—Hola, Kardo —dijo Noret sentándose a un lado del anciano en el viejo sofá del vestíbulo que era iluminado por los últimos rayos solares del día.
Kardo se levantó, dejando de lado una revista deportiva y deteniéndose junto a un mostrador de madera astillada, dándole la espalda.
—¿No dirás nada? —preguntó Noret tomando la revista para hojearla con desinterés—. No me gusta el béisbol, soy más de baloncesto —resopló arrojando el cuaderno lustroso.
—¿Qué quieres? —preguntó el anciano indiferente.
—Nada, solo espero a un colega.
—¿Por qué mejor no lo esperas afuera? —refunfuñó.
—No me interesa esperarlo afuera, me siento más cómodo con su compañía mientras espero. —Noret se acomodó en el sofá que, hacía un sonido agudo con cada movimiento, estiró sus piernas por completo y recostó sus brazos en el espaldar del sillón mientras observaba el techo manchado por la humedad—. Después de todo, no somos tan diferentes —dijo revirando su mirada en dirección del anciano que se quedó inmóvil por un momento.
—¿A qué te refieres? —titubeó el anciano girando su rostro sutilmente, su postura encorvada y movimientos tambaleantes lo hacían ver insignificante.
—Las apariencias engañan —dijo Noret burlándose—. Ni siquiera sé por qué me sorprendo, yo más que nadie sé que las apariencias engañan.
Kardo escuchaba detenidamente, quería que llegara al punto de una vez por todas.
—Jamás imaginé que un viejo como usted tuviera tales fantasías —dijo Noret inclinándose y entrelazando sus manos, su rostro, aunque relajado se mostraba expectante a la reacción del anciano—. ¿De verdad? ¿Aún te funciona aquello? —preguntó mofándose de Kardo.
—Creo que ese no es tu problema —gruñó girándose para atravesar a Noret con una mirada repleta de odio.
—Tienes razón, no es mi problema —afirmó acomodándose la manga de la camisa negra que lo cubría mientras discurría por el resto de su ropa oscura, buscando indicios de cualquier imperfección—. Tampoco soy la persona ideal para juzgar a nadie, pero si me causa curiosidad el famoso espejito, es interesante la forma en como fue diseñado, asumo que a lo largo del tiempo solo mujeres hermosas han pasado por ese lugar y tampoco puedo imaginar la cantidad de personas que han mirado a través del espejo —dijo colocándose de pie—. O quizás, tus gustos no tienen límites y no solo mujeres pasaron por ahí.
—Yo no fui el que construyó este edificio, siempre fui el encargado —admitió desviando la mirada de la imponente figura delante de él—. Además… —susurró interrumpiéndose a sí mismo.
—¿Además?
—Nada, no es nada —titubeó alejándose unos pasos para colocarse detrás del mostrador.
—Vamos anciano, creo que será mejor que me digas —dijo Noret con naturalidad acercándose al mostrador.
—Hace mucho tiempo que ese lugar no se usa para nada.
—Entonces, no me equivoqué —afirmó dejando ver una sonrisa perlada—. ¿Quién es el dueño del edificio?
—Cuando llegaste, hicimos un trato y esto no es parte del trato —musitó Kardo.
—No importa nuestro acuerdo, quiero información —dijo Noret endureciendo sus facciones—. No juegues conmigo, viejo —sugirió inclinándose sobre el mostrador.
—No puedo…
—Hola, buenas noches —dijo Torio al entrar al vestíbulo.
—Buenas noches, vecina —dijo Noret desviando su atención del anciano—. ¿Cómo está hoy?
—¡Nunca había estado mejor! —expresó Torio deteniéndose junto a la escalera dejando salir una ligera sonrisa—. ¿Usted, está bien?
—Sí —afirmó con suavidad—. ¿Me permite unos segundos?
—Dígame, ¿qué desea? —dijo Torio con naturalidad y confianza.
—Yo voy de camino a mi apartamento, ¿Está bien si la acompaño?
—Bien —asintió con timidez mientras subía algunos escalones.
Noret aceleró el paso, sus andares eran sueltos y seguros. La observaba desde atrás mientras subía algunos escalones, admiraba su cabellera negra y deslizaba sus ojos a través de la espalda y ocasionalmente un poco más abajo.
—¿Qué quería decirme? —preguntó Torio mientras continuaba caminando y sentía la mirada pesada de su vecino—. ¿Solo quería observarme?
—No, no es eso —dijo Noret alargando un poco sus pasos para caminar a su lado—. Quería disculparme —dijo mientras inclinaba un poco su rostro para verla.
—¿Por qué se disculparía? —quiso saber deteniéndose en la puerta de su hogar, levantó su rostro y entrelazó su mirada con la de él percibiendo una fragancia amaderada que provenía de su ropa.
—Por haberla molestado aquel día —dijo con voz suave—. Espero que la tranquilidad actual de este piso, te guste. —Esbozó una sonrisa y se alejó un poco.
—¡Disculpa aceptada! —expresó Torio mientras rebuscaba las llaves de su hogar en su pequeña cartera.
—¿No me dirás tu nombre? —preguntó con voz seductora, inclinaba su mirada y sus labios dibujaban una silueta.
—¿Para qué quieres saber mi nombre?