Verónica.
Las lágrimas comenzaron a picar en mis ojos a medida que escuchaba las risas de los chicos. Era una completa idiota.
Sam se acercó a mí, preocupada, y me abrazó en un intento de darme conforte. Estaba aturdida, mis pies estáticos y pegados al suelo sin querer moverse, mientras que lo único que deseaba era salir de aquí de una buena vez.
Dios mío, era una estúpida.
Mi respiración se tornaba entrecortada con cada segundo que pasaba, poniéndome más nerviosa aún el sonido de las voces divertidas de los chicos.
Una mano fría toco mi espalda haciéndome saltar. El rostro preocupado de Kyle fue lo primero que vi al girarme.
— ¿Estás bien? —negué aún aturdida por lo que acababa de pasar, por primera vez mostrándome débil desde hace seis años.
Sus brazos me rodearon cuando trastrabillé, los tacones sintiéndose demasiado pesados en mi cuerpo.
—Lo mejor es que regresemos al hotel. —la voz preocupada de Katy me llegó desde atrás y en un segundo mi chaqueta estaba sobre mis hombros, abrigándome.
— ¡¿Quién carajos te crees que eres imbécil?! —mi mano voló lentamente hacia el brazo de Sam, quien caminaba directamente hacia Erick.
Las voces cesaron haciéndome dar las gracias por el momento de silencio.
—¿No te cansas de ser un jodido bastardo? —su voz se quebró un poco al hablar.
Sabía que sufría por mí, pero este no era el momento ni el lugar para hacer una escena, además por mucho que quisiera olvidar esto, era mi pelea, no la suya. Ya suficiente escándalo habíamos causado por aquí y agradecía que solo nos rodearan jugadores y no otras personas.
—Sam... —hablé por fin. Juraba que podía sentir cada par de ojos sobre mí. Como pude le di una sonrisa a mi amiga haciéndole saber que me encontraba bien, no quería esto para ella.
—Es hora de irnos. —Me solté del agarre de Kyle y miré a los muchachos—. En el campo a las ocho, quién llegue tarde tendrá suspensión.
Por primera vez desde que los conocía ninguno se quejó. Por lo visto mi cara debía decir todo lo que mi boca no tenía ganas de expresar.
Lucas dio un paso en mi dirección mirándome con un rastro de preocupación.
— ¿Necesitas algo? —sabía que se sentía mal, en parte él había contribuido a que todo esto se fuese al garete por no detener a Erick cuando se acercó.
— No. — dije como pude, mi voz sonando más tensa y dura de lo que pretendía, pero aun así le dirigí una sonrisa amable. Lo menos que quería era que el hombre se culpase por esto. —Chicas, vámonos. —ni siquiera me volví a mirar a nadie, solo me dirigí a las puertas del local lista para salir de este tormento.
— Verónica. —su voz me detuvo rasgando lentamente el último tramo de estabilidad que quedaba en mí, pero no fue mi nombre saliendo lo que me sorprendió, sino el tono que utilizó al hablarme.
Era como en los viejos tiempos cuando sabía que había hecho mal y me había lastimado, cuando quería compensarme por ser un idiota. Solo que esta vez no quería que lo hiciera.
Mis pies se negaron a avanzar ganándome una mirada de tristeza de Sam, solo permanecí allí de pie en medio del lugar con lágrimas en los ojos.
Se sintieron como horas, pero fueron solo segundos hasta que sentí los pasos de Erick acercándose a mí. Ni siquiera tuve que mirarlo, sabía que era su cuerpo aproximándose al mío.
En otro momento, seis años atrás, me hubiese gustado que me gritara y me buscara, pero ahora, con el corazón latiendo por el miedo y el horror, lo único que deseaba era alejarme lo más que pudiese de este hombre.
— Yo...—su voz se desgarró al hablar, mis parpados se cerraron reprimiendo el deseo de romperme en llanto como una niña. —por favor.
Y allí lo perdí, justo cuando su mano intentó posarse sobre mi hombro, en ese momento los recuerdos volvieron.
Yo sentada en el mirador por las noches llorando, mis gritos de dolor cuando supe que podría perder a Jake, el día del parto, el rostro de preocupación de mis padres, las veces que lloré junto a Jake porque no podría darle un padre que lo amase, todo vino a mi como un balde de agua fría.
Sin pensarlo me giré, las lágrimas corrían por mi rostro llenas de ira y dolor, al momento en que mi mano volaba al suyo doblándole la cara de par en par.
Sam intentó caminar hacia mí, pero se contuvo, esto era lo que había esperado por años, en el momento en que explotase nadie podría detenerme. Durante años me abstuve de sentir cualquier cosa sobre esto debido a Jake, pero ahora cuando sabía que mi hijo no podría verme así, no había nada que me frenase, necesitaba hacer un cierre o por lo menos intentarlo, luchar con mis demonios, esos que durante años había escondido muy dentro de mí.
—V, es mejor irnos. —La voz de Sam hizo eco en mi cabeza.
— No. —sin importar que mis ojos estuviesen manchados por las lágrimas y tal vez el rímel corrido, el odio era un claro reflejo en ellos, estaba segura. —¿Qué? —dije encarando a un Erick que apenas se había percatado del golpe, pero qué de igual forma lucía aturdido por mi arrebato. —No hay nada que puedas decir que sea peor que lo que me has dicho así que vamos. —lo animé. —Da la estocada final, Erick Hamilton. —mi boca pronunció su nombre con asco y mis pies se acercaron a él hasta que podía tocar mi pecho con el suyo. —Pero ten en cuenta que cada palabra que salga de tu boca esta noche va a tener una maldita respuesta.
Sus ojos me escanearon con un ápice de tristeza mientras su boca se contraía intentando hablar.
Una risa de burla y dolor se escapó de mis labios mientras lo miraba.
—No has dejado de ser el mismo idiota y cobarde de antes.
— ¿Cobarde? —su risa igualó la mía en cuanto reaccionó. —Si el hecho de dejar a la mujer que se acostó con mi mejor amigo me hace un cobarde pues entonces sí, lo soy.
—Nunca te engañé, Erick.
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Editado: 24.02.2024