Verónica.
Dos días.
Cuarenta y ocho horas.
Y no sé cuántos minutos serían.
Pero sí que eran muchos.
Ese era el tiempo que había pasado mirando mi celular esperando la llamada de Erick en vano. No iba a negar que estaba nerviosa, no por mí, sino por Jake. Mi pequeño cada mañana había preguntado si por fin el día había llegado luego de tantos años. Al ser mi respuesta la misma en ambas ocasiones, trató de no lucir triste, pero claro que lo noté.
Pronto, cariño.
¿Pero cuando era pronto? Solo Erick lo sabía. Traté de llamarlo, pero el teléfono saltaba directo al buzón. Shay, su agente, fue el único acercamiento que tuve con él, y solo para pedirme una vía correcta para llevar todo esto. Desde el hecho de que los periodistas querían colocarle las manos encima a nuestro hijo, hasta el punto en que el maldito de Brent cumplió su amenaza e interpuso la denuncia en su contra.
Según el mensaje que me había enviado, estaba buscando el momento correcto, sin todas las cámaras de por medio. No había salido de su casa en días e incluso tuvo que llamar a la policía en una ocasión porque un reportero intentó entrar a la planta de su departamento.
Jake estaba impaciente.
¿Cómo reaccionaría Erick al verlo?
Esa pregunta no me había dejado dormir mucho en las ultimas noches. Tenía miedo de su reacción e incluso de la del mismo Jake.
Estaría claro que era su hijo, eso no me preocupaba. Aunque si Erick decidía que lo mejor era una prueba de paternidad, no me opondría a ello, así era como funcionaban las cosas en su mundo, y yo no era nadie para cambiar eso.
Shay no mencionó nada al respecto, por lo que supuse que aún no tenía conocimiento de mi relación con él, no sabía si agradecerle por no decirle o que sentimientos tener al respecto. Aunque si tenía claro que lo mejor era que los medios no se enteraran de Jake por ahora, no quería que sus primeros encuentros con Erick fuesen rodeados de cámaras mientras intentaban escapar de los reporteros. No era justo para ninguno de los dos, y acabaría confundiendo a nuestro hijo.
Había llegado a trabajar a la oficina ayer esperando encontrármelo de pie en mi puerta para que cuadráramos los detalles de lo que sería su primer encuentro con él, pero mi nerviosismo y miedo fueron en vano, porque Erick al igual que hoy, decidió no presentarse a trabajar.
George no estaba contento con ello. Había llenado su bandeja de mensajes de voz y ya no podía gritarle más insultos al teléfono sin que la contestadora le avisará que sería en vano. Erick estaba poniéndole los pelos de punta a todos, porque si el entrenador estaba enojado, todos pagaban las consecuencias.
No le ayudaba mucho que la única barrera entre los fotógrafos acampando fuera y el personal del estadio fueran los guardias que apenas si podían con todos.
— Voy a ir a la casa de ese imbécil y voy a tomar su culo gordo y lo traeré de las malditas pelotas si es necesario.
Kyle soltó esas palabras tras correr todo el campo por decima vez, su cuerpo sudado y sus ojos brillando de la furia al igual que los de varios de sus compañeros, que, si bien se preocupaban por Erick, también querían arrancarle la cabeza justo ahora.
—Verónica.
Un leve golpe en mi puerta me hizo levantar la vista. El entrenador intentó regular su rabia a través de una pequeña sonrisa, no pasando para mí desapercibido que cada poro de su cuerpo decía: cuidado, a punto de explotar.
No quería ser Erick tampoco cuando le pusiera las manos encima.
—Dígame, señor.
—¿Puedo entrar?
Asentí en su dirección viendo cómo entraba y tomaba asiento en la silla frente a mí.
—¿Para qué soy buena? —cuestioné intentando aminorar el ambiente lleno de tensión. Lastimosamente, no dio resultados.
—Quiero que localices a Erick.
Sus palabras me dejaron aturdida por un momento haciendo que abriera mi boca y la cerrara de repente.
¿Este tipo estaba loco?
—Directo al grano ¿eh? —reí algo nerviosa entre susurros—. Señor, con el debido respeto que usted se merece, ¿Qué le hace pensar que, si no ha querido hablar con usted, accederá a hablar conmigo? —No mencioné que ya lo había intentado.
El hombre sonrió, esta vez mostrando sus dientes.
Hay preguntas que nunca debes hacer, Verónica. Esta es una de ellas. Lastimosamente siempre me daba cuenta de ello cuando ya era demasiado tarde.
— No creo que entiendas el poder tan grande que tienes sobre él, Verónica. —negué repetidas veces y suspiré.
—Señor, no vayamos a ese tema. —Cerré la agenta frente a mí, buscando una distracción—. Profesional, ¿recuerda? —Me dedicó una extraña mirada y luego asintió.
— Solo intenta una vez, si no contesta iré yo mismo a su casa y llamaré a la policía para que abra la puerta. Tiene un contrato y tiene que cumplirlo. —no dudaba ni un segundo que fuese a cumplir su palabra. De hecho, pensaba que se estaba tardando demasiado en hacerlo.
— Solo para demostrarle que no lo va a tomar. —lo apunté. —Es un cabeza dura y usted y yo sabemos que es así.
Busqué mi teléfono en mi bolsa, repasando rápidamente los mensajes en la bandeja. Christopher confirmándome que el domingo pasaría por Boston y quería verme y mi madre, solo preguntando si Erick ya se había contactando conmigo.
Ya luego les respondería a ambos. Chris y yo habíamos hablado últimamente con mayor regularidad y en verdad creía que podíamos llegar a ser amigos, sus mensajes no me hacían sentir incómoda por lo que había sucedido en Chicago como pensé que lo harían. Lo agradecía, porque no quería que las cosas se colocarán tensas entre nosotros, pero con cada mensaje me demostraba lo contrario.
Miré el número en la pantalla unas cinco veces antes de presionar el botón de marcar. No sabía si lo mejor era que respondiera o no. Puede que para el equipo si lo era, pero para mí no tenía idea.
#692 en Novela romántica
#273 en Chick lit
hijos inesperados contrato secretaria, reencuentro rivalidad amor drama amigos, romance odio mentiras
Editado: 24.02.2024