Torio | Abrazando al Destino

Capítulo 11: Quitándose la mascara

—Continúa, Torio —dijo Marta dándole un sorbo al té de jengibre.

» Circundaban los últimos meses del año, ya tenía 9 años.

—¿Qué te sucede? —preguntó Alicia, estaba sentada junto a mí bajo la sombra de un árbol en el patio trasero del viejo edificio—. Te noto triste.

—Brida, se fue —dije cabizbaja, otra vez estaba sola.

—¿Se fue? —cuestionó enarcando una ceja—. Vaya que inesperado, pero no te preocupes Torio, seguramente vendrá alguna otra compañerita que será tu amiga, además, yo siempre estoy al pendiente de ti.

—Sí, pero no creo que sea igual. —El aire de la mañana estaba frio y algunas nubes grisáceas se acercaban lentamente—. Además, ella no quería irse —resoplé al tomar unas cuantas hojas que cayeron en la falda de mi vestido blanco.

—Imagino que no quería dejarte.

—No era eso. Ella añoraba una familia y desde que la conocí, soñaba despierta haciendo planes de cosas que haría cuando la adoptaran o inclusive, imaginaba como podrían ser sus padres.

—Entonces, no lo entiendo —resopló Alicia.

—La semana pasada, vino una pareja que la quería adoptar. La rectora dijo que iniciaría el papeleo, pero tardo unos tres días antes de que se la llevaran. Brida cambio su actitud desde el momento que esas personas vinieron.

—¿Por qué lo dices?

—Estaba triste y más callada. Yo le pregunté que le pasaba y ella solo me dijo que esas personas no le gustaron.

—¿Por qué no le gustaron? —preguntó Alicia muy atenta a lo que escuchaba.

—No lo sé, no me dijo nada. Hace ya un par de días se fue y no se despidió de mí —Dije titubeando, sentía mis ojos llorosos y un nudo en la garganta me ahogaba, ya casi olvidaba esa sensación.

—Entiendo —musitó absorta en algún pensamiento—. Es extraño

Asentí en silencio, perdiéndome en el cielo que cada minuto se oscurecía más, algunas gotas finas empezaban a caer.

—Creo que es mejor que vayamos adentro —continuó Alicia—. Vamos a la resección, después de todo ya casi es hora de irme.

—Está bien —dije colocándome de pie y sacudiendo algunas hojas—. ¿Vendrás el próximo viernes?

—Claro, sabes que nunca falto —dijo sonriendo mientras discurría su brazo por mi nuca y me acercaba a ella, abrazándome.

—¿Alicia? —dije con voz suave—. ¿Por qué siempre me visitas?

—Porque desde que te conocí me agradaste —dijo entre risas.

—Es en serio, Alicia —me detuve en la entrada del edificio, mirándola a los ojos con una seriedad irrompible—. Por favor, dímelo.

Alicia frunció ligeramente el ceño ante mi actitud, jamás me había escuchado hablarle así. —Porque me recuerdas a mi cuando tenía tu edad —dijo inclinándose sobre su rodilla para verme directamente al rostro—. Torio, desde un inicio yo comprendí tu situación, se cómo te sentiste o te sientes —afirmó colocando una mano sobre mi mejilla, sus ojos se anegaron por algunas lágrimas.

—No llores, Alicia —dije acariciando su rostro, deteniendo una gota cristalina que emergía sin permiso alguno.

—Eres como mi hermanita, así te veo. Te quiero mucho. —Me abrazo con fuerza entre suspiros y algunos gimoteos.

—Yo también te quiero, Alicia. —susurré mientras la abrazaba, era primera vez que decía “Te quiero” o que alguien me lo decía.

—No quería decirte esto, Torio —inclinó su mirada por un momento—. Pronto te adoptaré, para el próximo año terminare mis estudios y procuraré un espacio más grande para vivir contigo —afirmó con ansias—. ¿Te gustaría?

—Claro que sí —dije entre risas—. ¿Cuándo será?

—El próximo año, no debería habértelo dicho ahora, pero el próximo año iniciare el papeleo para que seas mi familia. Igual te seguiré visitando y estaré atenta a lo que necesites.

—Entiendo, entonces esperaré.

La lluvia empezó a caer con fuerza y ambas entramos al edificio corriendo. Sentía una emoción que no podía controlar, siempre había querido que Alicia me eligiera para ser su familia. A medida que pasaba el tiempo yo seguía en la habitación 38 sin ninguna compañera, sola y siempre contando los días para recibir la visita de Alicia, mi hermana.

—Ya pronto cumplirás 10 años —dijo Madeleine al detenerse en la puerta de la lavandería.

—¡Madeleine! —expresé con entusiasmo al ver a lo joven monja—. Sí y aún mejor, pronto seré adoptada —dije al restregar una toalla algo desgastada. El día que llegué, la rectora me designó dos días a la semana para que lavara mi ropa, cada niño tenía que hacerse cargo de sus cosas y procurar cuidarlas, ya que, el orfanato no contaba con los fondos suficientes para estar reponiendo ropas y demás cosas.

—¿Serás adoptada? ¿Cuándo? —preguntó Madeleine esbozando una media sonrisa.

—Pronto.

—¿Quién te adoptará? Qué raro, no he escuchado nada sobre eso —expresó viendo el techo.

—Alicia.

—¡Alicia, vaya, me alegro mucho!

—Después de mi cumpleaños, ella vendrá a realizar el papeleo. —Eran mediados del año y se acercaba el momento más anhelado.




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