Verónica.
—Erick. ¿estás seguro de que esto es una buena idea?
Mordí mi labio inferior tratando de ocultar la sonrisa que lentamente comenzaba a extenderse por mi rostro.
¿Cómo me había dejado convencer de esto? Una sonrisa baja bragas de Erick Hamilton y la palabra sí había salido inmediatamente de mi boca. Sabía que mi madre estaría furiosa. Sabía que los chicos estarían jodidamente confundidos. Y sabía que Sam iba a arrancarme la cabeza luego de que se enterara. Pero justo ahora, dejando las maletas en nuestra nueva habitación en un pequeño pero acogedor hotel en Rosemary Beach, una pequeña comunidad en el condado de Walton, Florida, no tenía ninguna duda de que aquí era exactamente dónde quería estar. Con Erick Hamilton. Mi primer y último amor.
—¿Te estás arrepintiendo, Cross? —su sonrisa se ensanchó aún más sabiendo perfectamente que ese no era el motivo de mi pregunta. Sus padres también estarían furiosos, principalmente Carla. Negué rápidamente. —Eso me alivia porque mañana a esta hora serás oficialmente la señora Hamilton, y no habrá fuerza humana que impida que eso suceda, cariño. —sus labios rozaron los míos sin detenerse a tocarlos firmemente. — Al diablo lo que digan todos. Te prometo que haremos algo en grande para que disfruten, pero no quiero esperar un día más para llamarte Verónica Hamilton, he esperado demasiado tiempo.
—La paciencia apremia, señor Hamilton. —dije sonriendo.
La verdad era que yo tampoco quería seguir esperando más tiempo, por eso anoche, una vez que llegamos a nuestra habitación cuando Erick me soltó que viajáramos a otro estado a casarnos ni siquiera lo pensé en lo absoluto. Mi respuesta fue igual que horas atrás. Si. Porque siempre cuando estuviera este hombre de por medio sería mi respuesta a este tipo de preguntas.
—Eso lo tengo claro, cariño. Después de todo, mi premio mayor eres tú, siempre lo has sido y lo seguirás siendo.
Su mano tomó la mía en la suya, mi anillo brillando con el resplandor del sol que entraba por la ventana de nuestra habitación. El lugar tenía un pequeño balcón que daba justo a la playa y era simplemente hermoso.
—Entonces... ¿Cuánto tiempo más tendremos que esperar?
Sonrió alejándose un poco de mí.
— En veinte minutos comienza a arreglarte, enviaré a alguien por ti y luego tú y yo, oficialmente seremos la familia Hamilton junto a Jake. —pensó durante un par de segundos. — Y el perro que en estos momentos está llegando a manos de Holland. —su rostro se iluminó sabiendo lo que venía. — Y antes de que digas nada, ya hablé con la administración del edificio. Sí se admiten perros y contraté a una ama de llaves para que se encargue de las cosas de la casa, incluyendo a nuestro nuevo integrante.
Sacudí la cabeza sonriendo.
—¿Cuándo vas a aprender a decirle que no?
— Yo le digo que no. — murmuró haciéndose el ofendido.
Rodé los ojos, claramente consciente de que venía una especie de monólogo de su parte diciendo cada una de las veces que eso había sucedido. Permanecí sonriendo y esperando. Luego de que abrió la boca y la cerró de nuevo en por lo menos cinco ocasiones comencé a reír con fuerza.
—Jamás lo has hecho y por mucho que lo ames debes aprender a hacerlo, Hamilton. Se va a acostumbrar a que le cumplas todos sus caprichos y cuando le digas que no, no vas a poder con él.
— ¿Entonces se va el perro? — casi parecía como si la sola idea lo desilusionara a él más que a Jake.
—Dejemos que se quede, pero es la última, Erick.
Lo apunté para enfatizar mi punto, pero en el fondo estaba plenamente segura de que esto no pararía aquí. Su teléfono comenzó a sonar en su bolsillo trasero haciéndolo pensar durante un par de segundos antes de contestar.
Caminando hasta mi lado en la cama, contestó colocando el altavoz.
—Hermano, ¿Dónde se metieron ustedes dos eh? —la voz de Kyle llegó a nosotros a través del celular—. La chica de recepción dijo que salieron temprano.
Sonreí colocando mi mano derecha sobre mi boca para evitar reír. Habíamos convencido a la chica para que, si preguntaban por nosotros, no dijera que habíamos desocupado la habitación. No qué tuviéramos planes de regresar a Chicago, pero sabíamos que estos hombres eran más entrometidos que cualquier mujer que hubiese conocido, y eso ya era decir mucho.
—Verónica y yo quisimos madrugar para enseñarle la ciudad, no quisimos despertarlos. —Erick sonrió—. ¿Tienen planes para hoy?
En el fondo se escuchó la risa de Grand.
—Eso quiere decir que no estamos invitados a los suyos. Auch. —Casi podía imaginar a Kyle llevando una de sus manos a su pecho intentando contextualizar la situación—. Grand y yo iremos a lo de Hotch, queremos ayudarlo con un par de cosas en el lugar. Al parecer quiere hacer un par de reparaciones.
Una pequeña risa salió de mi boca sin quererlo. ¿Reparaciones? Esperemos que no dañen más que solucionar.
—¿Qué te parece gracioso, pequeña Verónica?— una sonrisa cálida se instaló en mi rostro. Tenía un par de semanas sin llamarme así, de nuevo comenzaba a sentir la familiaridad entre nosotros.
— Tú y reparar en una frase, Kyle. No creo estar convencida de que eso sea una buena idea, Johnson.
—Que poca fe tienes en mí. Erick, ¿nunca le has contado nuestra pequeña iniciación por parte del entrenador? —miré confundida en dirección a mi chico quién soltó una carcajada sacudiendo la cabeza.
—Buenos tiempos aquellos, Johnson.
—Habla por ti solo, Hamilton —gritó Grand en el fondo.
— Bueno, que se diviertan. — susurró Kyle. — Por cierto, Erick. Llamaron de la liga, tenemos que estar mañana en la ciudad. Alguna estúpida entrevista con el diablo. — y por diablo estaba claro que se refería a Lindsay Donovan. El dolor más grande en el culo de cada jugador de fútbol americano en el país. La mujer fácilmente podría poner tu carrera en las máximas ligas, pero cuando afilaba sus colmillos, no solo destruía tu carrera, sino tú vida también.
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Editado: 24.02.2024