Nuevo Orleans, el sitio de los vampiros.
Darleen.
Han pasado algunos años desde que la guerra que desate me llevo al exilio en la cuidad de los vampiros. Bueno en realidad no es del todo un exilio es más una misión lo bastante suicida para los mortales tener que poner un solo pie aquí. Ya que no solo la cuidad les pertenece a los vampiros si no también es conocida como la cuidad de las brujas, y vaya que son poderosas.
Por mucho que quisiera ser una perfecta reina no lo logre, y mejor para mí en estos tiempos lo último que quisiera es tener que sentarme en el torno y a cada cinco minutos tener que ir a ver que nadie se intente matar por querer quebrantar las reglas del tratado que nos divide como clanes. Eso era antes de que tomara está misión con el mejor equipo de repartidores de muerte que tiene el reino como guerreros; hemos desembarcado hacer un par de horas, las personas siempre nos observan de tales maneras que pareciera como si nunca hubieran visto a la muerte caminar entre sus calles.
—Dudo que en este sito vamos a poder encontrar lo que tanto quiere la reina Adalyn —comenta Dimitri sin muchas ganas de estar en la cuidad.
—Pero no tenemos otra opción más que buscarlo y llevarlo al Nuevo Mundo —le respondí.
—¿Crees al menos que exista un ser como el que ella describió? —pregunta. Su mirada cayó sobre mí y después salto sobre Aleska para finalizar de nuevo en mí.
—Lo puedo sentir correr por mis venas, Dimitri, sé que existe.
—Lo mismo dijiste con el centauro y nada —bufa.
Mi ceño se frunció. Lo del centauro solo era un mito que nos hicieron creer que era real solo para alejarnos del castillo mientras intentaban depurar a una manada de Lycans. Y yo creí fielmente que lo había visto. Todos cometemos errores como ese.
—Eso no tiene sentido en este momento —respondo con molestia— si existe o no la persona que buscamos no perdemos nada en disfrutar un poco de la cuidad, ¿no lo crees?
—No. —Ambos me respondieron con mala cara.
Ellos no saben lo que es tener que salir de Londres al menos una vez en mil años. Tampoco me agrado la idea al principio, pero se supone que tengo que aprender algo de una gran bruja que en estos momentos he olvidado su nombre por completo viene siendo algo de la familia Kane, pero fue exiliada por su gran poder ha Nuevo Orleans, la cuidad de los monstruos.
Seguimos caminando y caminando hasta que por fin él cabeza hueca de Dimitri pudo dar con la dirección sino es que de nuevo nos vuelve a perder y está vez seré yo quien le arranque la cabeza.
Para ser sincera jamás sería capaz de lastimarlo, aunque me colmara la paciencia, él es mi mejor amigo y la única persona aparte de Aleska que suele soportarme cuando me pongo de mal humor, cuando tengo ganas se comenzar un masacre entero o quien me cubre la espalda cuando nos tenemos en enfrentar a esas creaturas nefastas de los Lycans. A veces quisiera decir que es el peor mejor amigo, pero no podría, sería un gran error cuando sé que si yo llegara a fallar él sería quien tomaría la derrota como suya solo para dejarme quedar bien ante los ancianos.
Perdí la cuanta de que tanto tuvimos que recorrer en el interior del bosque solo para encontrarnos con el gran y famoso castillo llamado: neuschwanstein. Si me lo tuvieran que preguntar no tengo ni la más mínima idea de cómo es que se pronuncia sin parecer que estás diciendo un trabalenguas.
Aleska Kane, mi tía o algo parecido a eso. Ella es como mi hermana mayor ya que nunca ha ocupado su lugar en el reino como princesa siempre ha demostrado sus grandes botes en la guerra y eso es algo que tengo que agradecerle porque yo tampoco estoy preparada para tener que vestir con vestidos largos y bastante estorbosos solo para tener que aparentar algo que verdaderamente no soy. Aun puedo recordar como si fuera ayer el día que me enfrente a ella para poderles demostrar que podría ser mejor que todo un ejército y, bueno no salió tan mal.
—¿Crees en los fantasmas? —está vez es Aleska la que pregunta sus incoherencias.
—Existen aún los dragones, ¿tú que crees?
—Yo creo que él hombre que se nos queda mirando desde esa torre —me señalo con la mirada—, no deja de taladrarte con la mirada como si fueras una intrusa.
—Básicamente eso es lo que somos.
—Darleen tiene razón, Aleska —Dimitri me dio la razón.
—Creo que deberías de ir y hablar con él —me sugiere la rubia.
Blanqueé los ojos, pude notar que Dimitri intento ocultar su gran sonrisa de burla. Por desgracia siempre me tienen que mandar a mí, ya que sí nos atacan que mucho más difícil matarme a mí que a ellos. Son la clase de escudo que todos los vampiros quisieran tener pero que nadie es capaz de soportarme como ellos lo hacen.
Me acerque un poco más a las grandes puertas del castillo, pero antes de que llamara a la puerta estás se abrieron dejándome me a quien hace miles de años no veía y ahora comprendo por qué no recuerdo su nombre; la gran bruja es mi abuela Marie. Sí, la madre de Aleska y de mí padre, él rey de los vampiros (por ahora).
—Darleen —pronuncio mi nombre con calidez.
—¿Marie o abuela? Es que no sé cómo llamarte —¿tonto? Sí, la yo sé, pero no tengo idea de cómo es que debería de llamarla. La última vez que la vi fue exactamente cuando mi padre creyó que me saldrían alas porque no dejaba de levitar por todo el castillo.
—Tú puedes llamar abuela —dice mientras extiende sus brazos. En fin, nunca nos debe hacer falta los modales, por lo que sí, camine hasta poderme fundir entre sus brazos—. Eres mucho más hermosa de lo que recordaba, mi hermosa nieta —susurró a mi oído.
No respondí. Pero mis ojos se clavaron en el joven de cabello castaño oscuro, ojos verdes, piel pálida, nariz respingada y el rostro alargado. Él también tiene los ojos clavados sobre mí, así como yo sobre él.