—¡Hoy es el día! —expresé con alegría al despertar, un nuevo comienzo llegaba a mi vida.
El reloj ya rayaba las 7:30am y yo emprendía mi caminata a la playa para hablar con la señora Rósela, respiraba profundo mientras caminaba, tenía la confianza de que todo iba a salir bien. Ya el aire se sentía impregnado de sal y el rugir de las olas se dejaba escuchar, dirigí mis pasos por un pequeño camino que me llevaba directamente a la playa, el día estaba radiante y el mar se mostraba más azul que nunca. A lo lejos pude divisar un cartel de color amarillo que ponía Frut&Sol en letras negras y algunas frutas pintorescas que resaltaban la publicidad.
—¡Buenos días! —dije cuándo entré al local que en ese momento carecía de clientes, solo una mujer de tés blanca y cabello rubio estaba detrás del mostrador.
—Hola, bienvenida, ¿En qué le puedo ayudar? —preguntó con voz afable.
—Vengo de parte de la señora Marta, busco a la señora Rósela.
—¿Tú eres, Torio?
—Sí, señora.
—Pasa adelante, mi madre me habló mucho de ti, me dijo que tú eras la persona indicada para cuidar de mi hija, ¿Es cierto?
—Nunca he trabajado cuidando niños, pero de algo si estoy segura, cuando trabajo lo hago con mucha dedicación, ayer conocí a la pequeña Any y creo que nos llevaremos muy bien.
—Ella me contó, también le agradas —dijo sonriendo mostrando un ligero color rosado en sus mejillas pálidas—. La verdad es que estoy buscando a una persona que me ayude a cuidar a Any y también me ayude con el quehacer de la casa y la comida. Mi madre acaba de salir de una enfermedad y aún sigue delicada, aunque ella diga lo contrario —afirmó viéndome directamente a la cara, como si quisiera ver más allá de mí y asegurarse de que estaba tomando una buena decisión.
—Yo puedo con el trabajo, puedo cuidar a Any y también colaborar en todo lo que haga falta en el hogar.
—Bien, ¡Hagamos algo!, mi mamá te recomendó y habló muy bien de ti, confío enteramente en mi madre, son pocas las veces que se equivoca, entonces, te daré una semana de prueba y con respecto al pago, te pagaré todo lo que corresponda según la ley. ¿Qué opinas?
—Me parece perfecto —dije sonriendo, ya tenía trabajo y la semana de prueba era lo de menos, sabía que ese empleo sería mío.
—Bien, ¿Podrías comenzar hoy? Mi madre te indicara todo, ella te está esperando —dijo sonriendo.
—Si, por supuesto, solo dígame la dirección —asentí emocionada —En la esquina de la calle Formosa, casa 20-32. ¿Sabes dónde queda?
—Sí, Voy enseguida señora Rósela y muchas gracias por la oportunidad —al alejarme de la playa, arrojé un último vistazo al mar, ya comenzaba a entender lo que había sucedido aquel día.
Sin más, inicie mi camino. La calle Formosa no quedaba tan lejos, estaba en dirección opuesta a la de mi hogar y aun así podía llegar caminando, hasta ahora todo iba marchando a mi favor.
Decidí pagar un transporte público para acelerar el viaje, después de todo la señora Marta me esperaba. Al llegar pude ver la casa, era de dos pisos con ventanales que resplandecían como espejos, estaba pintada toda de blanco y en la entrada había una pequeña escalera que llevaba a una gran puerta de madera que transmitía una apariencia antigua, toqué el timbre y después de un minuto una mirada color verde desteñido se asomó.
—¡Torio, pasa, pasa, te esperábamos! —dijo con entusiasmo.
Al entrar no pude evitar observar todo el interior, era increíble: a la izquierda se alzaba una escalera de madera rustica que brillaba por el barniz, las altas paredes brindaban calidez con tonos tierra y la sala estaba decorada con muebles en color beige que incitaban a sentarse. El ambiente brindaba una sensación de paz y tranquilidad que era irrompible. Ese lugar gritaba Familia y Hogar en toda su expansión.
—No te quedes ahí parada, ven siéntate conmigo —pidió la anciana al entrelazar su brazo con el mío.
—Su casa es hermosa señora Marta, ¿Y la pequeña Any? —quise saber, una sensación extraña invadía mi cuerpo, hace unos cuantos años no la sentía, eso que llaman afecto.
—¡Any, Torio está aquí! —exclamó con voz fuerte llamando a su nieta.
De inmediato los pasos veloces de la niña se escucharon en el piso de arriba, se acercaba corriendo entre risas.
—¡Hola, viniste! —dijo saltando encima de mí.
—Any, bájate de ahí, no se salta encima de las personas —refunfuñó Marta.
—Le dije a mi mamá que quería que me cuidaras —la niña irradiaba dulzura y cariño.
—Yo te cuidaré y también a la señora Marta.
—Cuéntame Torio, ¿Qué te dijo mi hija? —cuestionó la anciana frunciendo el ceño.
—Me dijo que tenía que encargarme de la niña y también de las labores domésticas.
—¡Esa Rósela! —exclamó molesta—. Yo le dije que te contratara para cuidar de Any, no para las labores de la casa ¡me va a escuchar cuando vuelva! —refunfuñó.
—No se preocupe señora Marta, yo accedí encantada, después de todo más que cuidar a la pequeña tengo que hacer algo más, no puedo solo quedarme sentada, más que una empleada quiero ser un apoyo, me siento agradecida con usted —dije viéndola a los ojos, ella me había ayudado y ahora yo iba a retribuirle.