La canción del cuervo.
Parte 1.
Darleen.
Apenas y unos pequeños y notorios rayos de sol comienzan a iluminar el cielo azul celeste, el vestido de hoy traigo puesto es de un color hueso con destalles en dorado por todos lados, me molesta que sea tan perfecto y yo lo descomponga llevándolo puesto. Llevo al descubierto la mitad de los brazos ya que tiene un corte abierto justos en las mangas largas, pero al final de mis muñecas están sueltas en forma de un pico, la falda no esta tan ampona como los vestidos de Abbey o los que suele utilizar mi madre, pero al menos es fácil de manejar y con este sí que puedo caminar por los jardines del reino sin tener que cuidar que lo ensucie de tierra o lo rasgue con alguna rama con la que no tengo cuidado, pero con la nieve es imposible que se vaya a ensuciar o incluso que le vaya hacer daño; al final siempre me termina valiendo una cuarta hectárea si se rompe o no es solo un vestido y ya punto.
No soy como los vampiros comunes que existen en estas tierras y, eso muchas veces me hace sentir fuera del lugar al que se supone que he de pertenecer, mi fuerza es igualada siempre con la de más de cien o incluso hasta la de mil hombres al mismo tiempo, mi temperamento es un hilo que en cualquier momento se terminara por romper y todo el mundo perderá la vida y yo no sentiré dolor porque soy incapaz de sentir, y menos teniendo en cuenta la personalidad que Adalyn me ha obligado a optar por crear por su insolencia y sus arranques histéricos en los que siente que toda la atención siempre debe de estar cayendo sobre ella y no sobre quienes de verdad la necesitan. En estos momentos todos los vampiros dentro y fuera del castillo duermen o eso intentan hacer hasta que el sol vuelva a meterse detrás de las montañas y el cielo se torne oscuro, las estrellas brillen y el aire sea mucho más frío que antes; intentar caminar entra las capaz de nieve es complicado aunque mis pies descalzos no sientes tanto frío como los de un mortal debería de estar sintiendo en estos momentos ya que el frío se los quemaría por completo, llevo el cabello suelo cayendo sobre mi espalda pero con el viento golpeando contra mi rostro lo hace bailar y casi regresar al frente para que pueda notar como las puntas de mí melena van enroscadas aunque el rizo no sea tan marcado aun así lo podría notar.
El tener acceso a las mentes de todos los que aún están despiertos es un poco molesto, tener que escuchar los grito de mi hermana (gemidos) proporcionados por Shadow hace que mis entrañas quieran explotar —o mejor dicho que la quiere asesinar a ella—, siento tan pequeño el estómago que en cualquier momento podría vomitar toda la sangre que no he consumido en días; asesinar a Nicklaus solo me ocasionara miles de problemas con todo el mundo e incluso podría ocasionar otro desbalance natural sí de eso dependiera tener que matarlo, o uno con la relación —nada sana— con mi padre que me llevaría a un exilio por más de mil años. Mera, tenía razón las consecuencias de los actos sin premeditar pueden ocasionar miles de grietas que no se podrán cerrar si no es hasta que un de los miles de millones de problemas se resuelva y sigan con el curso ya estipulado hasta que todas sigan la siguiente herida hasta poder cerrarlas todas y así terminar con el problema principal o central. Ahora comprendo porque Mor’du prefirió el exilio que tener que observar todo el caos que estoy por ocasionar o mejor dicho que está por suceder.
Me tuve que alejar un poco más del castillo y de sus jardines. Entre al bosque, los árboles cubiertos de una ligera pero áspera igualmente blanca como lo que simulan ser todas las personas a mi alrededor, blanca palomas que claramente nadie es una blanca paloma y yo tengo que simular que lo son porqué yo soy la mejor asesina que todos tienen a su maldita disposición. El ligero, suave y tarareo de una melodiosa canción llego hasta mis oídos, en todos mis años casi nunca había escuchado a nadie entrar al bosque y menos tarareando melodías que los llevarían a la muerte, ya que todas las criaturas que habitan en el bosque son capaces de percibirlas y terminar con la fuente de dónde provenga en un cerrar y abrir de ojos todo lo blanco podría tornarse carmesí en cuestión de segundos. Así sería más fácil terminar con el reinado de mi madre antes de que tenga que asesinar a otro de los espías que mandan a diario los otros reinos para asegurarse que la reina y el rey cumplan sus tareas de siempre. Tener que soportar su forma de reinar me provoca nauseas, tener que soportar ver como a diario tienen que fingir una sonrisa en mi presencia y antes todas las demás personas porque me odian. Su oído es como una medicina que alza mi ego y destruye lo que más odio dentro de mí.
Cuando llegue al sitio de donde provenía la melodía me quede en blanco y no solo con la sensación de que esa melodía me la sabia de memoria, pareciera que el cielo se había tornado de colores grises y azules oscuros anunciando la llegada de la noche, cómo si lo que podría llegar a ver sería lo peor que he visto en toda mi vida reflejado en la nada más y nada menos que la verdad. Pero para ser sincera muchas de las cosas que hago, digo o intento expresar jamás serán parte de la verdad, odio tener está clase de sensaciones en donde no puedo distinguir si serán buenas o serán malas, pero por lo visualizo, siento y leo serán malas y muy malas noticias las que estoy a punto de escuchar.
—Tardaste mucho en llegar —pronuncio sutilmente él.
—Y tú tardaste mucho en responderme, ¿no? —replique con descaro.
—Pero sí tú has dicho que las reglas del infierno jamás serán tus reglas —me recuerda.
—Ya. Mm, pero que te puedo decir, uno se puede arrepentir de lo que dice, ¿no es así? —le respondí. O mejor dicho hable con superioridad algo que claramente él sabe que nunca encajara a la perfección con mi personalidad vil y despiada.