Torio | Abrazando al Destino

Capítulo 10: Nada es para siempre

» Terminé en una institución para niños huérfanos en Évora.

—¿Te puedo visitar? —preguntó Alicia en el momento que me llevaban a lo que sería mi nuevo hogar.

Asentí viéndola al rostro.

—Bien, pronto te veré —dijo inclinándose y acariciándome el cabello—. No te preocupes, en ese lugar habrá más niños como tú y, te brindaran educación, alimento y protección. —acomodó su postura y apretó ligeramente mi hombro, quizás con la intención de regalarme seguridad.

No entendía su trato hacia mí, era una persona desconocida y en un par de días había expresado el afecto y la preocupación que mi madre en ocho años no pudo demostrar.

Estaba sentada en la parte de atrás de un vehículo pequeño, admiraba el ambiente a través del cristal, la ciudad se diluía en la lejanía mientras avanzábamos y; los árboles y valles eran la imagen principal. La persona que conducía era una representante de la institución de “protección de niños y niñas”, o eso me había dicho Alicia, ella sería la responsable de mi existencia desde el momento que la conocí.

—¡Ya estamos llegando! —expresó con voz ronca emitiendo un pequeño gruñido.

Nos acercábamos a un edificio amarronado de aproximadamente unos cuatro pisos de altura, cercado por una valla platinada y un portón eléctrico, al detenernos en la entrada, la mujer saco una especie de tarjeta y se la entregó a un hombre que estaba dentro de una garita de ladrillos expuesto a través de una ventanilla de cristal.

—Hola, ya pueden pasar —afirmó el sujeto mientras se habría lentamente el portón que emitía un sonido chirriante.

—Gracias —dijo la mujer con indiferencia—. Te voy a presentar a la rectora de este lugar, aquí vivirás.

Los alrededores del edificio estaban cubiertos por césped amarillento y habían arboles solitarios a ciertas distancias, el sol arropaba aquel lugar con una furia descomunal, el calor era increíble. Mas allá, detrás del edificio principal habían dos estructuras pequeñas del mismo color, algunas de sus paredes estaban cubiertas por moho que ascendía hasta el techo y por enredaderas que se aferraban a la vida.

—¿Qué pasa, Torio? ¿Te mordió la lengua el gato? —quiso saber la mujer regordeta mientras detenía el auto—. Llegamos, es hora de bajar.

—No me gustan los gatos —afirmé con nerviosismo, un escalofrió recorría mi columna en el momento que sentí los rayos ardientes del sol y alcé mi vista para ver el viejo edificio que se alzaba delante de mí.

—Oh, vaya, a mí tampoco me gustan —resopló—. Pensé por un momento que eras muda, es primera vez que escucho tu voz.

No tenía ánimos de hablar, no quería estar ahí, yo quería volver a mi pequeña casa para estar en la soledad de mi alcoba.

—Torio, es hora…

Al entrar, había una resección pálida con algunas sillas desgastadas y a la izquierda una puerta de madera barnizada que ponía “Rectoría” en letras bruñidas. La mujer toco tres veces emitiendo un sonido seco.

—¡Adelante! —dijo una voz femenina del otro lado.

Era una pequeña oficina pintada de blanco, había unos cuantos estantillos con libros y carpetas abarrotas de documentos, al final, cerca de una ventana abierta, había un escritorio donde una mujer gorda de piel oscura y cabello recogido con broches plateados escribía algo en un cuaderno.

—Buenos días, Gylda —dijo la mujer que me acompañaba—. Te traigo a una nueva protegida.

—Hola, Noema —respondió la mujer, desviando la mirada de sus ocupaciones—. ¿Cómo estas, niña? Bienvenida.

—Vamos, deja de esconderte detrás, saluda a Gylda, ella es la directora y encargada del orfanato.

—No la presiones, no quiero imaginar el motivo por el cual ella terminó con nosotros —dijo colocándose de pie y dirigiéndose hacia mí—. ¿Cómo te llamas, linda? —preguntó inclinándose un poco.

—Torio.

—Bienvenida a “Somos Familia”, este será tu nuevo hogar. Yo velaré para que tu vida sea mejor y tengas un excelente futuro, aquí harás amigos y serás parte de nuestra hermosa familia —afirmó dejando ver una sonrisa amarillenta.

—Bueno creo que, será mejor empezar con el ingreso de Torio —Dijo Noema sacando algunos papeles de su cartera—. Tengo otras cosas que hacer y no puedo estar más tiempo acá.

—Tu siempre tan apresurada —dijo Gylda revirando su mirada—. Mientras hacemos el ingreso, será mejor que Torio conozca el lugar. —Levantó el auricular de un teléfono y llamó—. Por favor, que venga Madeleine, hay un nuevo ingreso.

—Señora Gylda, dígame ¿Qué necesita? —dijo una joven de mirada clara, su cabello y figura estaban cubiertas por telas negras y blancas; y a través de su rostro se exponía un mechón de cabello cobrizo.

—Ella es Torio, lleva a la niña por las instalaciones para que se familiarice con el lugar. Dentro de un momento le asignare su habitación y se le brindará vestimenta y algunas cosas para su aseo personal.

—Enseguida —asintió Madeleine—. Ven niña.

—¿Por qué me darán ropa nueva? Yo dejé algunas de mis cosas en la casa de mamá —pregunté afligida—. Me gustaría tener mis cosas.

—No es posible Torio, cuando llegas a este lugar es para comenzar de nuevo, te darán algunos vestidos que podrás usar en la semana y también otras cosas que te harán falta.




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