Verónica.
Me recosté en el pecho de Erick mientras apagaba el televisor, dejando el control remoto a un lado. Desde que llegamos de Salem apenas si podía decirle que no a quedarnos aquí. Era duro para mí dejar a Jake cada día viendo sus ojitos suplicantes siendo lanzados en mi dirección, pero no quería confundirlo. Él podía quedarse con su papá todo lo que quisiera, pero yo no podía hacer un habito quedarme en el departamento de Erick mientras no pusiera en orden mi vida completamente.
Lo mejor era tomarnos las cosas con calma para que Jake no saliera perjudicado si las cosas salían mal.
Tomó un aguacero cayendo fuera para que accediera a quedarme hace tres horas, por lo que, ahora en sus brazos con una de sus camisas cubriendo mi cuerpo y nuestro hijo durmiendo en su habitación me sentía completa de alguna forma. No necesitaba más que a ellos dos.
—¿Sigue en pie el viaje a Chicago en unas semanas? —Su mano se posó en mi cintura, acercándome más a él, de manera que quedamos frente a frente.
Asentí, pasando la yema de mis dedos por su torso desnudo.
—Christopher no va a estar feliz. —Estuve hablando con él esta mañana y estuvo reacio a sacar el tema de su cumpleaños en un par de semanas—. Hannah dice que no está bien.
—Sí, lo sé. Planeo hablar con él cuando vayamos, la muerte de Maia aún está muy reciente como para exigirle o pedirle alguna otra reacción. —Besó mi frente, su mano subiendo un poco y enredándose en mi cabello suelto—. Pensé que lo pintarías.
— ¿Qué?
Lo miré, confundida por el repentino cambio de tema algo perdida por sus palabras. Sonrió por mi confusión, tomándose su tiempo antes de responder.
—Dijiste hace unos años que querías teñirlo de rubio, que esperarías a cumplir los dieciocho para hacerlo porque Anne te mataría.
Mi ceño se frunció.
—¿Recuerdas eso?
Asintió.
— Por las noches cuando estaba borracho, imaginaba como se te vería y yo lo perdía. Amo tu cabello así, eres mi hermosa castaña testaruda. —se detuvo, pasando sus dedos por mi mejilla y luego por mis labios. —Y grosera.
— Nunca lo vas a olvidar. —solté una risa. —No fue un buen día para mí.
—Y yo lo hice mucho mejor. —Se hizo el tonto—. Fue el destino.
—No crees en el destino.
Suspiró.
—No lo hacía hasta que te volví a ver esa noche en el parque. —Bajé la cabeza, no quería recordar mucho de ello—. Estaba pensando en ti cuando apareciste.
—¿De verdad?
— ¿Qué parte de que nunca salías de mi cabeza no te quedó? —golpeé su pecho ante la burla. —No lo considero una obsesión, no es como si mi vida dependiera de ello, pero siempre faltaste tú, el vacío se sentía y yo no quería soltarte.
—¿Nunca lo intentaste?
Sacudió la cabeza, tomando mi mentón para que le sostuviera la mirada.
— Si te soltaba iba a perder lo poco que quedaba del viejo Erick. Si te dejaba ir la parte que tenía mi corazón dispuesta para amar a alguien se iría contigo.
—¿Por qué eres tan lindo?
Rodó los ojos.
— No soy lindo, no uses ese calificativo conmigo. —frunció los labios y aproveché para besarlo. —Jake es lindo, yo soy guapo, fuerte, valiente, un sexy...
— Ay no me vengas con eso, Hamilton. —reí, intentando incorporarme en la cama. Sus manos fueron a mi cintura, aprovechando el momento para tirarme en su regazo por completo, mis piernas a cada lado de su cintura. —Severo bulto tienes, campeón. —me burlé, haciendo que soltara una carcajada. La confianza entre nosotros había vuelto al punto donde la dejamos, las bromas recurrentes y las miradas cargadas de emoción también. Éramos solo los dos aquí.
— Solo para ti. Hay millones de niños allí esperando poder salir a la superficie.
Rodé los ojos.
—¿De verdad? ¿Eso te funcionaba?
— Nunca la había usado. —me corroboró lo que ya sabía. —Y teniendo en cuenta que a la única a la que algún día quise y quiero dejar embarazada eres tú...—sus manos se colaron por debajo de la camisa, subiendo por mis muslos desnudos hasta llegar al elástico de mis bragas de algodón. —Mmmmm, pensé que no tendrías nada debajo.
—No te emociones mucho.
—¿Te las pondrás sucias mañana? —se mofó—. O tal vez tengas que salir de aquí sin ellas.
— Tengo un par escondido en uno de tus cajones. —le guiñé un ojo haciendo que su sonrisa se ampliara. —Las encontraste, ¿no es así?
— Huelen a ti.
Abrí la boca y la cerré de golpe, colocándome tensa por sus palabras. ¿Me estaba jodiendo?
—Estás roja como las bragas que me encontré.
— Las mías eran negras. —respondí totalmente seria, alejándome de su cuerpo "molesta". Le di la espalda, dispuesta a caminar a la salida.
— Verónica. —su voz sonó nerviosa y asustada haciendo que la sonrisa que apareció en mi rostro se ampliara. —Cariño, no...
Me giré hacia él, enarcando una ceja, cualquier rastro de gracia desapareciendo de mi rostro.
—¿Qué?
— Debe ser un error, seguro me equivoqué de color.
— ¿Ahora eres daltónico? A ver, ¿de que color es mi barniz de uñas? —le saqué el dedo del medio, su rostro descomponiéndose nervioso. —Voy a ver a Jake.
— Verónica, por Dios. —su mano tomó la mía, atrayéndome de vuelta a él. Su rostro y el mío a escasos centímetros me hizo dudar mientras que mi mano libre se sostuvo en su pecho buscando equilibrio. —Te amo.
— También las bragas que encontraste y que te pusiste en la nariz.
— Pensé que eran tuyas, nadie ha venido aquí más que tú y yo no...
Solté una carcajada sin poder evitarlo, mi teatro cayéndose a pedazos frente a sus ojos incrédulos. —No te metas conmigo, Hamilton.
— Maldita sea, casi me da un infarto.
— Te pusiste pálido. —me burlé.
— No juegues con eso. —ahuecó mi trasero, pegándome a su entrepierna. —Aunque te veías linda molesta.
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Editado: 24.02.2024