Torio | Abrazando al Destino

Capítulo 9: Cerrando la herida

—Ayer salí con Azariel —comenté mientras lavaba algunos platos detrás del mesón de la cocina—. Creo que debo darle las gracias, señora Marta.

—¿Quién es Azariel? —preguntó Marta deteniendo por un momento su tejido de lana, estaba sentada en el comedor junto a Any.

—¿Recuerda el muchacho del restaurante? Es el joven que me invitó un helado el día que nos conocimos.

—¿Saliste con el muchacho guapo? —dijo Any con la malicia que podría tener una dulce niña como ella—. Cuéntanos.

—Any, cuando los mayores están hablando, no se interrumpe —dijo la señora Marta reprendiendo a su nieta—. Entonces, ¿Saliste con él? —preguntó dibujando una media sonrisa que expresaba picardía y viéndome por encima de sus espejuelos—. Cuéntanos, ¿Cómo te fue?

—¡Ay, abuela, eso mismo acabo de decirle!

—¡Any! —continuó—. ¿Qué te acabo de decir?

La pequeña solo asintió apretando sus labios y dibujando un cierre imaginario en su boca.

—¡Me fue muy bien! —afirmé sintiendo mis mejillas erizadas—. Nunca había salido con alguien y la verdad es, que esta primera experiencia me encantó.

—Torio, ¡Estás roja como un tomate! —expresó Any entre risas infantiles. La señora Marta apretó un poco sus finos labios para ocultar la gracia que le había causado ese comentario.

—De verdad, ¿Nunca habías salido con alguien? —quiso saber la anciana dejando de lado por un momento el vestido que le tejía a su nieta.

—No, nunca.

—¿Por qué dijiste que tenías que agradecérmelo, Torio? —preguntó enarcando ligeramente una ceja y retirando de su rostro los pequeños lentes de cristal fino.

—Porque, si usted no me hubiera impulsado a aceptar su invitación, no hubiera salido con él y tampoco hubiera descubierto uno de los misterios que siempre había querido descubrir —afirmé con suavidad mientras acomodaba los platos, al recordar ese momento, sentía que algo revoloteaba en mi estómago.

—Vaya torio, y ¿Cuál misterio es ese? —quiso saber la anciana con curiosidad dejando salir un dulce suspiro, como si viera en mí, una imagen de su juventud.

—Ya lo conocía, paso hace muchos años, cuando tenía ocho. El día que lo conocí, no pude saber su nombre y esa fue la única que vez que lo vi, hasta ahora. Siempre que lo recordaba pensaba en cual podría ser su nombre —suspiré.

—Entiendo —suspiró Marta—. Es un amor de la infancia.

—La verdad, no creo que deba llamarlo amor de la infancia —afirmé al colocar los últimos platos en su lugar—. El día que lo conocí, me trato muy bien. No se por cuánto tiempo fue, quizás minutos o segundos, pero en ese pequeño intervalo de tiempo experimente lo que era ser tratada con amabilidad y decencia.

—Torio, el día que te conocí, pude ver en tus ojos mucha tristeza, melancolía y el día que te vi en el parque, tus ojos tenían un matiz diferente, algo difusos y confusos. —Se inclinó con ligereza en la silla y entrelazó su mirada desteñida con la mía—. Siempre sospeché que detrás de ti, hay una sombra turbulenta que se extiende hacia tu pasado.

Incline mi cabeza en silencio.

No me equivoqué, es verdad lo que digo —dijo colocándose de pie—. Vamos a la sala a conversar, ya está bien de trabajo por hoy, hace una muy bonita tarde y quiero disfrutar platicando contigo —afirmó haciendo un gesto con su mano.

—Está bien, ¿Quiere que le prepare algo de tomar? ¿Un té o un café?

—No Torio, quédate tranquila mujer, ven conmigo, vamos sentarnos en la sala —dijo con gesto risueño.

—¿Qué le pasa a la abuela? —preguntó Any en un susurro tomándome de la mano.

—Nada Any, solo quiere platicar.

—Es raro que dejara su tejido a la mitad, ni siquiera se lo llevo para continuar allá —afirmó curiosa.

—Vamos a llevarlo, quizás está un poco distraída y se le olvidó —dije tomando las agujas y el hilo.

—Niñas, ¿Qué murmuran? —preguntó la anciana desde la sala.

—Nada abuela —dijo Any mientras corría entre brincos hacia ella.

—Aquí está su tejido, señora Marta.

—Luego lo termino, siéntate, vamos a conversar —dijo dándole unas palmaditas al sillón junto a ella—. Torio, sígueme contando sobre tu cita con Azariel.

—Bueno solo comimos helado, tomamos jugo de naranja y fuimos a la playa, estuvimos casi todo el día juntos. Este domingo saldremos otra vez —dije ruborizada.

—¿Por qué te da pena? —preguntó entre risas la anciana—. Es completamente natural que una chica de tu edad tenga citas y conozca personas; y lo mejor es, que ya se conocían.

—Por eso él me invitó ese día, me reconoció al instante.

—Entiendo, pero no comprendo algo, me dijiste que él te trató con amabilidad y decencia, es un trato normal para una persona, ¿Por qué para ti, no lo fue? —Marta sentía curiosidad, sabía que había algo mas y quería saber que era.

—Es una historia muy larga —afirmé desviando la mirada, mis manos empezaban a sudar un poco.

—Entiendo si no quieres contar, no te preocupes, ya llegará el momento.

—¡Señora Marta! —dije con suavidad—. Debo admitir, desde que las conocí, han influido de manera positiva en mí, son la compañía que necesitaba desde hace unos cuantos años. O quizás, desde ese día, yo cambié y después de mí, todo mi mundo se transformó, trayendo consigo personas buenas a mi vida.

Marta y Any estaban sentadas en el sillón grande, la pequeña se acurrucaba en el brazo de su abuela y ambas estaban atentas a lo que escuchaban, el silencio respondía por ellas.




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