—¿Quién podrá ser? —dije al escuchar esos golpes en la puerta, imaginaba al señor Kardo, después de todo, él sería el único que podría llamar para decirme algo, una vez al mes lo hacía cuando venía por el pago de la cuota del condominio, pero la fecha no coincidía—. ¿Quién es? —pregunté en voz alta.
—Buenos días, soy tu nuevo vecino.
—¿Qué quieres? —la desconfianza invadió mi cuerpo, antes de abrir me aseguré de que la puerta estuviera con pasador—. ¿Si? —dije abriendo ligeramente, ahí estaba, el hombre que hace un par de días había conocido en el vestíbulo, estaba de pie recostado de medio lado en la pared, con una camisa desabotonada que dejaba su torso al descubierto.
—Hola, disculpa que te moleste, quería pedirte un favor —dijo inclinando su mirada para verme al rostro—. Ayer me mude y aun me falta comprar algunas cosas, y…
—¿Y? —pregunté enarcando una ceja, no me sentía cómoda—. Disculpa, tengo que trabajar en una hora y no puedo perder mi tiempo.
—Bueno, quería saber: ¿Tienes papel higiénico? Un royo que me puedas prestar, hoy después que haga mis compras te devolveré uno nuevo.
—¿Es enserio? —No pude evitar reír.
—Sí —asintió dejando salir una risa y metiendo una mano en el bolsillo de su pantalón, en ese momento se veía despreocupado a diferencia de aquel día donde su postura era otra.
—¡Espera un momento! —Cerré y busqué un royo que me sobraba—. ¡Aquí tienes! —dije extendiendo el papel a través de la abertura de la puerta abierta.
—¡Gracias! —Sus ojos tenían un aura difusa.
En ese momento su mirada era peculiar, había algo conocido en él, pero tampoco podía olvidar las palabras que me había dicho el conserje “Aléjate de ellos, ignóralos”
—¡Espera! —dije alejando el papel que él estaba a punto de tomar—. Quiero que sepas que solo será esta vez, mi soledad es algo que valoro mucho y no me gusta que me molesten —dije con firmeza.
—¿No te aburres de estar sola? —preguntó con mirada sugerente y enderezaba su postura dejando ver por completo su pecho y abdomen, al tomar el royo deslizó con sutiliza un dedo por mi mano—.
—¿Y usted, no se cansa de estar con personas tan repugnantes como esos tipos? —resoplé molesta—. Ahora que seremos vecinos, debo decirle que, así como valoro mi soledad también valoro la tranquilidad que había en este piso, seria excelente que fuera buen vecino y colaborara para mantener esa tranquilidad.
—¡Claro, por supuesto! ¿Cómo te llamas? —preguntó con naturalidad y mirada seductora.
—No es necesario que sepa mi nombre. —Estaba nerviosa y por supuesto no se lo demostraría.
—¡Quiero saber cómo se llama la persona que consentiré con la tranquilidad de este piso! —Su sonrisa era ligera.
—¡Que tenga buen día! —dije al cerrar la puerta, mi corazón palpitaba fuerte y en mi mente trataba de recordar donde había visto esa mirada.
—¡Gracias, vecina! —Escuche decir del otro lado.
Ya casi eran las 7:00am y pronto tenía que ir a trabajar, la lluvia estaba cediendo.
—Buenos Días, Señor Kardo —dije al atravesar el vestíbulo del edificio, ya el sol estaba saliendo, justo a tiempo para llegar temprano al trabajo sin tener que mojarme.
—Buenos días, Torio. —La entrada estaba llena de charcos de agua y el anciano los estaba limpiando.
—¿Le puedo hacer una pregunta? —Me acerque con cierta cautela.
—Sí, ¿Qué sucede? —Dirigió su mirada hacia mi expectativo.
—Ese sujeto, el que se mudó, es raro que un hombre como ese esté aquí, es decir, la verdad no me importa, pero si me siento un poco incomoda por lo que sucedió el domingo y anoche escuche la voz del otro sujeto —susurré.
—No estará mucho tiempo, solo alquilaron por unos meses —dijo desviando el rostro para seguir secando el piso.
—¡Por lo menos! —suspiré—. Que pase buen día, seguiré mi camino. —Alce mi mano haciendo un gesto y me alejé.
El señor Kardo mientras veía su reflejo en el agua empozada, no podía evitar pensar en la pregunta que le habían hecho, su cuerpo se inquietaba al momento de recordar lo sucedido ese día:
Dos hombres entraron al edificio con actitud inusual, observaban detenidamente el interior del lugar —Buenos días —dijo un tercero que entró dirigiendo su mirada hacia el anciano.
—Buenos días, ¿En qué les puedo ayudar?
—Estoy buscando apartamento —expresó con voz suave al sentarse en el viejo sillón—. ¿Aquí vive una niña llamada torio? —quiso saber dibujando una sonrisa.
—¿Por qué querrían saber eso? —refunfuñó para luego sentir las dos figuras imponentes de pie detrás de él.
—Sí, yo sé que ella vive aquí —afirmó extendiendo sus brazos sobre el espaldar del mueble—. ¿En qué piso?
—No…
—¡Sera mejor que nos digas, viejo! —ordenó el gordo de lentes apretándole el hombro.
—Está en el segundo piso. —Sus manos estaban temblorosas y su frente se inundaba en sudor.
—¡Excelente, quiero un apartamento al lado de ella, coloca el precio y yo te pagaré! —expresó imponente.