La noche traía consigo un misterioso acompañante. A lo lejos podía apreciar aquella figura masculina que era enmarcada por la bruma del espeso ambiente. Una mirada brillante se dirigió hacia mí de manera rápida y casi como si de una aparición se tratara, un hombre de silueta esbelta y estatura considerable se encontraba ante mí; la poca claridad del lugar me permitió apreciar dos ojos brillantes de color avellana y una pequeña silueta que era trazada por sus labios.
—¿Quién eres? —pregunté, mis manos temblaban y mi corazón acrecentaba su latir.
—Yo te protegeré —dijo él, colocando su mano en mi cabello, propinándome una sutil caricia.
No podía desviar mis ojos de los suyos, su mirada proyectaba un aire de dulzura y a su vez de melancolía.
—¿Por qué querrías protegerme? —coloqué mi mano sobre la suya, solo para sentir como se desvanecía entre mis dedos. Abrió sus labios para decir algo, pero el tiempo fue más veloz, desapareció por completo dejando en mí un sentimiento de dolor que no me podía explicar.
—¡Solo fue un sueño! —expresé en un susurro. Al abrir mis ojos y sentir la calidez del sol quemando mi rostro, una lágrima se deslizó por mi mejilla mientras aclaraba mi vista, podía escuchar el rugir de algunas olas pequeñas que al acercase humedecían mi cuerpo mientras el olor a sal inundaba mi nariz, y mis dedos se entremetían entre los granos de la arena mojada—. ¿Por qué no morí? —musité al recordar lo que había intentado hacer la noche anterior:
El frío gélido del mar azotaba mi cuerpo desnudo, las olas acariciaban mis pies y la luna se mostraba en lo alto del cielo nocturno que estaba cubierto por un montón de estrellas relucientes, como si el cielo supiera cuales eran mis intenciones.
«Quieres atraparme con cosas que, aunque momentáneas son hermosas, todo para que me olvide de lo constante, ese dolor que está latente detrás de cada paso que doy, la muerte se acercará a mí lentamente y yo me acercare a ella con sufrimiento, no le daré el gusto de seguir viéndome sufrir, hoy moriré» susurré como si el cielo pudiera escucharme, en el momento en el que me adentraba al mar y me dejaba llevar por él oleaje, imaginaba la muerte como un abrazo y las aguas me envolvían en el momento que me arrastraban hacia el fondo.
—¿Dónde estoy? —me pregunté al sentarme sobre la arena caliente, giré mi rostro y observé las prendas que me había quitado la noche anterior antes de seguir con mi plan—. No es posible que esté en el mismo sitio —dije tomando la ropa para cubrirme mientras pensaba en ese extraño sueño que había tenido. «No conozco a ese sujeto» pensé, tomando las pocas palabras que me había dicho como una señal.
—¡Gracias! —grité al mar antes de irme, por haber perdonado la vida de una estúpida persona como yo.
Mi apartamento estaba ubicado a unas cuantas cuadras de la playa, allí me esperaba la soledad, pero más que soledad me esperaba un mundo de preocupaciones y conflictos que debía resolver pronto. Camino a mi hogar, un perro callejero de pelaje blanco pero amarronado por la suciedad estaba parado en la acera, pretendía cruzar la avenida, me causó curiosidad ver la forma en la que miraba a ambos lados esperando el momento oportuno para cruzar, su vida era lo primordial en ese momento.
«Es un perro de la calle, no tiene un plato de comida seguro y no sabe que circunstancias le esperan cada día, pero aun así quiere vivir, un animal aprecia más su vida que yo la mía, el mundo está lleno de posibilidades y solo porque algo malo me pasó otra vez, decidí terminar con mi existencia», las lágrimas se deslizaban por mis mejillas, la vida me daba de a bofetadas por mi estupidez.
Estaba a unos cuantos metros de mi viejo edificio, sentí mi corazón latir fuerte al volver, respiré profundo para percibir ese delicioso aroma a tulipanes que se esparcía en el frente del lugar, las jardineras nunca me habían parecido tan extraordinarias, repletas de sus tulipanes amarillos y blancos que daban una vistilla diferente a la entrada.
—¡Buenos días señor Kardo! —saludé al conserje que era el encargado del edificio.
—Hola Torio, buenos días —dijo regalándome una desdentada sonrisa. Era un anciano de facciones marcadas y cabello plateado, desde que vivo en el edificio siempre ha sido el encargado.
—Me podría regresar las llaves de mi apartamento por favor, mi viaje se canceló.
—Claro que si —dijo observándome con curiosidad—. ¿Ibas a viajar sin equipaje? —quiso saber.
—Sí, no era necesario, pero que bueno que se canceló —dije tomando las llaves con emoción.
Subí las escaleras con prisas, quería llegar rápido a mi apartamento que estaba en el segundo piso, mi edificio no era muy habitado y la verdad me agradaba la tranquilidad que había en el ambiente. Abrí la vieja puerta de madera descolorida y entré a mi lugar seguro.
—¡Hola, estoy de vuelta! —le dije a la soledad en un suspiro.
«Las cosas mejoraran y todo saldrá bien» pensé al tirarme en mi cama con mis ojos cerrados mientras sentía como mi cuerpo era vencido por el sueño.
Ya rondaban las 10:00am, los rayos del sol entraban por la ventana y la brisa agitaba las cortinas. Al despertar, observé mi reflejo que se proyectaba en un gran espejo que estaba instalado sobre mi cama, mi apariencia no era la mejor en ese momento, mi cabello negro estaba enmarañado en un montón de rizos despeinados y mi cara aun tenia rastros de arena, pero mi mirada había cambiado, mis ojos negros irradiaban más vida que nunca, me deslicé fuera de mi cama para observar el viejo parque que estaba al cruzar la calle, necesitaba apreciar de nuevo esa dulce vista.