Erick.
Cuatro meses después.
Me detuve frente a la puerta de nuestra habitación con la bandeja de comida en las manos. Esperaba que esto estuviera bien porque de no ser así tomaría las llaves de mi auto y a Jake y huiría lo más lejos posible de su madre. La amaba demasiado, pero me estaba volviendo loco con las hormonas y los malditos cambios de humor.
Esperaba en el fondo de mi alma que Verónica no fuese el reflejo justo ahora de lo que sería Sofía en un par de años, porque no podría soportarlo. A mí mujer podía decirle que no con facilidad, pero si mi hija salía igual de tierna que Jake, la tendría difícil diciéndole que no.
Miré a Jake a mí lado, a sus seis años era algo alto para su edad. Sus ojos azules tan iguales a los míos me observaron nerviosos. Era la única persona junto a Isak que podía pasar horas junto a Verónica sin salir perjudicado, pero bueno, era su hijo después de todo.
Suspiré haciéndole una pequeña señal con la cabeza para que abriera la puerta. De no ser porque trataba firmemente de no dejar caer la bandeja que yacía en mis manos, ya el nerviosismo y el temblor habría cedido.
— Hola, mami. —la voz de nuestro hijo hizo sonreír ampliamente a su madre. Verónica con un redondo vientre de seis meses casi siete lucía igual de hermosa que hace meses, tal vez incluso más. Demasiado bueno para ser verdad. Luego recordaba sus cambios de humor atormentándome y simplemente me confirmaba que nunca debía dejar pasar por alto las palabras de mi mujer.
— Hola, mi cielo. —Jake se subió a la cama junto a ella tomando el mando del televisor y recostándose a su lado. —¿Terminaste la tarea? —nuestro pequeño, ya no tan pequeño, simplemente asintió y comenzó a pasar los canales dejando de prestarnos atención.
— Hey. —mi hermosa castaña de ojos marrones entrecerró sus ojos hacia mí dejando pasar la comida que traía. —¿Aún sigues enojada? —tragué en seco al verla pasar su mano por el cabello algo largo de Jake. Mi hijo se encogió y se pegó mucho más a ella disfrutando de su toque mientras mantenía sus ojos fijos en la pantalla.
— ¿Tú qué crees? —pregunta capciosa. Me lo merecía.
En vez de responder me encogí de hombros caminando para poder acercarme más a la cama. Decidí guardar la distancia un poco por si tenía que irme pronto. Decirle a tu esposa que estaba loca mientras llevaba a uno de tus hijos en su vientre no era muy buena idea. Ni siquiera en broma. Estaba pagando e iba a seguir pagando demasiado caro mi falta de sensatez.
— Creo que me amas demasiado pero no tanto como yo a ti, y me perdonarás. —abrió los ojos enojada por la elección de palabras. —Está bien, nos amamos por igual. ¿Mejor? —mascullé con nerviosismo.
Ella bufó.
— Papá, estás hundiéndote más. —se burló nuestro hijo sin mirarme. Para tener seis años sabía perfectamente de qué lado estar justo ahora, y para mí desgracia no era el mío.
Los ojos de Verónica se posaron en mis manos y parpadearon con desconfianza al ver la comida. Sonreí un poco para mis adentros.
— ¿Crees que vas a comprarme con comida? —asentí tardando en darme cuenta de mi error. Su perfecta ceja se enarcó por mí movimiento.
— Claro que no, jamás haría eso. —Jake rió aún concentrado en el partido frente a él. Su canal favorito. Y me enorgullecía que así fuera, era una de las tantas cosas que compartíamos como padre e hijo.
— ¿Qué traes allí? —inquirió con recelo.
— Fruta. Con crema. —mordió su labio inferior. Sus ojos marrones brillaron con un atisbo de furia probablemente por la duda creciendo dentro de ella.
Antes de que pensara mucho las cosas y me mandara a la mierda coloqué la bandeja en la cama y la aparté de mí, acercándola un poco a ella. Jake volteó y tomó un pedazo de fresa para luego llevarlo a su boca.
— Gracias. —su voz fue baja, pero la había escuchado. —Tu hija lo agradece, y la comeré solo por ella. —asentí sonriendo un poco —Digo, no es como si la loca de tu mujer comiera esto por voluntad propia. —argumentó —Hay una fuerza ajena a esa locura que hace que deba alimentarse. —de nuevo asentí cruzando los brazos sobre mi pecho. —Y la pusiste tú allí. —me aclaró.
— Jake, iré a casa de Lucas. —mi hijo ni se inmutó y supe entonces que nada lo haría dejar el lado de su madre hoy —¿Te quedas? —sus ojos azules se volvieron hacia mí.
— Sí, la abue vendrá antes de irse para donde la tía Jane. —imposible olvidar como mi querida suegra se había ido una vez las cosas se pusieron demasiado hormonales con su hija. Henry también había estado reacio a venir y siempre le daba largas a Verónica por lo que mi mujer era solo mi responsabilidad, y no tenía a dónde huir. Sobre todo, porque ya tampoco la querían en la oficina, los chicos estaban pensando seriamente en una jodida intervención. No que fueran a salir victoriosos y una parte de mí quería verlos intentarlo.
— Vendré en un par de horas, ¿no necesitas nada? —Verónica sacudió su cabeza llevando un trozo de manzana a su boca. Un pequeño gemido salió de su boca y sin voltear a verme siguió con lo suyo. — Dios, dame paciencia. —mascullé en voz baja dando media vuelta para salir.
— ¿Dijiste algo, Erick? —apreté los dientes soltando un suspiro.
— No, hermosa. Te amo. —no hubo respuesta por su parte, solo de nuevo la risa de mi hijo. Si, ese pequeño me las pagaría eventualmente. Ahora, tenía que salir de aquí antes de terminar con uno de sus zapatos incrustado en el cráneo.
Sólo esperaba el momento en que me echara de nuestra habitación. Aunque teniendo en cuenta que era yo huyendo ahora, prácticamente lo había conseguido incluso sin decirlo.
Qué tonto, Erick.
Pero necesitaba una cerveza o terminaría tratando de "hablar" con mi mujer embarazada. Y a estas alturas ya sabía que ella siempre tenía la puta razón.
(...)
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Editado: 24.02.2024