Erick.
La tensión en el aire podía cortarse con un par de tijeras, todos nos habíamos dado cuenta. Miradas por un lado que creían que pasaban desapercibidas, palabras al aire que podían pasar por murmullos vacíos, pero que se mezclaban con las miradas a la perfección y uno que otro suspiro en la dirección del otro era lo que pasaba de un lado al otro en la mesa cortesía de Anne Martin y Henry Cross.
Mi madre mantuvo la sonrisa en su rostro porque ella claramente quería creer ese par seguía perdidamente enamorado, pero mi padre conociendo a Anne, buscaba la forma de sacarle conversación a Henry para que no la mirara y evitar una escena en la sala de mi casa.
Menos mal no fuimos a un restaurante.
—¿Cómo va el trabajo, Henry? —pregunté animadamente, pasando mis ojos hasta el hombre que no tardó en mirarme—. Hace un tiempo no voy a Salem.
—Sí, muchacho, hace mucho no pisas el lugar que dejaste atrás —se mofó, colocando una sonrisa que no llegó a sus ojos—. El trabajo va bien, me ascendieron hace un par de años.
—Verónica no lo mencionó.
—No comiences, Hamilton —advirtió la castaña que tomó lugar junto a mí para asegurarse que Jake se comiera todo su almuerzo sin pasar la comida a mi plato para no hacerlo. Nuestro hijo me miró con sus ojos azules, suplicándome que se la quitara de al lado—. Y tu tampoco, Hamilton en miniatura.
Mamá soltó una carcajada al igual que Henry. Mi padre por su parte le guiñó un ojo a Jake provocando la sonrisa del pequeño que zambulló la cuchara en la sopa y torció la boca no queriendo comerla.
—Si te la comes...
—No —Verónica frenó a su padre y ya imaginaba el rumbo de sus palabras porque la sonrisa de Jake cayó en picada—. Te comes el almuerzo porque eres un niño y necesitas comer bien. No habrá helado, no habrá juegos, no habrá nada mas que la satisfacción de tener el estomago lleno porque comiste bien.
—Pero, mami.
—Cómetelo todo, Jake —pedí antes de que Verónica le lanzara una de esas miradas que lo enojaban. Eran tan iguales en eso que podía decir que no sacó lo enojado y gruñón de mi parte—. Ni siquiera la has probado así que no vas a decir que no te gusta para evitar comer.
—Está bien —cerró la boca con una mueca para luego tras varios intentos de sacar la conversación con miradas, terminara llevándose la cuchara a medias a la boca.
—¿Cuánto tiempo te quedarás, papá? —Verónica le regaló una sonrisa a su padre, riendo al ver al hombre soltar un suspiro.
—Me iré luego del juego —contestó, terminando de comer. Sus ojos fueron a Anne, evitando el contacto visual por mucho tiempo—. Solo vine a ver como se encontraban.
—Pero puedes quedarte unos días, abuelo —habló el pequeño con la boca llena, riendo cuando mi madre a su lado le limpió los labios—. Gracias, abuelita.
La sonrisa de mi madre tembló. Jake comenzó a decirle así nada mas la conoció y ella simplemente no podía controlar las ganas de echarse a llorar que la inundaban cada que mi hijo le hablaba. Era como si aun no creyera que su vida estaría inundada de dibujos e historias a partir de ahora. Incluso la había visto comenzar a tejer un suéter lo bastante grande para un Jake que le dijo que quería que le hiciera tres de ellos.
—Ya veremos, Jake.
—Quiero enseñarte a jugar en la consola —insistió—. Mi abuela Anne la odia y no quiere aprender conmigo porque tiene miedo de que le gane.
—¡Jake! —se quejó Anne provocando las carcajadas de todos—. Solo no quiero aprender, cariño, esos juegos no son para mí.
—Mi abuela Anne está en clases de yoga, abuelo —la ignoró Jake, poniéndose de pie. Sus ojos fueron a Verónica rápidamente—. Sé que no he terminado, solo quiero mostrarle a mi abuelo la foto que me tomé con mi abuela Anne cuando llegamos a Boston, ¿puedo?
Verónica no aguantó la sonrisa, ninguno pudo hacerlo. Este chico inteligente, tierno y tan perfecto era nuestro, de todos, nuestro pequeño Jake, el cual no dudó en correr escaleras arriba cuando su madre le dio permiso de hacerlo en busca de la fotografía que le mostró a Henry nada mas la encontró.
—Quiero un cuadro en mi cuarto como el que tengo en casa de mi papá —habló animadamente—. Pero ahora quiero una foto con mis cuatro abuelos —siguió, lanzando una sonrisa mientras observaba la foto sin percatarse de todas las miradas sobre él—. ¿Podemos tomarnos una foto juntos?
Su mirada nerviosa cayó en las cuatro personas que le importaban ahora. Mi madre asintió efusivamente, poniéndose de pie hasta llegar al castaño que no tardó en alzar para depositar un sonoro beso en su mejilla, haciendo sonreír a Jake.
—¡¿No escucharon?! —casi gritó en medio de su risa—. Mi niño quiere una foto con todos estos viejos —los señaló a todos, incluyéndose—. Pónganse de pie que no saldremos de aquí hasta que nos tomen la foto perfecta.
Jake chilló, emocionado, insistiendo en que tanto Verónica como yo permaneciéramos a un lado, mientras él pasaba de los brazos de mamá a los de Henry, haciéndolos soltar carcajadas cada que el flash de mi teléfono los iluminaba seguido del sonido de la cámara al tomar las cien fotografías que terminaron en Jake sobre la espalda de mi padre mientras su cabecita sobresalía entre Anne y papá.
—¡Peter, cuidado la espalda! —se quejó mamá con una carcajada al final—. Dios mío, tendremos que buscar la forma de rejuvenecer un poco para seguirle el paso a Jake.
—¿Reju qué? —preguntó Jake, pero al final terminó riendo, ignorando todo—. ¡La última! ¡Abu, ponte al lado de mi abuelo Henry!
Anne le sonrió, pero la tensión era evidente en su cuerpo. Yo de verdad quería saber el motivo por el cual ese par se había divorciado, pero sabía que, si no querían que lo supiéramos, así seguiría siendo.
La foto salió, pero tuve que tomarla otra vez porque sabía que a mi suegra no le iba a gustar ni un poco que el retrato que quedó capturado fue del momento en que ella y Henry cruzaron miradas, luciendo como dos adolescentes enamorados que se encontraban peleados.
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Editado: 24.02.2024