Touchdown

CAPITULO 23

Erick.

Los pasos de Jake resonaron tras de mí a medida que nos acercábamos a la puerta de mi departamento, sus ojos escanearon con detenimiento cada punto del lugar con fascinación y algo de horror. 

—¿Te gusta? —Mi mano derecha fue al bolsillo trasero de mis vaqueros y sacando la llave, lo miré.

—Es grande. —Contuve las ganas de reír, apenas habíamos pasado el pasillo y él ya estaba en shock—. ¿Vives aquí?

—Solo un poco —me reí, abriendo la puerta. Sus ojos se detuvieron en mí, para luego mirar dentro—. Pasa.

Entró con miedo y sin querer tocar nada a medida que avanzaba. Sus ojos se posaron en cada superficie de la sala, deteniéndose finalmente en la repisa con las fotos y premios de mis logros a lo largo de estos años. 

—Eso es sensacional.

Ahora sí que solté una carcajada. 

—Bueno, son tuyos.

— Claro que no. —se burló, atreviéndose a caminar hasta el estante. Su mano se dirigió a la foto con Lucas que estaba más cercana. —El señor Stark es muy serio.

No podía estar más en lo correcto. Lucas Stark era el padre del equipo, si tenías un problema y el entrenador no estaba, él era la persona correcta a la que acudir para que te colocara los pies sobre la tierra. Justa por esa razón nos hicimos amigos en primer lugar, yo no quería que nadie se metiera en mi vida y él no se metía si no se lo pedían.

—Lucas lo es —concordé, hincándome a su lado—. ¿Te quieres quedar esta noche?

Asintió, pero luego negó. —No le pedí permiso a mamá y...

— Yo me ocupo de eso. —atrapó su labio inferior entre sus dientes no tan convencido. —Jake, tú madre estará de acuerdo. Mañana te llevaré temprano para que te arregles para la escuela y yo pasaré a dejarte antes de irme a trabajar.

— ¿De verdad? —asentí, sus ojos brillaron con alegría. —¡Genial! ¿Puedo dormirme tarde hoy? Mamá no deja que pase las nueve en los días de escuela. —hizo un puchero.

—Tú madre no estará feliz si se entera.

— No tiene que enterarse. —sonrió con algo de malicia, pero la mirada angelical era mucho más grande. —Por favor, papá.

— Solo treinta minutos más tarde. —asintió. —Ahora, ¿pedimos pizza?

— De pollo y champiñones. —me apuntó. —Mamá la odia.

— Casi tanto como el helado de pasas. —anoté, tomándolo entre mis brazos y caminando con él a la cocina. —¿Cómo está tu abuelo Henry? —lo coloqué sobre la encimera de la cocina, sacando mi teléfono en busca de la pizzería más cercana.

Sus ojitos se llenaron de tristeza para luego encogerse de hombros. 

—Lo extraño. —Jugueteó con sus dedos sobre su regazo—. Solía ver futbol con él, pero luego tuvimos que mudarnos.

— ¿Te gustaría volver a Salem?

Sacudió la cabeza. —No me gustaba mi antigua escuela, los niños eran malos. Tomaban mi mochila y la llenaban de basura. —¿qué esos jodidos engendros le hacían qué? Mantuve los ojos neutrales fijos en él. —Amo estar aquí, están mis nuevos amigos y tú. También tengo a mamá y a la abuela. —sonrió. —Ella tiene miedo de que me alejes de ella, no harás eso, ¿verdad, papá?

Sacudí la cabeza, pasando mi mano derecha por su cabello algo largo. 

—Nunca.

Así que esa era la aversión de Anne a mi presencia. Lo entendía, pero no tenía motivos para preocuparse. Yo jamás me atrevería a hacer algo que perjudicara a mi hijo y él la adoraba. 

—¿Por qué no vas a la sala y me esperas mientras llamo a tu madre? Mira algo de televisión y luego me pones al día. —Lo coloqué en el suelo. Apenas las palabras salieron de mi boca, tomó el mando del televisor y lo encendió, pasando un par de canales.

Suspiré, marcando el celular de Verónica. 

—Erick, ¿le pasó algo a Jake? —su voz sonaba agitada y asustada.

—No, está bien.

— Gracias a Dios. —se detuvo en seco. —No que crea que no puedas cuidarlo bien, —comenzó. —solo que te lo llevaste hace menos de treinta minutos.

—Verónica...

— Sé que eres un padre maravilloso y no dejarías que le suceda nada...

— Verónica.

— No malinterpretes mis palabras solo que...

— ¿Te puedes callar? —solté una carcajada. Se detuvo abruptamente por mi sugerencia. —Gracias. —me alejé un poco más de Jake, recostándome en el refrigerador en la esquina de la cocina. —Sé que es jueves y mañana es día de escuela, pero quería saber si puede quedarse conmigo hoy.

—No le llevaste ropa para cambiarse, Erick. Además, el uniforme...

—Le pondré alguna sudadera mía esta noche y mañana lo llevaré a primera hora para que pueda cambiarse —la interrumpí—. Por favor.

— No tienes que pedirlo, solo avisar. Es tu hijo también. —nuestro hijo. —Solo asegúrate de llamarme antes de que se duerma para darle las buenas noches. —asentí a pesar de que no podía verme. Imaginaba lo difícil que era para ella soltarme poco a poco a Jake.

—Claro, lo haré. —Me detuve—. ¿Puedes hacerme un favor?

—Suéltalo. —El nerviosismo era notorio en su voz haciéndome sonreír un poco.

—Dile a Anne que no se siga atormentando más, no pienso quitarles a Jake.

— Así que sigue escuchando detrás de las paredes. —tardé un poco en comprender que hablaba de nuestro hijo. —Es un chismoso ese niño. —se burló.

— Como su abue...

—No dejes que te escuche diciendo eso —me interrumpió—. Ella tiene miedo.

—No tiene de qué preocuparse, yo nunca lo alejaría de ustedes. —Aun cuando lo había pensado en un momento de rabia—. Nos vemos mañana.

—Claro, asegúrate de no darle chocolate esta noche o no podrás dormir.

—Anotado. —Permanecimos en silencio durante casi un minuto sin colgar, su respiración parecía susurrarme al oído impidiéndome hacerlo—. Adiós, Verónica.

— Adiós, Erick. —ella fue la que se atrevió a colgar, dejándome con el corazón latiendo con fuerza contra mi pecho. El efecto que tenía sobre mí era incluso peor que hace seis años, ya no era el joven puberto y cachondo que le puso los ojos encima a la niñita de quince años, ahora era el hombre que la seguía amando a sus jodidos veintisiete años.




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