Torio | Abrazando al Destino

Capítulo 14: Negocios, dinero y amistades

Sábado - 11 de Julio

—Me quedé dormida —dije al abrir mis ojos y observar mi reflejo, mi cabello despeinado, mi mirada segura y en mi pecho reposaba mi libro favorito “Cándida”, la noche anterior me había propuesto a terminarlo de leer por enésima vez y, por enésima vez, Cándida encontró la libertad. La foto de Alicia se deslizaba fuera de las pequeñas hojas acompañada por el papel doblado que anotaba “Que tengas un bonito día”, no pude evitar sonreír ante la sencillez y delicadeza de la nota.

«Tengo días que no lo veo» pensé mientras la imagen de mi vecino divagaba por mi mente.

—¿Por qué estoy pensando en él? —susurré al salir de la alcoba y observar la rosa roja que ya dejaba caer sus pétalos, la tomé y decidí guardarla dentro de la nota en mi libro, no la desecharía. —Ya es hora de prepararme para trabajar, quiero invitar a la señora Marta, a la señora Rósela y a la pequeña Any a comer un postre o un helado, cuando finalice la jornada.

La puerta retumbó tres veces, alguien llamaba. No pude evitar imaginar a mi vecino en la puerta, con sus ojos seductores y voz estruendosa.

—¿Quién es? —pregunté acomodando un poco mi cabello.

El silencio respondía, solo tres golpes se repetían en la puerta.

Esperé un momento, un golpe, dos, tres… la puerta resonaba.

—¿Quién es?, si no responde, no abriré —dije con severidad detrás de la puerta, procurando que los pasadores que aseguraban mi entrada estuvieran bien.

—Soy un repartidor —resopló una voz algo conocida—. Alguien le mando flores, por su cumpleaños.

—Esa voz —musité, la conocía y me causaba inseguridad—. ¿Quién podría saber de mi cumpleaños? —murmuré, deslizando ligeramente la puerta—. ¿Quién mandó…?

—¡Yo! —Una mano se posó con fuerza sobre la madera, logrando que la fina cadena que aseguraba mi entrada, se prensara por completo.

Salté hacia atrás, alejándome lo suficiente, la figura de un hombre se inclinaba para observarme, era él, barba, lentes y, esa mueca maquiavélica, el sujeto que acompañaba a mi vecino aquel día.

—¿Qué le importa? ¡Váyase! —exigí con fuerza—. ¡Yo no necesito sus flores!

—No seas mala, las traje para ti —dijo con voz suave atravesando la abertura con el ramillete de flores purpuras—. Oye, y ¿Qué has sabido de mi amigo, tu vecino? ¿Has hablado con él? —preguntó acercándose a la abertura como si quisiera atravesarla.

—¿Cómo supo que era mi cumpleaños?

—Ahora, ¿tú quieres hacer las preguntas? —dejó salir una risotada mientras se ajustaba los lentes. —Es tan fácil saberlo, tan fácil como hablar con el conserje.

—Kardo —susurré

—Sí, él me dijo, pero si quieres hacer más preguntas, déjame pasar y hablamos —gruñó deslizando su mirada carroñera desde mi cabeza hasta mis pies—. Anda, déjame pasar.

—Lárguese o llamaré a la policía —grité con desesperación, mi cuerpo temblaba ligeramente.

—Solo quiero que me digas si has sabido algo de mi amigo, ¿has hablado con él?

—No y lárguese de una vez.

—Lo imaginé, ese imbécil —resopló mientras rascaba su barba—. Toma las flores —Dijo revirando sus ojos a través del cristal de los espejuelos.

—No.

—¡Eres una maldita malagradecida! —gruñó lanzándose contra la puerta, la cadena traqueteó y la madera retumbó—. Toma las malditas flores. —Estiró su brazo por completo adentro del apartamento sosteniendo el ramo de flores desojadas.

—¡No! —grité—. Llamaré a la policía —dije alejándome unos pasos más, perdiéndome de su vista.

—No aguantas nada, solo estoy jugando —susurró entre risillas nerviosas—. Te dejaré las flores aquí —dijo soltando el ramo que al colapsar contra el piso esparció múltiples pétalos maltratados.

Pasos estremecedores hicieron eco en el pasillo, pasos que se alejaban cada vez más.

«Qué bueno que se fue, si se quedaba, no sé qué hubiera hecho, porque no tengo como llamar a la policía» pensé mientras apaciguaba los nervios, cerré la puerta y recogí las pobres flores del piso para tirarlas a la papelera. El día había comenzado inquietante…

A una cuadra de la calle Formosa, un vehículo de alquiler con vidrios oscuros, estaba estacionado.

—¡Maldición! —refutó Diogo impaciente—. Ahí viene —dijo observando a Noret que se acercaba caminando.

—¿Qué te pasa? —preguntó Noret de buen ánimo al entrar.

—Noret, en este momento yo debería estar vigilando a la chica, más que vigilar la estoy cuidando de Andreí y ahora resulta, que, en lugar de hacer mi trabajo, estoy aquí esperándote porque ahora te da por venirte todas las noches a casa de tu mamá —Encendió el auto y arrancó.

—No todas las noches, solo he venido tres veces en esta semana.

—Amigo, no se me olvida la conversación que tuvimos y te apoyaré —continúo Diogo—. Recuerda que debemos terminar este contrato, tú lo dijiste y creo que no te estas esforzando por llevarlo a cabo.

—Tenemos tres meses para finalizarlo y ese trabajo en dos días lo podemos hacer, cálmate.




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