamiento a los goces terrenales, la noción de pecado y la
obsesión por la vida eterna fueron los valores exaltados por la sociedad medieval. Todo giraba
en torno a la religión, a Dios y al respeto absoluto por el orden instituido por la Iglesia católica.
En definitiva, era una mirada teocéntrica de la vida, donde Dios era el centro de la realidad y
de todo el pensamiento y actividad humana.
En este contexto, desde mediados del siglo XIV, comenzó a advertirse el avance de un
pensamiento y una sensibilidad que ponían en tela de juicio esa concepción en favor de otra
más centrada en las preocupaciones urgentes de los hombres, y que, aunque no rompía con la
forma cristiana de pensar el mundo, habría de exaltar nuevos sentimientos.
Fueron principalmente los burgueses, que mostraban un espíritu abierto a la novedad y a la
razón, quienes comenzaron a desplegar nuevas ideas en torno a la forma de relacionarse con
el mundo, la naturaleza y la divinidad. Así, entre 1440 y 1550, se desarrolló en algunas
ciudades del norte de Italia un movimiento cultural relacionado con la modalidad burguesa de
pensar el mundo. Este movimiento se denominó Humanismo.
Los humanistas eran figuras de naturaleza polifacética, que inauguraron la idea de que los
merecimientos para ocupar lugares socialmente destacados podían tener que ver con el
conocimiento y la cultura más que con la riqueza o los títulos nobiliarios. En general, se
destacaron en las letras, la filosofía, el arte, la técnica y la política.
Entre los principales rasgos que caracterizaban la mentalidad de los humanistas,
pueden mencionarse los siguientes:
La perspectiva individualista y antropocéntrica, que ubicó al hombre en un lugar
privilegiado para interpretar su relación con el mundo.
La revalorización del saber de los antiguos, es decir, de los griegos y de los romanos,
que significó el afán por imitar y adaptar las manifestaciones culturales de aquellos
pueblos.
La irrupción del sentimiento naturalista, que llevó a la exaltación de los paisajes, el
culto del cuerpo y de todo aquello que acercara al hombre con la naturaleza.
El abandono del sentimiento patético de la vida y su reemplazo por otro más apegado a
los placeres sensibles, que derivó en una mayor aspiración al disfrute de la vida terrena
y a un abandono de la obsesión por la vida eterna.
La transición del feudalismo al capitalismo
El cambio de mentalidad que se produjo en los hombres y las mujeres de Europa a finales
de la Edad Media tuvo su origen en las ciudades-Estado italianas y se caracterizó por
transformaciones profundas en las estructuras políticas, sociales, culturales y económicas.
En el siglo XIV, Europa atravesaba una profunda crisis económica, política y social. Aún
así, en medio de este sombrío panorama, también comenzó una transformación social y
cultural que tuvo su momento culminante entre los siglos XV y XVI. Este período de
transición se caracterizó por:
la desaparición paulatina de las relaciones de servidumbre y vasallaje, y la
consolidación de la clase social burguesa;
el aumento de la urbanización;
la expansión europea por el resto del mundo;
la aparición del Estado moderno;
el comienzo de la pérdida de poder de la Iglesia católica.
Entre los siglos XI y XIII se inició una gran transformación en la sociedad medieval, que
tuvo como protagonistas a los centros urbanos. Durante esta época, las ciudades ubicadas
en las actuales regiones de Bélgica, los Países Bajos e Italia tuvieron un gran despegue
económico gracias a que eran los principales centros de comercio de Europa. Rápidamente
se convirtieron en poderosas ciudades-Estado, con sus propias formas de gobierno e
independientes de otros reinos. El predominio del comercio sobre otras formas de
economía, como la feudal, favoreció en estas ciudades el desarrollo del capitalismo
comercial, es decir, del sistema económico basado en la propiedad privada y la libre
circulación del capital, así como en una organización del trabajo destinada al aumento del
beneficio.
La importancia de las ciudades-Estado
La prosperidad económica y las actividades comerciales de estas ciudades fueron las
bases de los cambios culturales que se presentaron en los siglos posteriores gracias a:
El conocimiento de otras culturas. Con el comercio de larga distancia no solo
llegaron mercancías a las ciudades-Estado; sus habitantes también conocieron
diversas culturas y diferentes avances tecnológicos desarrollados fuera de Europa,
principalmente en Asia.
La disponibilidad de dinero para patrocinar actividades culturales. Los
grandes comerciantes (burgueses, banqueros) y gobernadores (reyes, papas) de
estas ciudades utilizaron parte de sus fortunas para financiar obras de arquitectura
y pagar a artistas que realizaran esculturas y pinturas. Estas personas, que
financiaron y protegieron a los artistas, fueron denominadas mecenas.
El Renacimiento
Sin duda, fue en el arte donde el espíritu humanista se evidenció con mayor fuerza y
coherencia a través de lo que se ha denominado “arte del Renacimiento”. El arte grecorromano
sirvió de inspiración para las nuevas normas. La belleza de los cuerpos significó el retorno de
los desnudos, ya no sobre fondos dorados, como en la Antigüedad clásica, sino sobre paisajes
naturales.
En este período, las figuras aparecieron más idealizadas y más imponentes, según las
recomendaciones de la geometría, de la perspectiva y de nuevos conocimientos sobre la
anatomía humana. Los temas terrenales se fueron imponiendo a los de carácter religioso y
evidenciaron la valoración de los sentidos, propio del nuevo espíritu de la época.
Editado: 01.07.2021